Proclamar la independencia

El momento político actual es difícil pero no es otra cosa que el resultado de asumir de manera responsable el compromiso cívico e institucional contraído colectivamente. La independencia es, por su misma esencia, una ruptura, un acto de soberanía. Sin un acto de soberanía no habrá nunca independencia. Por ello conviene aclarar los compromisos que conlleva este proceso.

 

En primer lugar, hay que insistir en la importancia de convocar el referéndum. Desde algunas posiciones se está intentando presentar el referéndum (o consulta) como una opción menor, susceptible de ser sustituida por unas llamadas elecciones plebiscitarias. Hay que tener claro que el referéndum es imprescindible para poner en marcha el proceso, tanto a escala nacional como internacional. Unas elecciones (se llamen como se llamen) se hacen sobre la base de diferentes programas políticos, en muchos puntos, contradictorios. Y finalmente no tienen la fuerza de una decisión colectiva tomada alrededor de una única opción clara. Proponer unas elecciones sustitutorias es hacer pasar por delante todo los intereses de partido; es escatimar la voluntad del pueblo catalán, al que se le ha prometido un referéndum claro. Si no se quiere hacer el referéndum que se diga claramente que no se tiene la voluntad política necesaria para hacerlo. Porque, después de haber proclamado la soberanía, los representantes políticos catalanes deben determinar si se quieren comportar como una pieza de la administración española o como el embrión de la nueva legalidad, como depositarios de la voluntad del pueblo catalán. En esta perspectiva, el referéndum se convocará, a toda costa: se deben poner las urnas en las sedes electorales, y se debe hacer la llamada a votar. Como se ha dicho y repetido: queremos votar y votaremos. Y lo haremos el día 9 de noviembre en un referéndum, que el gobierno de la Generalitat se ha comprometido a convocar.

 

En segundo lugar, tenemos que ganar el referéndum y lo vamos a ganar porque nos hemos preparado para ganarlo. Debemos votar sí y sí. Y el reglamento electoral se deberá redactar sin ambigüedades porque, como sabemos, se trata de una pregunta con tres posibles respuestas, cuyos resultados no pueden ser evaluados como si se tratara de dos respuestas a una sola pregunta. El lío de la pregunta deberá resolverse dejando bien claro el peso de la opción ganadora. Lo que no se puede hacer es vender el resultado como si se tratara de una sola opción, minimizando así el porcentaje alcanzado (se podría evaluar como suficiente, por ejemplo, más de un 50 por ciento en cada pregunta). La independencia se ganará además asumiéndola como instrumento para la renovación democrática y por los derechos sociales, económicos y culturales que nuestro pueblo necesita y reclama. Esta perspectiva clara es lo que está haciendo crecer, y debe hacer crecer aún más, la adhesión al objetivo de la independencia.

 

Y finalmente la Independencia se deberá proclamar. Ganar la votación obliga a la proclamación. Porque querrá decir que ya sabremos que el pueblo catalán quiere la independencia, y esta certidumbre tiene como consecuencia política clara y única la proclamación de la voluntad de construir un nuevo Estado independiente. Ganar el referéndum no quiere decir (como interpreta alguien poco informado o mal intencionado) comenzar entonces una especie de extraña negociación para decidir qué tipo de relación debemos mantener con el Estado español, porque esto se ha de tratar, en todo caso, una vez ya nos hayamos constituido como república independiente. La obligación institucional de los convocantes del referéndum es, sin subterfugios, la proclamación de la República Catalana independiente, y trabajar para consolidarla iniciando un proceso constituyente democrático y participativo. Es por estas razones por lo que hay que pensar que olvidar estos compromisos mínimos e imprescindibles sería percibido como un fraude.

 

EL PUNT – AVUI