Las experiencias internacionales de la última década demuestran que gran parte de los “procesos de paz” terminan siendo meros procedimientos de pacificación, en los que todo “el proceso de paz” se convierte en un instrumento táctico más de una de las partes, para derrotar a la otra. Es decir, muchos “procesos de paz” acaban siendo meras “técnicas tácticas de guerra” para debilitar o terminar por imponer status quo precisos a uno de los contendientes. No hay más que analizar la evolución de los acuerdos de Oslo I y II israelo-palestinos; los de Jasaviurt ruso-chechenos o a más largo plazo el balance de procesos en Sáhara, El Salvador o Guatemala, por poner ejemplos cercanos y conocidos. En todos ellos, el cese de hostilidades era un fin en sí mismo, y esta variación estratégica condicionaba claramente que se garantizase la aplicación de medidas que respondieran a corregir las verdaderas variables generadoras de conflicto.
Así, tras períodos de pacificación, que no de paz, Israel vulneró siempre todos los acuerdos, pero se benefició claramente de ellos, Chechenia volvió a ser invadida, el Sáhara nunca se autodeterminó en los teóricos plazos prescritos, y el Salvador o Guatemala viven hoy una situación social peor a la que generó las guerras que las asolaron.
Proceso de paz viable
Para que un proceso de paz sea viable, para que realmente un proceso negociador no se convierta en un mero procedimiento de pacificación coyuntural es imprescindible que se den varias premisas técnicas: El reconocimiento de las partes; el consenso de un diagnóstico que tenga en cuenta, además del origen del conflicto, las variables transformadoras que la vigencia de este y los efectos del tiempo han generado; una Hoja de Ruta operativa y viable; una convención de acuerdos derivados de las negociaciones que tengan garantías de cumplimiento por las partes; un protocolo de medidas que garanticen el cumplimiento de los acuerdos y lo blinden de posibles involuciones; la aplicación a modo de resolución del conflicto de los Acuerdos de Paz que se deriven de dicho proceso.
Desde hace semanas parece que estamos en los prolegómenos de “algo”. La vorágine de declaraciones, réplicas, valoraciones, comentarios sobre el “proceso de paz” son el bosque que impide mirar al horizonte sin cierta desconfianza. También son parte del juego dialéctico, son la política con minúsculas, la politiquilla, que desde hace años, décadas, muchas veces ha hipotecado toda vía de resolución a este conflicto centenario. Pero al margen del politiqueo (algunos bastante tienen con presidir la mesa de un legislativo constitucional), si realmente las condiciones son óptimas, es importante reivindicar la idea de un Proceso de Paz, y exigir que éste sea de tal seriedad, que emplace a los agentes políticos y sociales a superar la mediocridad a la que nos tienen acostumbrados.
Es fundamental que las partes se legitimen en base al mutuo reconocimiento. Al margen de que en la Hoja de Ruta se tipifiquen los procedimientos técnicos de negociación (mesa técnica, mesa de contenidos), el paso fundamental para que el proceso de paz comience, es que el Reino de España reconozca a Euskal Herria como nación. A modo de ejemplo, es conocido en este sentido el paradigma de la Declaración de Downing Street.
Diagnóstico
La casuística demuestra que la construcción de un “proceso de paz” que tenga como génesis estratégica la variable del “cese de hostilidades”, es sinónimo de fracaso, ya que si bien “pacifica” por un tiempo, no invierte las variables generadoras de conflicto, por lo que el “proceso de paz” se convierte en procedimiento táctico de pacificación.
Es por ello que el carácter determinante del diagnóstico hace que éste sea el paso más difícil de consensuar. El Estado español debiera reconocer la existencia de Euskal Herria como nación, y la vigencia de un conflicto político entre esta y España, que se deriva de la vulneración de la soberanía vasca por parte española, lo que genera una confrontación cíclica pero crónica desde hace siglos. Como anexo referencial, la parte española debiera considerar que demoscópica y electoralmente está demostrado que la mayoría absoluta de los habitantes de éste país coinciden con ese diagnóstico.
El conflicto bebe en origen de diferentes episodios históricos comunes, que en todos los casos, determinan una vulneración de la soberanía vasca. Desde 1200 con las invasiones castellanas de la Navarra Occidental y el desgarro territorial del estado vasco, pasando por 1524, con la invasión absoluta del resto de la Navarra peninsular soberana, la derogación foral de 1876, hasta la negación del derecho a la autodeterminación y la partición administrativo-política de Euskal Herria peninsular en 1978; el Estado español siempre ha negado el legítimo derecho de los vascos, ciudadanos del estado de Navarra, a disponer la opción de su futuro al margen de España.
Esa imposición de la españolidad (extensible a otras naciones del Estado) ha anulado toda opción libre y legítima de estructurar un proyecto nacional al margen de España, y a su vez ha imposibilitado a esa misma España el hecho de cuajar como nación moderna unida. Es esta falta de libre disposición y la permanente imposición armada, la que genera el conflicto en base, al margen de otras variables alimentadoras que son de carácter secundario respecto del diagnóstico inicial, es decir, la libre disposición de los vascos a decidir, es la clave del asunto, el eje generador del conflicto.
La vulneración de la soberanía navarra por la República francesa a partir de 1789, debiera ser contemplada como un elemento paralelo similar, que debiera reproducir los mismo ejes de resolución que se deriven del proceso.
Transformación
Si bien el derecho internacional observa la libre disposición de la soberanía de los estados ocupados, es obvio que la transformación política, sociológica, económica y demográfica habida durante tan largo periodo de tiempo imponen la necesidad de prestar atención a las variables que han transformado el conflicto.
Así es. Si bien de raíz el diagnóstico sigue vigente, la transformación que las variables imponen aconseja la necesidad de que exista un consenso mayoritario en la sociedad vasca para avanzar, en legítima opción de soberanía plena, hacia el marco político que esta decida, por lo que es crucial que el Estado español respete todo proceso democrático que refleje la voluntad de la sociedad vasca y facilite su desarrollo, como eje de actuación que permita una resolución del conflicto. Obviamente todo este proceso habrá de hacerse extensible en términos similares al Estado francés.
El aspecto técnico de cómo ha de conformarse el proceso, tanto en tiempos como en fases tiene su propia dinámica y por supuesto ha de ser discreto. La constitución de mesas de trabajo que evalúen los diferentes trabajos y tipifiquen los acuerdos, se conformarán en función del carácter de cada mesa. Agenda técnica y operativa, agenda política; ninguna de las dos puede ser resolutiva por si misma, ambas han de avanzar hacia acuerdos tácitos y han de converger en un calendario coherente. La resolución viene de la aplicación de los acuerdos que surjan de dichos foros.
Todavía aún parece ciencia ficción que pudiera darse un proceso de este tipo entre Euskal Herria y España. Las declaraciones de los políticos no ayudan a visualizar un proceso técnico como el que se propone.
Pero éste es el camino. Si hacemos un análisis técnico del conflicto, a nivel macro, o sea al margen de la visión micro, del evidente sufrimiento incuantificable, las proporciones del conflicto vasco-español-francés son ridículas. Técnicamente, tanto el diagnóstico como la resolución son de alta viabilidad democrática y programáticamente simples; los efectos sociales son ridículos respecto a los que se sufren en países como Colombia (30.000 muertos anuales por 1.300 en 45 años aquí), no existe ruptura comunitaria ni otro tipo de desestructuraciones, etc. La superación de éste conflicto es viable, es necesaria. ¡Es inapelable! Solo hace falta voluntad política y coraje para afrontarlo y así empezar a desinflar el inmenso globo mediático-fáctico, que alimentado de tanta “víctima” arrojadiza y tanto ridículo “gulaj vasco”, impide movimiento lógicos y sencillos.
A los mencionados orondos vividores del conflicto, los que dicen que ETA “está fortísima por hacer el 11-M” y a renglón seguido dicen que ETA “está más débil que nunca” se suman los que buscan un procedimiento de pacificación, los del “que ETA se rinda y ya veremos”. ¡Pero en qué país se ha visto tal nivel intelectual!
Esperemos que haya más responsabilidad, un poco de memoria histórica y menos mediocridad. ETA es una anécdota si miramos hacia atrás, 805 años de conflicto, “por muy sencillo de solucionar que sea”, no son moco de pavo. Es hora de buscar una salida definitiva. Desde el respeto, desde la política. Un entendimiento común, de igual a igual que fortalezca la convivencia. Ningún conflicto mundial se ha solucionado sin negociaciones. Buscar una derrota total sólo es sinónimo de mediocridad interesada o de exterminio, como en el caso checheno, y ahí también ya veremos. –