Clandestinos
Joan B. Culla i Clarà
El País
El relato es más o menos como sigue: en Cataluña impera un “pensamiento único” —los más finos hablan de “totalitarismo soft”, o de “espiral del silencio”— bajo cuyos efectos asfixiantes todas las voces que no jalean la independencia han sido excluídas del debate público y de los espacios de opinión, debate y ámbitos que constituyen a día de hoy un monocultivo secesionista.
Esta narrativa no tiene nada de cierta ni de nueva. Para comprobar su absoluta falsedad, basta asomarse cualquier mañana a un quiosco: sobre los nueve diarios generalistas entre los que un lector catalán puede escoger, apenas dos —y no precisamente los de mayor difusión— apuestan de forma clara por el soberanismo; la línea informativa, editorial y de opinión de otros cuatro es de un españolismo integérrimo; y los tres restantes cultivan equilibrios variables, aunque de nítida decantación unionista. No es menor la pluralidad ideológica de una oferta radiofónica y televisiva pública y privada, que incluye, como es natural, los medios de alcance estatal.
Por otra parte, el mito de la “dictadura catalana” es viejo; de hecho, y sólo sustituyendo “independentismo” por “nacionalismo”, se arrastra desde los tiempos de Pujol, aunque ha experimentado últimamente interesantes evoluciones. Patrimonio años atrás de la llamada “Brunete mediática”, del columnismo más recalcitrante, se ha extendido cual mancha de aceite hasta los opinadores de perfil soi-disant progresista, intuyo que como clave explicativa de lo que les parece inexplicable: el crecimiento fulgurante de los catalanes partidarios del divorcio. O están intoxicados y manipulados… o, de lo contrario, la España del PSOE debería hacer una profunda, severa autocrítica. Y, claro, eso siempre da pereza.
En todo caso, la cantilena del “pensamiento único” impuesto a los catalanes ha dado estos días un salto cualitativo: se ha convertido en doctrina del Gobierno Rajoy. Fue conmovedor escuchar al presidente, el otro martes, decir en sede parlamentaria que, en Cataluña, “la gente tiene derecho a escuchar otras verdades diferentes de las oficiales”. Lo dijo como si él fuese un activista de Greenpeace encarcelado por Putin, y no el máximo representante del oficialismo y del poder de coerción del Estado (o sea, nuestro Putin), ni dispusiera de variados instrumentos para hacer llegar el discurso y la voluntad gubernamentales a todos los rincones del territorio español.
Una vez situados en esta dinámica de subversión de la realidad, PP y Gobierno se han adentrado rápidamente por ella. Alicia Sánchez-Camacho y sus correligionarios trataron, en los días previos al 12 de octubre, de infundir a la convocatoria de la plaza de Catalunya una aureola resistencial, de disidencia, casi de salida de la clandestinidad: “Hay que romper el silencio”, “los convocantes no gozan de subvenciones ni de apoyo institucional”, lamentó la de Blanes…
¿No? En todo caso la concentración no fue publicitada mediante octavillas impresas a ciclostil, sino con caros anuncios de prensa a toda página. Ni el encuentro de doña Alicia con representantes de las casas regionales tuvo lugar en ninguna catacumba, sino en un agradable restaurante y ante las cámaras citadas al efecto. En fin, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría tuvo la desfachatez, la víspera del 12-O, de pedir para la concentración barcelonesa “respeto y sensatez”, como si la cita de Som Catalunya, Somos España fuese a tener lugar en la Guinea de Teodoro Obiang.
Desde luego que hubo respeto y sensatez. Por parte de todos. Pero la impostura ha fallado por demasiado inverosímil. Porque no hay en Cataluña ni millones ni cientos de miles de ciudadanos que se sientan oprimidos o maltratados bajo el soberanismo. Porque es muy difícil hacer pasar a Sánchez-Camacho por una perseguida a causa de sus ideas políticas —si acaso, perseguida por los líos de La Camarga—, y al PP catalán por un partido inerme, apenas tolerado, con María de los Llanos de Luna oculta en una buhardilla, dándole a la vietnamita y temiendo la irrupción de los Mossos a detenerla… Se nota mucho que esta gente no tiene ni idea de lo que era la clandestinidad.
El unionismo imposible
Melcior Comes
A estas alturas, lo que llamamos tan pomposamente el conflicto Cataluña-España pasa por una fase más bien grotesca, que no hace más que agrandar las diferencias entre uno y otro país. Todo lo que a grandes rasgos podemos identificar como unionismo tiene más bien que ver con actitudes excluyentes y perdonavidas que con cualquier otro conjunto de opciones democráticas, que razonablemente podrían empatar con las razones del independentismo.
No dudo que haya un independentismo exagerado y radical, también baboso y mordedor, pero a día de hoy este independentismo es residual y de cuatro pintadas de madrugada, de cuatro jovenzuelos-, mientras que por otra parte el unionismo está siendo dominado, en su centro, por las actitudes radicales y exageradas, que hacen muy poco bien a su causa y agrandan aún más la fisura que podría asentar lo que llamamos diálogo. Un diálogo que acabará siendo necesario un día u otro, porque sin negociación será también imposible una eventual salida ordenada de España.
El pasado día 12 se vio la fuerza de este unionismo: fracasó descaradamente, pero en lugar de admitirlo y cuestionar qué se ha hecho mal, siguen sacando pecho y pintando escenarios de apocalipsis soberanista, dentro de los cuales se sienten salvadores y legitimados por las leyes.
El unionismo tiene un problema no sólo de cifras -en las encuestas, en el Parlamento, en las plazas… – sino también un problema de liderazgo y de actitud, de talante y de la más banal inteligencia política. A día de hoy, el unionismo ya necesita una mezcla de Lincoln y Sri Aurobindo, de Kennedy y Son Goku -es decir, firmeza y grandeza de miras, voluntad de perdón, replanteamiento del modelo y de la historia de este modelo de exclusión españolista que tiene 500 años… -, pero todo lo que se saca de la manga son fantasmas y palabrotas salvajes, amenazas y discursos irracionales y de subidos decibelios, que acaban diciendo que todo es ‘imposible’, cuando resulta que nada hay más posible ni probable dentro de la historia de todos los cinco continentes que la aparición de nuevos estados por una u otra razón. Quizás no hay un ‘imposible’ más factible que éste en el largo listado absurdo de cosas imposibles…
Si fueran mínimamente inteligentes, políticamente hablando, se darían cuenta de que en primer lugar la amenaza para la unidad de España no es el presidente Mas ni siquiera Oriol Junqueras ni cualquier líder parlamentario soberanista… Los principales obstáculos para la reconciliación de los pueblos catalán y español son Aznar, los ministros Margallo y Wert, Rosa Díez, los barones socialistas como Belloch o Bono, el popular Monago etc. Y todos los que desde la izquierda unionista -también catalana: PSC- callan más que hablan, atizan más que corrigen, tiran sal en las heridas más que buscar una cura sentimental.
Los señoritos de Ciudadanos con sus trajes de hilo resplandeciente y su retórica de hijo de Guardia Civil también dinamitan más que seducen, sobre todo ahora que el debate está en el centro político, allí donde sólo puede entrar con moderación y maneras refinadas. Yo conozco mucha gente que hasta hace dos o tres años eran unionistas -PSC genético-, y que han desertado ahora que han visto que sus líderes son compañeros de consignas de este tipo de golfos, o pardillos que no saben liderar ni en la mesa de su casa: ¿cómo no deberían ahora de decantarse hacia el soberanismo ERC o de Iniciativa, cuando al otro lado se encuentran con estos compañeros de viaje? (Convergencia remontará en las encuestas cuando empiece a mostrar unos presupuestos al alza: bastará abrir dos salas de urgencias y adelgazar dos aulas y la buena gente preocupada volverá a abrir los ojos: recordarán de repente que los convergentes no son un conjunto de neoliberales a sueldo de las multinacionales, sino que ellos mismos crearon los servicios que luego no les ha quedado más remedio que reducir).
Políticos unionistas que no han sabido nunca hacer política en tiempos normales -todo eran codazos y mentirijillas demagógicas-: ¿cómo quieren ahora ser los líderes de unas propuestas que piden grandeza de miras y un refinadísimo tacto político? El soberanismo no sólo apela a un principio democrático y liberal insoslayable sino que le acompaña un talante que liga más con el fondo sentimental del país, con la tradición de moderación y templanza que caracteriza a un pueblo que está cansado de dejarse engañar por pillos de poca monta, de sentirse poco reconocido y encima mordido en lo que tiene de más vertebral: la lengua y la cultura.
Si el unionismo no empieza a limpiar y a moderarse -y a sacudirse las pulgas con esvástica o pajarraco franquista- es imposible que detenga el independentismo, por mucho que pueda retrasar el proceso suspendiendo la autonomía (hipótesis que llevamos avanzando desde esta tribuna desde hace más de un año), o impresionando a la ciudadanía con demostraciones de ahogo económico o boicots europeístas.
El baile de bastones que podemos esperar será digno de ver -2014: año sin consulta, y sin Generalitat; la suspenderán con nota baja: insisto-. Todo ésto ya está anunciado en la acidez de algunas salivas, en la calidad del planchado de algunas americanas o con el desprecio hacia el presidente Companys y su asesinato.
Independizarse del fanatismo no es de fanáticos: se llama salud democrática. Caminamos hacia una democracia de mejor calidad.
EL SINGULAR DIGITAL
Tres siglos atrás
Juan-José López Burniol
La Vanguardia
El mundo moderno está indisolublemente unido a la Ilustración, al “siglo filosófico”. Las consecuencias del humanismo y de la Reforma protestante, con ser grandes, habían logrado debilitar, pero no destruir, el valor normativo de la tradición. En general, los pueblos de la vieja Europa seguían rigiéndose por los ideales cristianos y por las formas sociales heredadas. Tan sólo la irrupción de la Ilustración cambió esta realidad. Fue la Ilustración la que introdujo las ideas de que el fin del hombre es la felicidad en este mundo y no la salvación en el otro, de que el hombre debe regir su vida por la razón y no por la tradición, y de que todos los hombres son iguales y tienen idénticos derechos. Este cambio sustancial se gestó en el siglo XVIII, gracias en buena parte al que se ha llamado el “primer partido de Francia”, es decir, el partido intelectual. Éste era el único bloque cohesionado en medio de una sociedad en la que la monarquía se debilitaba desde la muerte del Rey Sol, la legitimidad de la aristocracia se marchitaba cada día más, y la Iglesia estaba dividida por el enfrentamiento creciente entre el alto y el bajo clero. A este partido correspondía destruir –en palabras de Voltaire– “los prejuicios de que la sociedad está infectada”.
Se ha fechado hacia 1748 la aparición del partido de los intelectuales, con la publicación este año de L’esprit des lois, de Montesquieu, seguida –en 1749– por la de Lettre sur les aveugles à l’usage de ceux qui voient, de Diderot. Y fue precisamente Denis Diderot la figura axial de este grupo y de esta época. Voltaire le aventajó en fama entonces y durante mucho tiempo, pero lentamente se ha ido imponiendo la magnitud del genio de Diderot. Nacido en la Champaña hace tres siglos (5 de octubre de 1713) e hijo de un cuchillero acomodado, completó su educación en París con los jesuitas y, abandonada pronto su inicial vocación, tuvo que abrirse camino dando lecciones de matemáticas y traduciendo libros ingleses. Y ahí llegó la ocasión de su vida. Recibido el encargo de traducir la Chamber’s Encyclopedia, alumbró la idea de una empresa que ocuparía veintiséis años de su vida. A impulso suyo, el editor Le Breton decidió, en lugar de traducir la enciclopedia inglesa, publicar una obra nueva, escrita “por una compañía de hombres de letras”, cuyo título revelaba su alcance: Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers.
Es fácil imaginar que una tal variedad de temas ofrecía ocasiones constantes para apuntar ideas avanzadas. Pero cuesta más admitir la facilidad con que Diderot –que contó desde el principio con la colaboración capital del matemático D’Alambert– encontró a la multitud de colaboradores necesarios para una empresa de tal intención revolucionaria y tamaña magnitud. Sólo fue posible porque la sociedad francesa estaba ya madura para el cambio que la Enciclopedia anunciaba. Había un público listo para recibir doctrinas contrarias a la tradición y a la ortodoxia. La Enciclopedia tuvo pronto 3.000 suscriptores y, cuando se publicó el volumen quinto, tenía 4.000. Un pensamiento nuevo jamás recibe esta acogida. Y pronto también fue confirmada su trascendencia por una cerrada oposición: “La corte bajo la guía de madame de Pompadour (…), la Sorbona y el Parlamento, obispos y dramaturgos –escribe Jacques Barzun– apretaron sus filas en una campaña mezcla de ridículo y fulminación. Los antiguos enemigos (jesuitas y jansenistas) por una vez se unieron para atacar la obra blasfema”. Pero la suerte estaba echada: el Antiguo Régimen empezaba a sentir la pérdida de aliento típica de los períodos de decadencia, puesta de manifiesto en la ambivalencia de la autoridad ante lo que sabía que era franca subversión.
Diderot dedicó buena parte de su vida a la Enciclopedia, pero dejó también una nutrida obra en la que formula una crítica mordaz de la sociedad de su tiempo, a la que describió como víctima de la hipocresía y sometida a la tiranía religiosa y política, lo que le llevó a la cárcel. No fue un filósofo sistemático pero sí innovador, evolucionando desde un racionalismo inicial al materialismo de su ocaso. Crítico artístico y literario sagaz, fue el filósofo que llevó hasta más lejos su contacto con los poderosos, concretamente con Catalina de Rusia. Residió un tiempo en San Petersburgo y es sabido que la emperatriz dedicó más de un centenar de horas a discutir con él. Quizá hubo un momento en que Diderot se vio a sí mismo como “un especulador al que se le pasa por la cabeza regentar un gran imperio”, pero –lúcido como era– pronto advirtió que su influencia era nula en las grandes decisiones y que se había dejado embaucar por las apariencias. Es el sino de los intelectuales, que siempre se creen que son más de lo que son y olvidan que su función no es tomar decisiones, sino crear estados de opinión contra corriente y formular críticas al poder constituido. El intelectual que no obra así no es tal; es un triste lacayo, aunque le arrojen migajas de poder.
ARA
Siete notas del independentismo catalán actual
HILARI RAGUER
Es un hecho que cada nueva encuesta revela un aumento del independentismo en Cataluña. Si alguien se hacía la ilusión de que sería una llamarada pasajera, ya se habrá desengañado. Pero, aparte del hecho cuantitativo, vale la pena darse cuenta del cambio cualitativo que se está produciendo. Podríamos caracterizarlo por las siete notas siguientes.
Primera: ya no se tiene miedo de proclamarse independentista. Después de tres siglos de durísima represión, no osábamos decir en público lo que en el fondo sentíamos y queríamos. Sufríamos de lo que el profesor Muñoz Espinalt, finísimo analista de nuestra personalidad colectiva, llamaba “el síndrome de perro apaleado”. El perro apaleado no se vuelve cuando lo maltratan, se acurruca, y si después de la paliza el dueño le da un mendrugo de pan, menea la cola contento y agradecido. Un caso destacable es el de Jaume Balmes, que en algunos escritos íntimos se revela nacionalista, pero escribiendo de cara a Madrid no va más allá de un moderado ” provincialismo “. Pero los españoles no creen a los que, para hacerse perdonar su condición de catalanes, extreman las manifestaciones de españolismo, y los desprecian como cobardes. En cambio, si hablamos sin rodeos, no les gusta, pero nos toman en serio. En su relato del pacto de San Sebastián, decía Carrasco i Formiguera: “Hablamos claro y catalán y este fue nuestro éxito”. Y cuando defendió en las Cortes la integridad del Estatuto de Núria, el más feroz de los anticatalanes, Royo Villanova, exclamó: “Este señor dice aquí lo mismo que en Cataluña; tiene esta ventaja”.
Segunda: vemos factible la independencia en un futuro no muy lejano. Una reacción muy frecuente, cuando se planteaba la cuestión de la independencia, era “¡Qué más quisiera!”, Pero lo dejábamos correr como un sueño imposible. Somos conscientes de que no será fácil, pero creemos que lo lograremos. Por diversas causas, sobre todo internacionales, ahora creemos que no nos lo podrán impedir. Nadie nos lo dará hecho y amasado, pero desde el exterior aceptarán el hecho. Alguien me preguntaba por la posición del Vaticano. El Magisterio de la Iglesia es clarísimo, en favor de la libertad de las naciones, pero la diplomacia vaticana suele ceñirse a los hechos consumados. Recuerdo que, allá en los años cincuenta, cuando los jóvenes del Grupo Torras i Bages decíamos al abad Escarré que la Santa Sede debería reconocer la nacionalidad catalana, él nos respondía: “¡Sí, id a la plaza de Cataluña y proclamad la independencia, y si no se te echan encima la Guardia Civil, el Vaticano ya os reconocerá!”
Tercera: a las razones tradicionales de carácter histórico y sentimental se ha añadido últimamente la motivación económica. No nos creemos lo que nos repiten desde España, que una Cataluña independiente se arruinaría, sino que somos conscientes del expolio fiscal, y cuando nos dicen, como una coartada, que ahora lo más urgente es salir de la crisis, respondemos que la podremos afrontar mucho mejor nosotros solos.
Cuarta: a esta motivación económica son especialmente sensibles muchos inmigrantes, o hijos de inmigrantes, peninsulares o de ultramar, que se suman a los independentistas autóctonos. Esta es una de las razones del aumento constante de independentistas. Es un hecho nuevo muy importante, que está produciendo una cambio que puede resultar decisivo, la incorporación al proceso independentista de muchos castellanohablantes.
Quinta: no se trata ya de un sentimiento visceral, impulsivo, sino que vemos gran cantidad de personas competentes en derecho constitucional, derecho internacional, economía, finanzas nacionales e internacionales, etc., que tienen muy bien estudiados los aspectos prácticos de la marcha hacia a la independencia, y calculan los obstáculos que encontraremos y la ruta a seguir. El ejemplo del Consejo Asesor, el CATN, y de su riguroso informe es muy contundente.
Sexta: es opinión generalizada que a España ya se le ha hecho tarde para ofrecer soluciones transaccionales, tales como mejoras del trato fiscal o reformas constitucionales, que algunos, desde Madrid o también desde Barcelona, sugieren, porque de lo contrario lo ven perdido. Predomina entre los catalanes la convicción de que la solución debe ser más radical, y que, además, ya no nos lo podríamos creer.
Y séptima: numerosos indicios hacen pensar que los políticos españoles se dan cuenta de estas seis características, y hasta las ven tanto o más claras que nosotros. De ello fue un buen ejemplo el incidente producido a raíz de la pitada del himno español en la inauguración de los Campeonatos Mundiales de natación. Ya es un caso que no osaran enviar a presidir el acto ni al rey, ni a nadie de su familia, ni al jefe del gobierno, Rajoy, ni a ninguna otra autoridad española. El señor Gafo, un antiguo embajador, director de protocolo de la Presidencia del gobierno central y desde septiembre pasado número dos de la organización denominada Marca España, tuvo un arrebato y escribió un tuit con aquel insulto clásico y tópico, el del Galinsoga. Hasta aquí, normal: no paran de decírnoslo. La novedad es que desde el gobierno no sólo no se formuló ninguna crítica a la pitada del himno, sino que el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, responsable principal de Marca España, destituyó fulminantemente al señor Gafo y declaró que su mensaje era “intolerable y contrario al espíritu de la Marca España, que ampara a todas las regiones y nacionalidades españolas”, y por si fuera poco el cesado tuvo que emitir repetidos mensajes en los que pedía perdón y aseguraba que no tiene nada contra Cataluña ni contra los catalanes. Es también muy significativo que el ministro Wert no haya insistido en su bravata de españolizar Cataluña (lo que suponía reconocer que Cataluña no es española), ni la virreina Llanos de Luna en sus batallitas. Ven que la situación es extremadamente delicada y que no conviene echar más leña al fuego.
Todas estas siete notas se pusieron de manifiesto en la cadena humana del pasado Once de Septiembre.
El pas en fals
Vicent Partal
Ahir Duran al congrés espanyol –qui ho havia de dir!– va avisar de la possibilitat que Catalunya proclamàs unilateralment la independència. Va ser respost amb una enorme duresa pel ministre Montoro. No ho va arribar a dir, però va insinuar clarament allò que Pilar Rahola ja havia anunciat en una entrevista de VilaWeb molt comentada, que vam publicar dilluns: que ens suspendran l’autonomia. El debat, doncs, sembla que pren cos i anuncia allò que podria ser el nus gordià del procés independentista, una decisió que si el govern espanyol s’atreveix a prendre serà el pas en fals definitiu.
Imaginem-nos-ho. Imaginem-nos que el govern espanyol anul·la l’autonomia. Legalment és molt discutible que ho puga fer. L’article 155 de la constitució espanyola no en diu res i qualsevol decisió en aquest sentit xocaria frontalment amb l’article dos. La resolució jurídica seria molt complexa i empenyeria l’estat cap a un atzucac.
De manera que, previsiblement, el govern català fins i tot podria invocar la constitució espanyola per a desobeir formalment l’ordre. I ací vindria el punt interessant. Imaginem-nos que el govern espanyol decreta la dissolució de la Generalitat de Catalunya o la substitució del president Mas per un titella seu. Ells suposen que pensen que amb això n’hi hauria prou. Però ens haurien d’explicar quina repercussió concreta tindria aquest gest.
PERQUÈ, PER PRIMERA VEGADA EN TRES-CENTS ANYS, TOT DEPENDRÀ DE NOSALTRES. Imaginem-nos que després de saber-se que el govern espanyol ha decretat la dissolució del govern el president Mas no es mou de palau. Els consellers continuen cadascú al seu departament. Els diputats continuen legislant al parlament. La policia catalana, patrullant pels carrers. Les escoles i ambulatoris, oberts. De què serviria el decret espanyol en aquest cas?
No és difícil d’imaginar-se que diputacions, ajuntaments, partits polítics, associacions de tota mena, empreses, grups i col·lectius podrien declarar immediatament la lleialtat al govern legítim de Catalunya. Tal com està el país, un moviment d’aquest estil seria àmpliament majoritari i implicaria la governació efectiva del territori per part de les autoritats deslegitimades des de Madrid. I què podria fer Madrid aleshores? Com doblegaria la rebel·lió catalana?
Cada vegada que algú explica això de la suspensió em ve al cap l’escena, les escenes, que acabe de descriure. I ho veig tot plegat com un enorme pas en fals d’Espanya. Tan greu que em costa de creure que no hi hagen pensat. Perquè molt probablement seria el darrer i definitiu.