La situación de la Guerra de Navarra en 1524 parecía haber llegado a un punto de estabilidad. El empuje para recuperar la Alta Navarra parecía muy mermado tras las derrotas de Noáin (1521) y Amaiur (1522), pero el rey de Navarra, Enrique II el Sangüesino, había logrado conservar en cambio la Baja Navarra y el resto de sus dominios al norte del Pirineo, y tenía además una sólida alianza con el rey de Francia. Más aún, Enrique había realizado importantes reformas institucionales, como la creación la Cancillería, una especie de gobierno cuyos seis miembros, atención al dato, tenían que ser navarros y saber euskara. Un toque interesante para quienes creen que la conquista española de Navarra no fue sino un mero cambio de dinastía sin consecuencias de otro tipo.
Esta situación se resquebrajó el 24 de febrero de 1525, cuando el ejército francés fue derrotado por las tropas del emperador Carlos V en los campos de Pavía. El rey de Francia y su aliado el rey de Navarra cayeron prisioneros de los españoles, y en el campo quedaron tendidos los mejores generales franceses y no pocos legitimistas navarros, como el bravo señor de Olloqui. Tras la derrota, el rey de Navarra fue encerrado en el propio castillo de Pavía, mientras que Francisco I, rey de Francia, fue conducido a Madrid, donde permanecería preso. Tras este desastre, una oleada de desazón y profundo pesimismo se extendió por toda Francia y entre los legitimistas navarros.
Diez meses después, sin embargo, el 13 de diciembre de 1525, el rey de Navarra consiguió fugarse. Según los testigos, aquella tarde había jugado a pelota, y posteriormente cenó y jugó una partida de dados. Tras simular que se acostaba, el rey Enrique, que entonces tenía 22 años, vestido “a la navarra”, trepó por un agujero practicado en el techo de su dormitorio y, con la escala que le facilitó un guardia sobornado, se descolgó ágilmente hasta el exterior, donde le esperaban algunos de sus hombres para huir a caballo. Las patrullas enviadas en su captura no consiguieron alcanzar al joven rey, y doce días después Enrique II de Navarra entraba triunfalmente en la corte francesa, tan necesitada de héroes tras la derrota de Pavía, la muerte de sus generales y la prisión del mismísimo rey Francisco I. Ni qué decir tiene que, mientras tanto, el emperador Carlos I de España y V de Alemania explotaba de furor y mandaba detener e interrogar a los negligentes guardianes, algunos de los cuales llegaron a ser torturados.