Pre-independencia

Cuántas veces se ha dicho que el llamado “proceso” catalán estaba muerto y cuántas veces más ha resucitado! Ha vuelto a pasar con la investidura del nuevo president de la Generalitat, el Molt Honorable Carles Puigdemont. Su nombramiento ha puesto fin a tres meses de negociaciones entre las Candidaturas de Unidad Popular (CUP) y Junts pel Sí que han supuesto un desgaste importante y que han hecho pensar a más de uno que todo había acabado. Ciertamente, la moral del movimiento independentista ha quedado tocada. Nadie podía esperarse que a las dos fuerzas independentistas les costaría tanto llegar a un acuerdo y que incluso estuviesen dispuestas a la convocatoria de unas nuevas elecciones. Desconcertante ha resultado para muchos que las tensiones se centrasen en la figura del president Mas.

Una gran parte del incremento de votantes de la CUP se debió probablemente a votantes que querían asegurarse de que el plan de ruta anunciado se llevara a cabo, situando a la CUP como garante ante cualquier veleidad de Convergència de tirarse atrás en el último momento, pero no especialmente contrarios a la figura de Mas. Por otra parte, en el sector de Junts pel Sí, y pese a la unidad mostrada oficialmente (elemento clave en la negociación), diversas voces próximas a ERC se mostraban comprensivas con las demandas de cambio de liderazgo. Ni todos los cupaires estaban en contra de Mas, ni todos los miembros de Junts pel Sí lo defendían con total convicción. Por el camino se ha vivido un período político dominado por lo peor de la llamada “vieja política”. Se han escuchado demasiadas declaraciones que, implícita o explícitamente, daban a entender que el partido estaba por delante, o al mismo nivel, que los objetivos de país. Se han escuchado cosas como “nuestra gente no lo entendería”, o “esto nos rompería como partido”. ¿Y el país?

Superado este nuevo reto de un camino donde habrá muchos más, y más difíciles, conviene analizar cómo ha quedado la situación. El sacrificio de Mas ha tenido sus ventajas. Empezando por la más trivial e intrascendente pero que ha llenado los comentarios de gran parte de la parroquia: ¿Ahora a quién acusarán? Si, como se afirma desde los mentideros hispanos, todo el proceso es obra y gracia de Mas, al que, dócil y seducida, ha seguido la sociedad catalana, ¿ahora que él no está al frente quién será el nuevo chivo expiatorio? El relato será, previsiblemente, que el president Puigdemont es una marioneta de Mas (en palabras de la líder de Ciudadanos y jefa de la oposición: “Más de lo mismo”). ¿Pero también él podrá, a su vez, manipular a los catalanes? Sin duda, extraños bichos somos que solo nos manipulan algunos.

Más allá de la anécdota, el as en la manga que se guarda el expresident y que puede considerarse como uno de sus triunfos en la negociación, es que se reserva la opción de volver a la política, descartada su voluntad anunciada de pilotar los próximos 18 meses antes de abandonarla definitivamente. También es posible que pueda servir en la proyección internacional del proceso de independencia catalán, que requiere todavía de mucha pedagogía y para lo cual el president, sin duda, es un activo. Asimismo, y como ya ha declarado, ahora podrá centrarse en la necesaria refundación del espacio político que ocupa Convergència, partido que ha de dejar atrás todas las sombras de la corrupción pujolista para convertirse en una formación acorde con la calidad democrática que se va a exigir a la nueva república. Sin esa transformación su futuro político es, como mínimo, limitado.

En lo que respecta al nuevo gobierno, para empezar hay que señalar que su media de edad ha descendido diez años y que se trata de un equipo comprometido desde el primer día con el desarrollo de una hoja de ruta explícita que, por primera vez, ya no se circunscribe estrictamente a un calendario de 18 meses (en declaraciones tanto del nuevo President Puigdemont como de Oriol Junqueras: “Nuestro objetivo no son los 18 meses sino la independencia”). El propio president la ha denominado etapa “posautonómica” o “pre-independencia” y tiene tres pilares fundamentales: el desarrollo de estructuras de Estado, un plan de choque social y el inicio de un proceso constituyente.

Puigdemont ha sido más claro que su antecesor. Mientras los que se reían de que no había pacto de gobierno en Cataluña se ven abocados a la misma situación en Madrid, hay que enfilar con un rumbo inequívoco para preparar las bases de la independencia. El primer gesto, estrictamente simbólico, ha sido prometer el cargo sin mencionar ni al rey ni a la constitución ni al estatuto de autonomía, como se venía haciendo, sino concretamente anunciando “su fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña representado por su Parlamento”. El gesto -¿simbólico también?- por parte de su majestad ha sido no recibir a la presidenta del Parlament que le iba a informar de la investidura, lo que solo había ocurrido durante algún período de convalecencia de su antecesor. Igualmente, ha sorprendido que en el BOE no se utilizara la fórmula protocolaria habitual de agradecer los servicios prestados al president saliente. Parece que la llamada “desconexión” avanza; lo que no queda claro es quién desconecta de quién.

De hecho, en la primera entrevista en la televisión pública catalana la periodista Mònica Terribas le preguntó al president Puigdemont si había recibido alguna llamada felicitándole por su nombramiento por parte del presidente en funciones del Gobierno español o de los líderes de los principales partidos del Congreso, o del rey, y la respuesta fue no, en todos los casos. Por cierto, que tampoco la había tenido todavía del lehendakari Urkullu. Anécdota o no, en los últimos años hemos ido aprendiendo que en este proceso singular, único en Europa Occidental, estamos solos y si en algún momento recibimos apoyos explícitos será un extra bienvenido.

En estos meses o años (pocos) que nos vienen por delante, es necesario incrementar el apoyo social a la independencia con gestos reales. En primer lugar, actuando para ayudar a los que tienen menos recursos, desobedeciendo las sentencias del Tribunal Constitucional contra el decreto sobre la pobreza energética, el impuesto sobre depósitos bancarios o tirando adelante la moción sobre la dación en pago aprobada en el Parlament y que fue rechazada en el Congreso. Hay que pasar de las palabras a las acciones, dispuestos a enfrentarnos con el gobierno del Estado no por una bandera de más o de menos o por una fórmula de juramento, sino a través de una partida presupuestaria o una ley que protege a nuestros ciudadanos. La nueva república, más que el concepto en sí de independencia, ha de despertar nuevos apoyos y esperanzas. Y por eso va a ser muy importante también el proceso constituyente, de base participativa, que queremos arrancar. La próxima vez probablemente no se trate de votar sobre la independencia sí o no en abstracto, sino sobre si es mejor la república que se perfila, con un texto constitucional incluido, o la actual monarquía constitucional.

Deia