Los museos tienen algo de salón de belleza. Sobre todo, los de personalidad acusada. Cuando acogen a un creador o a una corriente, aunque sólo sea temporalmente, le suelen imprimir rasgos de su estilo. Un artista que pase por el Macba saldrá con un renovado perfume social. El movimiento que sea exhibido en el MoMA lucirá en adelante ropajes que evocan las vanguardias del siglo XX. Y el que pase por el venerable y londinense Victoria & Albert Museum quizás adquiera una belleza como las que procuran embalsamadores y taxidermistas. Este último museo presenta –hasta el 15 de enero– la exposición Postmodernism: Style and subversion 1970-1990, descrita como “el primer análisis en profundidad del arte, el diseño y la arquitectura de los 70 y los 80”. Tras visitarla, reparé en que mi juventud pertenece a un pasado remoto. Más o menos como la era del posmodernismo, cuando se creyó que todo valía.
El posmodernismo nació en el ámbito arquitectónico. Cansados del rigor formal del Movimiento Moderno, prestos a reivindicar valores del lenguaje clásico y atentos a la cultura popular, algunos autores arrinconaron los dogmas de Mies o Le Corbusier. Los Venturi, Johnson o Moore hicieron lo que les vino en gana y nos legaron de todo: reflexiones libres, métodos de trabajo a veces delirantes, catedrales empresariales y pastiches enormes.
La fiebre posmoderna se extendió al diseño, el arte, la música, la moda y la “cultura de club” (ese universo nocturno, supuestamente estiloso y petardo, donde se confundió la forja de la propia personalidad con el baile de disfraces). En estos ámbitos también hubo de todo. Desde los muebles libérrimos y filosos de Memphis hasta discos de inspiración futurista, pasando por las fotos de Grace Jones que tomó Jean-Paul Goude, en las que la diva, mediante un rudimentario Photoshop de tijeras y cinta adhesiva, se convertía en estatuilla art decó… posmoderna.
Según los comisarios de la muestra, el posmodernismo se vio al poco fascinado por el dinero, el consumismo y el exceso. Se acostó con el vil metal y amaneció infectado. La inicial subversión cedió paso a la caja registradora y la insustancialidad. Andy Warhol pintó símbolos del dólar. Jeff Koons inició la prodigiosa carrera que le convertiría en unos de los artistas más ricos del mundo. Y junto al vídeo Bizarre love triangle (1986) de New Order, ahora se nos aconseja: “Lee teoría, compra cosas, sé estiloso, sé subversivo o, simplemente, levántate y baila”.
La muestra incluye también el anuncio de Jenny Holzer en Times Square Protect me from what I want (1983-1985), pero es un mero contrapunto. Casi brilla más la flecha de neón que, al fin del recorrido, señala el camino de la tienda. Yo entré en ella dispuesto a comprar el catálogo de la exposición. Y me pareció que la bolsa de plástico floreada en la que me envolvieron esta suma posmoderna olía a mortaja.
*La Vanguardia