¿Por qué indulto sí y amnistía no?

Ojalá me equivoque, pero creo que de momento la amnistía tendremos que pintarla al óleo. Al menos, no lo será como punto de partida de una hipotética investidura de un conocido vendedor de motos como Pedro Sánchez. La amnistía por los delitos supuestamente cometidos a raíz del referéndum del Primero de Octubre sólo sería imaginable después de un gran y excepcional pacto con el Estado, en el que participaran los dos grandes partidos —quizás con la bendición previa del ejército y la monarquía—, con el objetivo de iniciar la negociación para un referendo pactado y vinculante para ambas partes. Es decir, después del pleno reconocimiento de los derechos nacionales de los catalanes.

Pero, ¿por qué han sido posibles los indultos y no debería serlo la amnistía? Argumentos de técnica jurídica aparte y de invocaciones con los ojos en blanco a la Constitución de 1978, la razón me parece sencilla. Políticamente, un indulto es el perdón obtenido a discreción por quien ostenta el poder. Es decir, no sólo no cuestiona la jerarquía de poder establecida, sino que la refuerza. La condescendencia es una poderosísima herramienta de poder simbólico. Y se utiliza precisamente para ello: para conseguir recordar quién tiene el poder arbitrario para darlo, y de paso obtener el agradecimiento de quien ha merecido tanta benevolencia. Y a fe de Dios que quienes indultaron a los condenados por el referéndum consiguieron la respuesta que buscaban en un apoyo previo y posterior “a cambio de nada”, que dijo aquel jeta.

Cierto es que los indultos también provocaron recelos incómodos y críticas irritadas. Más en contra de Pedro Sánchez que de los indultados, como parte del combate partidista habitual. Las mentalidades más revanchistas podían sentirse traicionadas, pero en ningún caso se ponía en cuestión la comisión del delito ni, en definitiva, la sacrosanta integridad territorial del Estado. Y, además, eran unos indultos “revisables”, es decir, condicionados a si no se portabas lo bastante bien.

En cambio, una amnistía, políticamente, es otra cosa. Una amnistía es un empezar de cero, borrar el pasado. En este sentido, plantea problemas tanto a quien la legisla como a quien es beneficiario. Primero, existe la cuestión de si se benefician tanto víctimas como victimarios. ¿También se empieza de cero con los del “a por ellos”? En segundo lugar, está la cuestión que ha planteado Yolanda Díaz de si la amnistía debe ir asociada a un “no volveremos a hacerlo”. Y si fuera que sí -nos volveríamos a acercar más a un indulto que a una amnistía-, ¿qué es lo que “no volverían a hacer” los del otro lado? ¿No volverían a hacer un 155? ¿No volverán a cerrar un parlamento ni a convocar unas elecciones de legitimidad democrática dudosa? ¿Se terminaría la guerra judicial? ¿No habría más “a por ellos”?

Por parte de las víctimas de la represión, el independentismo catalán, la cuestión es que la amnistía nunca puede ser la renuncia a unos objetivos democráticamente defendidos. Es decir, no puede ser un punto final, sino una condición previa para poder volver a negociar el derecho a la autodeterminación, cuya negación sistemática fue la razón que condujo a la celebración del Primero de Octubre. Ahora bien, si el reconocimiento de este derecho de autodeterminación se siguiera negando, la amnistía no tendría ningún interés político de fondo, más allá del valor personal —que no es poco— de aliviar a quienes han sido y son víctimas de la guerra judicial.

Publicado el 25 de septiembre de 2023
Nº. 2050
EL TEMPS