En el primer círculo de el infierno de Dante, el más superficial porque el pecado es más ligero, están los condenados por la pasión de la carne, arrastrados por un viento furioso, y el visitante hace que una de las parejas se detenga y le salude. “Criatura benévola y amable / que, por el aire oscuro, vienes a visitar / a quienes tiñeron la tierra de sangre”, le dice Francesca da Rimini. Dante, al ver de quién se trata, pide que le explique cómo cayeron Paolo y ella (una de las parejas de los amores europeos de todos los siglos) en la pasión que los llevaría a la muerte, y aquí la narración del poeta es también un canto al poder de la lectura, a la fuerza de la literatura como impulso de la vida. Pregunta Dante: “¿Pero en el tiempo de aquellos dulces suspiros, / con qué señales, y cómo, hizo el amor / que conocisteis los inciertos deseos?”. Y Francesca explica la pasión que llegó a provocar la lectura: “Un día estábamos, por placer, leyendo / como se encendió el amor en Lanzarote; / estábamos solos, sin recelo de nada. / Muchas veces, la historia que leíamos / nos hacía levantar los ojos y palidecer; / y llegamos al punto que nos hizo caer: / cuando leímos que los labios deseados / eran besados por un amante tan alto, / éste – ¡que no se aleje nunca de mí! – / me besó la boca, temblando “. Pobres lectores. “La bocca mi basciò tutto tremante“: hay que imaginar la escena, los dos jóvenes leyendo sentados en un banco, la emoción contagiosa de los amores de Lancelot y Ginebra, y Paolo preso de temblores al leer la escena del beso y acercar él mismo los labios a Francesca. Ella recuerda, discretamente, la continuación previsible: “Y aquel día, ya no leímos más”. Eran cuñados, y el marido de ella y hermano de él los despachó ambos a puñaladas, sin ninguna consideración por los fundamentos literarios del caso. Y como la muerte les sorprendió en dulcísimo pecado, la justicia divina los hubo de condenar al infierno: el menor infierno posible, pero infierno. Así nos puede pasar a muchos de los que pecamos por excesos de lectura. Leer puede ser fatal, pero confiamos en que, salvados por el poder divino de la literatura, nos encontraremos un día en el paraíso, y que así sea. Y si no tiene que ser así, leeremos de todos modos, cualquiera que sea el resultado.
El País