EL pasado 23 de febrero presenté en la sede de la Fundación Alternativas de Madrid un informe (está en su web) que lleva por título Análisis comparativo y tendencias de las políticas culturales de España, Catalunya y País Vasco, que ha sido editado por dicha fundación (vinculada al PSOE) y por la Fundación Datautor (vinculada a la SGAE). El encargo fue elaborar un informe sobre las políticas culturales de las Comunidades Autónomas y les propuse -y aceptaron- centrarlo en un chequeo a tres espacios institucionales punteros en política cultural: España, Catalunya y C. A. de Euskadi. Se trataba de ver analogías, diferencias, divergencias o convergencias, tendencias centrifugas o centrípetas entre esos tres espacios, sin perjuicio de sus ámbitos colaborativos (más acentuados en Catalunya que en la C. A. de Euskadi tanto por razones fiscales como de posición política).
En el informe se sigue la metodología Compendium of cultural policies and trends in Europe, una metodología descriptiva discutible (por simple y desordenada, en mi opinión) pero que al haberse aplicado literalmente en casi todos los países europeos permite comparaciones útiles. También se ha aplicado en España como Estado, y en Catalunya -la única comunidad que lo ha hecho- por parte de Anna Villarroya. En mi caso, no he pretendido sustituir esa asignatura pendiente pero, con una visión más cualitativa, sí comparar los compendium español y catalán con nuestra realidad, que creo conocer, aunque no tengamos un compendium ad hoc.
En la justificación de esa elección se apunta, por una parte, que existe una cultura de Estado, por lo que uno de los agentes a analizar y chequear, es la política de la administración central y de su máximo responsable: Ministerio de Cultura (Ministerio de Educación y Cultura en otras épocas y ahora con el Gobierno del PP).
Por otra parte, la elección de Catalunya y País Vasco, con sus aspectos compartidos y diferencias, se debe a varios motivos: tienen culturas integrales con apuesta de largo tiempo por políticas culturales amplias que se quieren explícitamente autocentradas, aunque sin perjuicio de acciones cooperativas; tienen lenguas diferenciales que refuerzan el sentido de identidad y diferencia; son las comunidades más celosas de sus competencias culturales; fraguan mapas políticos bien distintos al bipartidismo de Estado, mapas persistentes con mayorías sociales continuadas de sentir nacional propio; jurídicamente son tenidas por nacionalidades “históricas” junto con Galicia; son las más avanzadas en desarrollos y experimentos político-culturales y con presupuestos económico-culturales significativos.
Del estudio de la historia de sus políticas culturales; de su administración, objetivos y principios; tendencias y normativas; financiación, instituciones y actores se deducen algunas hipótesis y conclusiones.
1. Ciertamente, hay un contagio interinstitucional en lenguaje y herramientas y podría haber sinergias y partenariados fecundos. Pero desde la disposición de competencias exclusivas y tratándose de sujetos sociales y políticos integrales, los desarrollos estratégicos por fuerza son autorreferenciales y desde criterios propios. Pueden converger las instituciones en objetivos y acciones en función de que haya en cada coyuntura intereses voluntariamente compartidos, pero es seguro que Catalunya y Euskadi seguirán con sus desarrollos culturales autocentrados. El ensayo del ministerio de proyección de una imagen única y estándar en una época ha sido defensivo y genera reacciones de esas comunidades. Que las mayorías políticas del bipartidismo rotatorio en España no tengan correspondencia con las mayorías sociopolíticas catalana y vasca no hacen sino acentuarlas. Hoy todo ello no lleva a confluir en visiones, misiones, funciones y políticas culturales.
2. La doctrina dominante en los Estados es de resistencia a reconocer los ámbitos subestatales como sujetos de relaciones internacionales más allá de la promoción de las empresas propias y de la cooperación al desarrollo. En cambio, estos buscan visibilidad simbólica, presencia política, ampliación de relaciones, oportunidades económicas, reconocimiento de la identidad cultural y política en el ámbito internacional y ejecución de políticas internas en los ámbitos externos. Si bien el Estado debe ocupar el espacio que le corresponde por derecho propio, especialmente en las relaciones culturales internacionales, no debería obstaculizar que esas comunidades también las tengan en ese mismo plano. Posiblemente, lo que tenga más viabilidad al respecto sea la colaboración, si es en igualdad de condiciones propias de las “metodologías abiertas de coordinación”.
3. Catalunya y Euskadi -desde su sentido de sociedades que son país con un proyecto propio más o menos flexible y con altos recursos destinados a cultura- tienen vocación de asunción integral de la política cultural. Han de ser el referente incluso para las acciones culturales del Estado central en esas comunidades que, sin perjuicio de sus competencias exclusivas, siempre debería compatibilizar y complementarse con las instituciones catalanas y vascas. Estas también son las mayores responsables de los resultados finales, de los aciertos y de los errores.
4. En Catalunya hay dos polos dominantes: la Generalitat y las localidades, pero también una metrópoli de peso internacional y dinámica propia, Barcelona, y todos ellos con políticas propias no necesariamente coordinadas; de hecho, en otras épocas han sido fruto de mayorías políticas distintas que interpelan en esta legislatura a un hipotético pacto cultural en tanto es un socialista quien regenta la cartera de Cultura en un Gobierno CIU. Su sistema institucional es de un gran aparataje público y una poderosa institucionalización, con una importante cantidad de funcionariado. Es la apuesta orgánica.
Euskadi, en cambio, dispone de un modelo decisional distribuido y territorialmente más equilibrado (Gobierno, diputaciones con importantes presupuestos y ayuntamientos muy cercanos a la ciudadanía). Su aparataje cultural es ligero, de coste limitado y con una apuesta por la funcionalidad pero no evita los solapamientos.
5. Catalunya y el País Vasco tienen un empeño común, pero dos estadios distintos en el desarrollo de la tendencia a la centralidad de la política cultural en la política de cada comunidad. Catalunya es la más avanzada y pionera, y ya sitúa la política cultural en la centralidad de su política institucional. Euskadi no, aunque ha acelerado la adaptación de sus políticas culturales ante los retos de la sociedad posindustrial y tiene asignaturas pendientes, especialmente la de pasar de la defensa de la cultura-signo a la cultura-creación y producción. El Gobierno vasco -este y anteriores- aún no ha apostado por especializar al país en cultura como sector; y mientras se vuelca en la innovación tecnológica e industrial (uno de los lados de la sociedad del conocimiento) con buenos resultados, no apuesta por su propia cultura, por el patrimonio, creación y producción cultural (el otro de los lados) cuando, además, es condición para el desarrollo de una cultura minoritaria y abierta. Euskadi siempre ha pensado la cultura como marca (instrumento) de la proyección estratégica del país, pero no como una proyección estratégica de la cultura misma (la histórica y la avanzada). Catalunya sí lo ha hecho.
6. En el País Vasco no hay aún una idea compartida de lo que es la cultura vasca -a diferencia de Catalunya respecto a su cultura- aunque sí cabe coincidir en algunos objetivos explícitos y en acciones -es lo que logró el primer Plan Vasco de Cultura-. La esperanza puede ponerse en la idea de que un tiempo prolongado sin violencias anudará visiones compartidas, si se producen dos condiciones: a) se preserve lo cultural de la confrontación política; y b) se la siga vinculando a la potente y sensata sociedad civil en la que pueden volcarse todas las esperanzas, puesto que ha sido ella la que, en medio de un clima irrespirable e imposible durante 30 años duros de violencia y confrontaciones, ha hecho que, a pesar de todo, Euskadi sea un país viable y Euskal Herria un hecho cultural y comunitario.