Pobreza e independencia

La Barcelona postnuclear de 2007 y la miseria endémica de 2014 están a punto de encontrarse. No lo saben pero su relación viene de muy lejos. La observación la hago desde un bocadillo de salchichón. Cojo las rebanadas y las utilizo de prismáticos. Es cuando soy panadicto cuando lo veo claro. No adelantemos cosas.

23 de julio de 2007. 10:53 hora zulú. Barcelona hace plof. Más de trescientas mil personas se quedan sin luz. Cuatro días postnucleares. Viviendas, comercios, semáforos, vibradores, maquinillas de afeitar pelos de la nariz, láser… nada funciona. La ciudad es una cueva. Los vendedores del ‘Yo ya lo avisé’ del Apocalipsis hacen su agosto. Durante semanas muchas zonas de la ciudad sobrevivirán con enormes generadores. En las calles bullanga. Imagen de Guerra del siglo XX en pleno siglo XXI. La gente protesta: Siglo I de la socialización de la cazuela. La cazuela: híbrido autóctono de vanguardia entre un tam tam de tribu y un twitter global. ¿Qué ha pasado?

De acuerdo: se encadenaron accidentes para que Barcelona hiciera paf, pero, pero… la falta de inversiones tanto de Red Eléctrica Española como de Fecsa-Endesa es un fundido en negro como país. Las empresas deben indemnizar a miles de personas. La Generalitat multa a las compañías. No hay electricidad pero sigue funcionando la energía catalana: la vela. Fiel, constante, iluminadora. Se enciende la cerilla en una calle de boca de lobo.

El 1 de diciembre de 2007 la Plataforma por el Derecho a Decidir (PDD) organiza una manifestación con el lema “¡Somos una nación y decimos basta! Tenemos derecho a decidir sobre nuestras infraestructuras”. Miles de personas. Como la manifestación que también organizó la PDD el 18 de febrero de 2006 para que se respetara el Estatuto aprobado por el pueblo de Cataluña. Entre, entre… Cataluña se mueve.

Como una bombilla de 5 vatios de posguerra que tiembla de miedo… y ¡paf! a oscuras. Y ahora me traen el bocadillo de salchichón a la mesa. Vengo de un entierro. La muerte siempre deja un agujero en la barriga: lo tienes, ves, y lo sientes. He conducido unas horas como si fuera un muñeco de trapo: alguien me ha puesto en el coche y lo ha puesto en marcha. Me espera una entrevista y un dilema ético que me abre la puerta a traición. Esto lo sabré después. Antes entro en la panadería-cafetería. Aterriza el bocadillo de salchichón para tapar agujeros. Lo trae Anna y me llena de palabras. Se enciende una cerilla. Me explica la historia del apagón de 2007: aquí ella y su marido (Toni) se hicieron independentistas. ¿Cómo? No lo entiendo. Yo, modo cerilla. Pasaban de la política, no votaban. Y plaf, a oscuras. Basta. Nada. Cerillas. Nos tratan fatal. Mixtos. Autónomos. Cerillas. Después sin trabajo. Ahora, ir tirando. Mientras monto el puzzle del estómago se abre la puerta. Aparece un hombre. Con una gabardina que se parece a una bolsa de basura. Cabellos que le caen como lianas. Mide el balanceo. Parece una estrella de rock en decadencia. Pide pan. Anna se da la vuelta y le da una bolsita. Dentro trozos de pan que sobran. Y la historia es el pan de cada día. Por un momento se me enciende esta cerilla entre el 2007 y el 2014: hermanos. Enciendo otra cerilla y otra, y otra … Y necesito tirar hacia atrás para ver más claro.

2007 y 2014 están iluminados por 1914: el nacimiento de la Mancomunitat. La primera piedra de la sociedad del bienestar. Entre 1920 y 1924 la beneficencia, la sanidad y la acción social representaron en conjunto un 26,3% del gasto toda la Mancomunitat: era la primera partida en importancia. De 1914 a 1923 tenía a su cargo 2.070 enfermos pobres y 5.448 niños y niñas acogidos en las maternidades y casas de expósitos. Se transfirieron equipamientos (asilos, hospitales y casas de maternidad): la casa de caridad y la casa de maternidad de Barcelona, la casa de caridad, el Hospital de Santa Caterina y la casa de misericordia de Girona, la casa de maternidad, el Hospital de Santa María y la casa de misericordia de Lleida y la casa de misericordia (maternidad y beneficencia) de Tarragona. Y multiplique por diez, por mil con mil campos más: las pensiones a trabajadores; los seguros a niños asilados; las bolsas de trabajo municipales, el primer servicio catalán de salud pública… ¿Y por qué hizo todo esto? Porque España no hacía nada. Como escriben los hombres de la Mancomunidad en sus informes de tristeza: “han llevado hasta hoy las diputaciones el servicio de beneficencia y el no menos lamentable y vituperable abandono en que tiene el Estado la sanidad”.

Todo esto le tocó desarrollar a Josep Puig i Cadafalch. Muerto, en 1917, Prat de la Riba, primer presidente de la Mancomunitat y el gran “organizador reflexivo” de toda esta Cataluña moderna, europea, social y libre; Puig tiene que remangarse porque, “Todo el esfuerzo por vencer la política vieja de España, renovándola y regenerándola, nos ha fallado”, y “Las cosas estatales llevan el sello de la infamia y de la maldición”. Teníamos un Estado en contra y quisimos construir un Estado propio para tenerlo a nuestro lado, del lado de todos los catalanes. Como ocurrió en 2007, como ocurre en 2014. Ahora lo entiendo. Enciendo otra cerilla. Veo que un país tiene tres patas: personas, cosas, espíritu. Las personas somos nosotros, cada uno de nosotros. Las cosas son las cosas, reales, tangibles: los hospitales, las escuelas, los ayuntamientos…

El espíritu es la actitud, los valores, el software de las personas. El espíritu, los valores, la actitud se hacen con el ejemplo. Pero sin personas no hay nada. El espíritu, los valores, alimentan las personas y gracias a ello se pueden hacer cosas. Mixtos. Cataluña siempre ha hecho cosas para los que no las tienen. Catalanismo y justicia social son gemelos. Mienten los analfabetos, los ignorantes, las malas personas que lo niegan. Anna lo demuestra: independentista y da también a los que no tienen. Como tanta otra gente.

Hace cientos de años quisimos construir un Estado porque España nos daba la espalda a todos: a los que tenían y los que no tenían. Como ahora. Por eso también debemos construir un Estado para todos. Que éste sea nuestro ejemplo. No somos ajenos a la tragedia de nuestra sociedad. Convenceos con el ejemplo.

Porque la única manera de hacer una sociedad mejor es con un Estado propio de ejemplo. Y este Estado debe ser generoso. Los primeros generosos deberemos ser nosotros. Y si nos preguntamos para qué queremos la independencia tengo claro lo que tenemos que responder. La queremos, ya no por nosotros, sino por los que vendrán. Daremos lo que tenemos ahora por los de después. Salga bien o mal les cederemos generosidad. ¿No es una razón dar a los que no tienen? ¿No es una razón querer que tengan los que aún no saben qué tendrán? ¿No es una razón? Cerilla. Cuando salgo de la entrevista estrafalaria con dolores de cabeza éticos tengo un mensaje. Una pariente mía me llama para darme las gracias por un libro que le he firmado: “Graciasssssss, graciasssss por acordarte de nosotros, que somos mayores, que te acuerdes de nosotros no sabes lo que supone…”. ¿Y cómo quieres que no me acuerde? ¡No puedo no hacerlo! Y le digo. Pero tengo que convencerle para que vote Sí/Sí porque sí, porque eso también forma parte de que me acuerde de ellos, que son mayores y están solos, porque queremos un país que se preocupe de todos: de los que tienen y de los que no tienen. Que lo vean todos. Porque ‘There Is A Light That Never Goes Out’ (https://www.youtube.com/watch?v=DRtW1MAZ32M). Hay una luz que no se apaga. Mixto.

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