La entrada masiva de personas en Ceuta y Melilla, que hemos visto los últimos días, tiene relación con el impacto social del Covid. Pero hay sin duda otras cuestiones que han pesado sobre el asunto, algunas muy profundas y antiguas. Seguro que Marruecos ha relajado los controles para facilitar el paso de una pila de jóvenes y no tan jóvenes exasperados. Seguro que Rabat juega con los emigrantes para presionar a Madrid, que no ha cometido otra ofensa que dispensar atención médica a un activista saharaui. Seguro que todo esto está presente, como ya se ha ocupado en destacar la prensa española.
Pero también está el viejo colonialismo, y el nacionalismo español más rancio. Las posesiones de Ceuta y Melilla no tienen ninguna lógica, ninguna. Ni económica, ni geográfica ni histórica ni estratégica. Son un estorbo político mayúsculo. Lo hemos visto estos días; el gobierno español ha tenido que hacer lo imposible para ocultar cualquier abuso de autoridad por parte de la fuerza pública, cuando miles de personas intentaban superar la reja de separación. Sin embargo, se han visto imágenes muy crudas, de muertos y heridos en la playa, de niños apurados, de madres jóvenes desesperadas… un auténtico desbarajuste humanitario que ningún país del primer mundo debería permitirse.
¿Es todo culpa del virus y del pérfido monarca alauí? De ninguna manera. El motivo principal por detrás de estas imágenes, la explicación de fondo real, es el viejo empeño africanista del patriotismo español. Es la obsesión persistente de pasar por potencia mundial, y de preservar con uñas y dientes estos enclaves en la costa africana, obligándose a hacer de gendarmes en una explosiva frontera con el Sur del planeta. Los defensores de la supuesta política no-nacionalista y constitucionalista enseñan sus vergüenzas cuando se habla de Ceuta y Melilla. Se acaban los argumentos y se entra en el territorio discursivo de la cabra de la Legión -la de Franco y Millán Astray-.
Que los portugueses conquistaran Ceuta en el siglo XV no parece un motivo rotundo para justificar que España continúe ocupando la ciudad; como tampoco se puede reclamar el retorno de las ciudades a cualquiera de sus históricos ocupantes, fueran fenicios, bizantinos, visigodos o árabes. La historia debe servir para conocer el pasado, no para determinar el futuro. En todo caso, aquí habría que hablar de los principios de autodeterminación, y que todos los residentes votaran democráticamente si quieren permanecer en el Reino de España.
En este sentido, sorprenden las grandes diferencias que se alegan con Gibraltar; según el nacionalismo español, aquello sí que es una colonia de verdad, a causa de un tratado entre reyes absolutistas de hace siglos. A ver, seamos serios; la única diferencia de peso entre Gibraltar y las plazas españolas es que la posesión británica ha votado varias veces para decidir cómo y con quién quieren vivir. Y esta lógica, que daría razones como puños a España, razones inapelables a la hora de frenar a Marruecos, nadie se atreve a esgrimirla. Incluso sabiendo que el sentido del voto seguramente favorecería la españolidad. España no quiere ser democrática ni sabiendo que gana.
El problema mayor, con Ceuta y Melilla, aún está por llegar. De momento, la población rifeña no ha superado a la española. Pero la tendencia apunta hacia un cambio de mayorías. Y no parece que las autoridades hagan mucho esfuerzos para acomodar estas identidades cambiantes. Si el nacionalismo español tuviera alguna neurona, desplegaría una campaña de normalización rifeña que dejara en ridículo al centralismo marroquí; cooficialidad del idioma amazigh, clases en las escuelas, historia y cultura rifeña… todo aquello que provoca pánico en Marruecos y que puede convertir las dos ciudades en referentes culturales dignas para los vecinos de más allá de la reja.
Siendo realistas, sólo hay dos escenarios de futuro posibles para Ceuta y Melilla. Uno es ir aguantando sin hacer otra cosa que repetir el discurso patriotero español; que los locales voten cada vez más a Vox y que se vaya enquistando la cosa, hasta que algún día estalle la tensión interna y el Reino de España se vaya a toda prisa y con el rabo entre piernas. El otro es poner un poco de inteligencia. Entender que la vía gibraltareña no es un engaño, sino precisamente la clave para prosperar. Conceder el máximo de autonomía económica y una identidad bicultural plena; dejar votar mucho y empoderar a los locales con una autodeterminación irrebatible. Y convertir las ciudades en dos perlas, unas Singapur gemelas que sean la envidia y la estrella deslumbrante de todo África.
¿Qué opción le parece que elegirá el Reino de España?
EL MÓN