Pierre-André Taguieff: “La nueva era de la estupidez” Jaume Renyer

Hoy, el historiador especializado en el pensamiento político contemporáneo, es entrevistado por Le Figaro a raíz de la aparición del nuevo ensayo “Le nouvel âge de la bêtise” (Éditions del Observatoire, 2023):

“La inteligencia tiene límites, la estupidez no los tiene”, ya decía Claude Chabrol. El politólogo e historiador de las ideas, Pierre-André Taguieff, cree, por su parte, que la resiliencia del imbécil ha aumentado incluso en nuestro mundo moderno. Y para citar todas estas palabras del “ismo” (neofeminismo, antirracismo, anticapitalismo, ecologismo, decolonialismo, etc.) que ocupan el debate público. Autor de una treintena de obras, el director honorario de investigaciones del CNRS publica “La nueva era de la estupidez” (Ediciones L’Observatoire).

EL FÍGARO. – ¿Por qué dedicar un libro a la estupidez?
Pierre-André TAGUIEFF.-  Nada es más banal que la estupidez, porque se confunde con la emisión de pensamientos banales, indefinidamente repetidos, y esta angustiosa banalidad la hace imperceptible para muchos, como si fuera un elemento necesario del decorado. Está integrado, por así decirlo, en el ruido de fondo del funcionamiento social, es parte del ruido del mundo, ese que ya no escuchamos en la vida ordinaria pero en el que estamos inmersos.
Podemos ver en la atracción de la semejanza la razón principal de la agrupación espontánea de los imbéciles, la fuerza motriz que los lleva a “formar una comunidad”, fenómeno observado por Schopenhauer: “También en materia de relaciones sociales, cada uno prefiere claramente al otro que se le parece”; así, para un imbécil, la compañía de otro imbécil es infinitamente más placentera que la de todas las grandes mentes juntas.
Luchamos, a veces con éxito, contra la ignorancia, el error, la ilusión y la mentira. Denunciamos o nos burlamos de los delirios, de los pensamientos enloquecidos o incluso, siguiendo a Sócrates, de los falsos conocimientos y del razonamiento sesgado de los sofistas. En nombre de la verdad luchamos también contra los rumores, los prejuicios y los mitos y, por supuesto, contra el fanatismo en sus formas religiosas e ideológicas. Pero, ¿podemos luchar eficazmente contra la estupidez, en particular contra la estupidez de quienes se supone que saben y piensan, y cómo? Esta es la pregunta que hago en mi libro. Se comprenderá que el tema de mis descripciones, de mis análisis y de mis intentos de conceptualización es sobre todo la estupidez de los intelectuales que es el tema de mis descripciones, mis análisis y mis intentos de conceptualización.

-¿Podemos definir la estupidez?
-No es fácil definir la estupidez porque, debido a la extrema diversidad de sus posibles ilustraciones (aunque claras), es difícil pasar de la percepción de ciertas semejanzas (“parecidos de familia”, diría Wittgenstein) a la construcción de un concepto, o más precisamente de un núcleo conceptual, a partir de las características comunes de los casos de estupidez identificados. Por supuesto, podemos ceñirnos a criterios simples, como la incapacidad para analizar datos o resolver problemas, que define la falta de inteligencia. Y, por ejemplo, el uso de argumentos falaces en debates políticos refleja a menudo una incapacidad cognitiva, que ingenuamente tomamos como prueba de mala fe o demagogia.
Pero no podemos dar una definición científica de estupidez, un fenómeno irreductible a los instrumentos de medición disponibles. No podemos reducirla a una simple falta de inteligencia cuyos grados podamos medir, ni siquiera a una falta de juicio. Mientras que la inteligencia es improbable, en la minoría y no socialmente transmisible, la estupidez es altamente probable, en la mayoría, socialmente transmisible y renovable. Incluso es contagiosa, por imitación o intimidación. Ésta es su superioridad. Ella parece indestructible. Difícilmente podemos esperar librarnos de ella sigilosamente. Ésta es una de las tareas del ironista.

-¿Cuáles son los ejemplos más convincentes de estupidez en la actualidad?
-La estupidez parece no tener historia. Y todavía. Jean Cocteau decía: “La tragedia de nuestro tiempo es que la estupidez ha empezado a pensar”. Esta es quizás la marca de la nueva era de la estupidez: el surgimiento de una estupidez dotada de los signos externos de la inteligencia. Y esta estupidez enmascarada también está adornada con prestigiosas referencias culturales. Está “cultivada”, digamos “envuelta”. Esta estupidez pija está en todos los medios. Esto es suficiente para desorientarnos. Razón de más para intentar comprender el fenómeno.
Hoy, en Francia, el premio a la estupidez todoterreno es para Sandrine Rousseau. Sus estallidos implican a menudo el uso sistemático de la famosa navaja suiza que es la “deconstrucción”, un gran concepto vacío que ha puesto en trance a las ecofeministas decoloniales e interseccionalistas durante unos treinta años. En LCI (1), el 22 de septiembre de 2021, el activista “radical” confió: “Vivo con un hombre deconstruido y estoy súper feliz por ello”. Este feliz “hombre deconstruido” habría, según su compañero “hiperfeliz”, “tomado conciencia de las normas implícitas” que son “construcciones sociales” que fundamentan su “posición dominante”. De este modo habría demostrado el despertar, se habría despertado. En LCI, el 23 de septiembre de 2021, pudimos leer este tweet de la activista ecofeminista, deseando explicar su declaración del día anterior: “Alguien como Emmanuel Macron no ha deconstruido la discriminación. Y eso es un problema. La deconstrucción es un proceso personal, requiere tiempo, lectura y también ganas de deconstruir los prejuicios que cada uno tenemos”.
Su estupidez es a la vez repetitiva e inventiva, y también sin fronteras. Aunque se repite mucho, porque le gusta poner clichés (una forma de permanecer fiel a sí misma), a veces sorprende. Constantemente hace demostraciones de estupidez ideológica en todos los temas de actualidad, aplaudida por los “idiotas” de su bando, que la encuentran valiente. Pero también es astuta y practica el arte de la provocación calculada que seduce a los medios de comunicación. Sin ser plenamente consciente de ello, profesionalizó, como actriz pseudopolítica, la presentación de sí misma como deliciosamente sencilla, espontáneamente caricaturizada.
Predica sin pestañear la “radicalidad”: “Hoy lo que realmente puede salvarnos es la radicalidad”. “Radicalidad”, es decir la ruptura total con el mundo tal como es, y sin demora. Se trata una vez más de “transformar el mundo” y “cambiar la vida”: Marx + Rimbaud = Rousseau. Por tanto, es un “buen cliente” para los profesionales del entretenimiento mediático.

-¿Cómo puede la estupidez de las “almas hermosas” alimentar lo que llamamos discurso de odio?
-La característica de las nuevas “almas hermosas” es instalarse cómodamente en el campo de las “buenas luchas” para recogerlas, a fin de encarnar con la firmeza requerida el Bien y lo Justo. Aquí es donde nos encontramos con la paradoja de “ismos” y “antiismos” reputados: neofeminismo, antirracismo, anticapitalismo, antisionismo, ambientalismo, decolonialismo, transgenerismo. Porque descubrimos que el odio está en todos lados en los discursos y comportamientos de estos feroces activistas que han emprendido una cruzada contra el odio y especialmente contra el “discurso de odio”. Así se crean santos y mártires de los programas de televisión, luchadores y víctimas de pacotilla.
Las “almas hermosas” de hoy toman la forma de nobles extremistas, y más particularmente la de activistas comprometidos con todas las “buenas causas” ideológicas. Habremos reconocido a los llamados extremistas “progresistas”, de izquierda o extrema izquierda, “rebeldes” en busca de “levantamientos” en cualquier oportunidad. Hay una estupidez específica entre estos extremistas, todos partidarios de algún extremo, una estupidez agravada por el fanatismo ideológico. De ahí la impresión de que los extremistas son extremadamente estúpidos. Pero esto no siempre es verdad. Porque su fanatismo les hace seguidores del principio según el cual “el fin justifica los medios”. En ocasiones están dotados de inteligencia táctico-estratégica.
Es en las filas de las “almas hermosas” comprometidas donde nos encontramos, además de los estúpidos simples y comunes, que, afectados por una “debilidad general de comprensión”, ilustran una estupidez espontánea, “simple” y “honesta” (con diferencia). la más extendida), un gran número de individuos que encarnan la forma “más peligrosa”, según Robert Musil, de estupidez: una estupidez sofisticada, “inteligente”, a veces sutil y siempre inmodesta. No una simple inteligencia, que se reduce a la incomprensión propia de una mente pasiva, sino una forma de actividad de la mente que pone la inteligencia al servicio de causas absurdas o de fines carentes de interés. Es la estupidez activa, locuaz y comprometida, incansable e inagotable de Bouvard y Pécuchet, estas “dos personas inquietas” (Clément Rosset). Porque si hay “cabezas huecas más o menos vacías”, como señaló Karl Kraus, también hay, y en gran número, cabezas huecas más o menos llenas de certezas. Certezas ideológicas, que tranquilizan o calman, o por el contrario excitan y empujan a una acción “radical”. Opio o anfetamina. Seguidores del conformismo o fanáticos con espíritu guerrero.

-¿Cómo nos permite la “ley de Godwin” analizar la estupidez?
-La “Ley de Godwin”, formulada por el abogado Mike Godwin en 1990, se refiere a que cuanto más larga y difícil sea una conversación o discusión, más probable es que una comparación o analogía que involucre a los nazis, el nazismo, Adolf Hitler o la Shoah, con miras a descalificar el argumento del oponente, es cercano a 1, es decir casi seguro. En un intenso intercambio argumentativo, gana quien logra practicar de manera eficaz, es decir creíble, la “reductio ad Hitlerum” definida en 1953, con un toque de ironía, por Leo Strauss. El “punto Godwin” designa, por tanto, una forma de abuso de las comparaciones o analogías históricas, ilustrada por la asimilación acusatoria y descalificadora al nazismo y al genocidio hitleriano de los judíos de Europa. En las controversias político-mediáticas, solemos referirnos, según el tópico, a las “horas más oscuras de nuestra historia”.
El “punto Godwin”, en su versión francesa o galocéntrica, se redefine reemplazando a Hitler, el nazismo, los nazis y la Shoah por “los años treinta”, Pétain, Vichy (y la colaboración), el fascismo (o los fascistas) y las redadas de Judíos. Las amalgamas polémicas más corrientes se forman según este modelo. Así es como, en el discurso victimista contemporáneo, se designa a los “musulmanes” como “los nuevos judíos” que también serían objeto de discriminación y persecución, mientras que la “islamofobia” ilustraría el “nuevo antisemitismo” o el “nuevo racismo”.
La forma más básica del “punto Godwin” consiste en tomar el pretexto del uso por parte de un oponente político de un término supuestamente perteneciente al léxico nazi o petainista para acusar al hablante de nazismo o petainismo. Las opiniones, creencias o expresiones pueden, por tanto, ser juzgadas como “sucias” y “manchadoras”, porque se supone que vehiculan o transmiten el Mal absoluto, lo abominable, lo intolerable.

-¿Puede darnos una ilustración de esto?
-Un ejemplo reciente lo proporciona la polémica que siguió al uso de la palabra “descivilización” por parte del presidente Macron el 23 de mayo de 2023, pero que ya había sido utilizada anteriormente, entre otros, por el “infrecuentable” Renaud Camus, en 2011, para titular uno de sus libros, lo que lo hacía inaceptable, incluso abominable, a los ojos de los lexófobos de extrema izquierda que luchan contra un vocabulario que consideran “reaccionario”, “racista” o “fascista”. Al utilizar la palabra “descivilización” para caracterizar un proceso social y cultural negativo y preocupante, ilustrado por la multiplicación y banalización de diversas formas de violencia, el presidente Macron, según sus enemigos políticos, habría aportado de mala gana pruebas de que era “reaccionario” y que lideraba una intolerable política “vertical y autoritaria”. Semejante inferencia es un buen ejemplo de estupidez. Habría bastado simplemente concluir que Macron a menudo varía, pasa de una posición a otra, es políticamente correcto y coquetea con lo verbalmente incorrecto.
Los gritos del pueblo permanentemente indignado atestiguan la impregnación de la izquierda francesa por el neopuritanismo ‘woke’, que implica un centrismo léxico paranoico consistente en ver en las palabras sólo armas, amenazas o trampas, o incluso pistas o pruebas de proximidades, lealtades o complicidades infames. El activismo neoizquierdista se reduce hoy, esencialmente, a denunciar y condenar públicamente tales “discrepancias de lenguaje”, asimiladas a faltas morales. Así funciona la nueva visión policial de la historia. La policía del pensamiento se ha transformado en policía del lenguaje. El hipermoralismo intimidante es un poderoso factor de estupidización.

-¿Cuál es la mejor cura para la estupidez?
-La estupidez es inagotable e irrefutable. Y sin remedios. Sin embargo, hay que vivir con la estupidez, pero multiplicando los tabiques estancos. Sólo podemos mantenerla a distancia, tomarla como objeto de análisis o como blanco de una ironía burlona. Tienes que reírte de ella cuando no la puedes evitar. Así es como podemos dañar la estupidez, sin perder el tiempo con ella pero sin poder esperar nunca hacerla desaparecer, es decir, silenciarla.

(1) LCI. https://www.tf1info.fr/direct/

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