El periodismo es una pata fundamental de los sistemas democráticos. No está previsto en la estructura jurídica del Estado de Derecho. Pero lo es hasta el punto de que sin libertad de expresión las sociedades democráticas estarían cojas. El presidente Jefferson decía que prefería periódicos sin gobierno que gobierno sin periódicos. De hecho, el periodismo se ocupa de explicar lo que pasa, sin ocuparse demasiado de las consecuencias de la realidad que cuenta.
Un buen periódico es una nación hablando consigo misma, decía Arthur Miller en 1961. Diez años después, dos reporteros del Washington Post escribieron una serie de artículos que hicieron dimitir al presidente Nixon. Esto pudo pasar por que había unos periodistas que trabajaban con rigor, que preguntaban, tenían buenas fuentes y publicaban lo que sabían. Pasó por que había un director que les apoyaba. Y, sobre todo, por que había una empresaria, Katherine Graham, que aguantaba las presiones de la Casa Blanca y de todo su poderoso entorno.
Eran tiempos en los que los periódicos en las sociedades democráticas pedían cuentas a los gobiernos y las empresas. Los diarios marcaban la agenda de todos los medios de comunicación. Los sistemas democráticos necesitan ventanas para respirar. No basta con acudir periódicamente a las urnas. El equilibrio de poderes, ejecutivo, legislativo y judicial no son mecanismos que funcionan de forma automática.
Estas ventanas abiertas llevan resfriados, especialmente para los que se ven en un gran titular o bien son filmados mientras cometían una acción detestable. Günter Grass decía a raíz de sus memorias que la escena mediática alemana “no es superable en infamia”.
Manu Leguineche, corresponsal en la guerra de Irak contra Irán, mostraba su pesimismo en un encuentro con otros periodistas por el cúmulo de desgracias, muertes, injusticias que se vivían a diario en ese largo conflicto. No puedo más, les venía a decir. Y uno de los presentes le replicó: Tú explica lo que ves que la historia ya dirá lo que ha pasado.
La historia no se hace, sino que se rehace, decía Vicens Vives. Una buena guía para hacer y entender el periodismo es viajar con Kapuscinski y sus lecturas de Herodoto. Heródoto explicaba lo que veía y escribía largas crónicas en forma de libros. Flavio Josefo es el que narra la destrucción de Jerusalén en el año 70, junto a Tito que después se convertiría en emperador de Roma. Uno de los primeros casos que conocemos de periodista a sueldo del poder político. Pero sus Guerras Judías son imprescindibles para conocer la historia de Palestina en el primer siglo.
La historia y la crónica periodista caminan juntas, a veces de forma inseparable en el momento de los hechos, luego el tiempo pone cada cosa en su sitio. La República y la guerra civil españolas son un buen ejemplo de ello. Miles de libros, millones de crónicas recogen visiones contrapuestas. Ninguna de ellas fija la historia, pero ayuda a entender el momento determinado. Todavía hoy buscamos la memoria y el memorial democrático. Lo que decía la ‘Veu de Catalunya’ o ‘L’Humanitat’, La Vanguardia y el Sol o el Debate no nos serviría como referente único, pero no podemos rechazar ninguna. Joan Sales, Orwell y Arturo Barea escriben tres crónicas en forma de libro que son una aproximación a lo que pasó.
El periodismo y la historia, a veces, viven los hechos juntos. Churchill era protagonista y relator. Escribía su propio secuestro y su propia liberación en la guerra de los Boers.
Stanley busca a Livingstone por encargo del Daily Herald de Nueva York. Y lo encuentra en las cataratas Victoria y dice una frase que ha pasado a la historia: ‘Dr. Livingstone I presume’. Un momento histórico, consecuencia de un encargo periodístico. Mirando la historia mundial de los últimos dos siglos se ve que aquellos países en los que ha habido más libertad de prensa son los que más han prosperado en todos los sentidos. A veces se puede pensar que el periodismo puede parecerse a las bandadas de estorninos que se apoderan de un árbol, lo despluman de sus frutos y a continuación se trasladan a otro sin solución de continuidad.
No es el periodismo el que hace historia sino lo que mantiene a una sociedad en estado de permanente excitación. Un hecho insignificante puede llegar a ser muy relevante. Periódicos, radios y televisiones lo comentan, lo analizan y magnifican. Parece que no pase nada más. Todos quieren aumentar sus audiencias satisfaciendo la curiosidad insaciable de la opinión pública. Cuando un tema se agota sale uno nuevo. No se acaba nunca de vivir una existencia que podría ser temeraria. Cuando los periódicos llegaban tarde, al día siguiente, se esperaba la crónica, siempre verdadera y auténtica.
Lord Beaverbrook, uno de los grandes empresarios de prensa británicos, hizo colgar en sus redacciones de Fleet Street un cartel que decía: ‘Haced como si el mundo se hubiera creado esta mañana’. Es imposible saber todas las claves de las actuaciones públicas que tienen repercusión en la vida de las personas. Una de las cualidades más valoradas del informador o del creador de opinión es la modestia que lo hace consciente de que transmite noticias y opiniones tal y como las ve en un momento concreto y que sabe que las tiene que modificar siempre que salgan nuevos elementos que le obliguen a cambiar la información.
Si consultan la hemeroteca de La Vanguardia verán que el 25 de enero de 1939 titulaba en primera página: ‘No pasarán’. El día 27 daba la bienvenida a Franco en Barcelona. Las cuestiones verdaderamente importantes de la política son las cuestiones de fondo, las tendencias generales. Las cuestiones importantes son aquellas que no salen en los periódicos y que se analizan una vez han pasado.
El periodismo, en todas sus formas, deja rastros superficiales o profundos, que no son ni definitivos ni necesariamente auténticos. Son pistas, estados de opinión, impresiones, hechos que se han de relacionar y ponerse en un contexto. Todas las democracias han dispuesto, al margen de sus legisladores, de voces y pensamientos independientes que velan por el estado moral de la sociedad y son los ojos clínicos de la libertad. Estos “espectadores comprometidos”, en palabras de Raymond Aron, ejercen un control del Estado, siempre tentado por maquiavelismo, y ante la sociedad, siempre tentada por el servilismo voluntario.
Cabe recordar el caso emblemático de Emile Zola. Fue un momento de gloria en la conciencia humana como lo fue en su tiempo el libro que Voltaire consagró al affaire Calas, defendiendo a un personaje de Toulouse que era víctima de la justicia arbitraria. Zola puso de relieve el antisemitismo en la Francia en el siglo antepasado en su célebre artículo ‘J’Accuse’ publicado en el diario L’Aurore que permitió la liberación del coronel Dreyfuss que fue condenado por ser judío. Voltaire lo hizo defendiendo una causa justa dos siglos antes.
Ni la oligarquía política administrativa, ni la inteligencia orgánica bienpensante, pueden ocupar el lugar de la opinión independiente e ilustrada, adherida a la libertad porque es la vía respiratoria de la sociedad. Dice Marc Fumaroli en un libro traducido recientemente al castellano con el título de ‘El Estado Cultural’ que “esta presencia en las democracias liberales de espíritus libres, elocuentes y lúcidos, es necesaria por completo ya que sus costumbres, animadas por el confort, los transportes fáciles, las protecciones y seguridades de todo tipo, segregan la misma pasividad cívica que llevó a su perdición a las antiguas repúblicas”. ¿Qué es sino pasividad cívica cuando contemplamos la realidad desde la televisión, la red y los medios como si se tratase de una obra de teatro?
El periodismo de una sociedad libre explica la situación y el estado de opinión en un cierto momento. También explica la propia sociedad y su tradición democrática. En Estados Unidos y en Europa los buenos trabajos periodísticos son premiados con el Pulitzer, con el Príncipe de Asturias, con el Ciudad de Barcelona, etc. Y en Rusia los periodistas críticos simplemente son eliminados. Anna Politvoskaya y Paul Klebnikov fueron oportunamente asesinados. La primera a tiros y el segundo envenenado. Durante mucho tiempo, se podía diferenciar el modelo anglosajón y modelo continental de periodismo. Ahora, se están acercando hasta el punto de que la diferencia es mínima.
En Inglaterra hay un periodismo de gran calidad. Pero tiene más éxito, es leído por más gente, el periodismo populista, amarillo, hecho para el consumo rápido, una especie de fast food de la comunicación, que no tiene ningún vuelo. El modelo anglosajón lo quiere saber todo y no se detiene en las fronteras de la intimidad y la privacidad de las personas. Una relación sentimental secreta de un personaje público ha sido siempre examinada hasta los detalles más íntimos. Lo hemos visto últimamente en el trato que ha recibido la Familia Real. Hasta el punto que el padre del que era compañero de Lady Di se permitió decir que aquel accidente en un túnel de París había sido un complot organizado por los servicios de inteligencia del Estado. ¿Ha debilitado la institución monárquica en Inglaterra? No estoy seguro, pero pienso que no.
El modelo continental se ha roto en Francia. Recuerdo que Michel Rocard era primer ministro a finales de los años ochenta cuando se divorció. Era hugonote. Convocó una rueda de prensa para hacerlo público. Al día siguiente fue publicado de forma insignificante en los periódicos de París. François Mitterrand tenía una hija natural. Muchos periodistas bien informados en Francia lo sabían. Pero no se publicaba. Al terminar su segunda presidencia, Mitterrand decidió hacerlo público y se dejó retratar con Mazzarine, de 19 años, al salir de cenar de un restaurante. La diferencia de los tiempos es evidente. La relación inicial de Nicolas Sarkozy y Carla Bruni salió primero a los medios que de forma oficial. También los supuestos problemas de la pareja.
El cambio ha venido para la socialización de la información, para el acceso universal a todo lo que pasa. La red ha cambiado los parámetros del periodismo hasta el punto de que cuando un hecho es conocido por todo el mundo, es todo el mundo el que interviene y actúa, opina, envía informaciones. Es una revolución de gran alcance. Las informaciones y opiniones ya no son patrimonio de nadie. Yo veo 3 × 24, CNN, BBC y Al Jazeera. Depende de los temas y de la procedencia geográfica de las informaciones.
El borrador de la historia es cada vez más confuso, más complejo y más plural. Es positivo en muchos aspectos. Pero es preocupante porque no hay un marco jurídico que pueda regular todo. De todos los medios tradicionales, los periódicos son los que tienen más que perder debido a la redacción universal que está en marcha. No tiene mucha calidad. Pero es la que va formando la masa crítica de la opinión pública en el mundo.
Internet es más revolucionario que Guttenberg con la invención de la imprenta. Es más revolucionario porque llega a más gente. En toda la humanidad. La sociedad global cuenta con millones de nuevos periodistas que no se han graduado, que no saben de escuelas, pero que participan en los debates, dan noticias, relacionan, critican. Los editores que antes se pasaban la vida hablando con los directores y los periodistas sobre los contenidos del producto ahora se concentran en reuniones con ejecutivos, inventando promociones y recortando gastos. El gasto más invisible es el del talento que a veces no va ligado a la audiencia. Miren como ha bajado el nivel de preguntas en los programas de televisión basados en concursos.
Mientras la redacción universal avanza, los medios tradicionales viven una dinámica en la que lo que importa es el negocio y el poder. La opinión pública no es un mercado en el que se venden y compran las ideas, sino un lugar contaminado por los que hacen negocio con las noticias y las opiniones. En 1920 Walter Lippman escribió “Liberty and the news”, un texto que es obligatorio conocer (se puede encontrar en Internet). Lippman, ‘that is the day it was’, entró a la administración Wilson en 1917 como jefe del servicio de propaganda de la guerra. Hizo un informe sobre la manipulación de la información. Y dimitió. Durante el macarthismo escribió que la “crisis actual de las democracias occidentales es una crisis del periodismo”.
Esto se podría decir hoy también. La libertad y la veracidad del periodismo respecto del poder y respeto de la misma praxis profesional está en el punto de mira. Si falla el buen periodismo también falla la democracia. Si las complicidades entre el periodismo, la política y las finanzas no se eliminan lo que está en peligro es el progreso, la verdad y la sociedad libre.
http://www.foixblog.com/2012/11/23/periodisme-poder-i-llibertat/