Peio J. Monteano Sorbet Historiador y sociólogo. autor del libro ‘Del euskera al castellano’
“A principios del siglo XVII ocho de cada diez navarros hablaban el euskera”. El nuevo libro de Monteano, a la venta el domingo con el periódico, ofrece “historia cuantitativa”
Peio J. Monteano, con un ejemplar de su nuevo libro que se vende este domingo junto al periódico. Javier Bergasa
Peio J. Monteano (Villava-Atarrabia, 1963), licenciado en Sociología y doctor en Historia, entre otros jalones curriculares, publica Del euskera al castellano, a la venta por 16,95 euros este domingo 24 de noviembre junto al periódico. El ensayo, editado por Mintzoa, aborda la pérdida de la hegemonía del euskera en Navarra, la Alta y la Baja. Monteano ha recurrido al estudio de interrogatorios fiscales de entre 1550 y 1600 donde participaron dos millares y medio de navarros y navarras de testigos, extrapolando su competencia lingüística como en una investigación demoscópica. “Es lo más parecido que podemos tener a una grabadora para oír la voz de la mayoría social” de aquella Navarra, señala. Este libro se presenta como “un viaje a la Navarra del Renacimiento imprescindible para quienes desean conocer nuestro pasado y entender nuestro presente. “Por volumen demográfico e importancia económica Navarra fue el buque insignia del mundo vasco”, destaca el autor.
“A principios del siglo XVII, ocho de cada diez navarros y navarras hablaban el euskera y al menos cinco de ellos ni siquiera entendían el castellano”. Datos muy relevantes sobre nuestra historia.
Uno de los aspectos más relevantes del libro es que indaga en la historia cuantitativa. Dice qué pasó y con qué intensidad. Una lengua que era la propia para el 80% de la población era prácticamente la lengua de Navarra. Ha habido más, pero el euskera era la hegemónica. Esa cuantificación nos hace reflexionar. Si a principios del siglo XVII Navarra era vascohablante, ¿qué pasaba aquí en la Edad Media? Tenemos la distorsión de equiparar lenguas escritas con lenguas habladas.
Desglosa Navarra por zonas y ámbitos sociales. En la Ribera lo que había eran comunidades de vascohablantes por razón de trabajo.
Efectivamente. El libro tiene un gran contenido demográfico. La Ribera recibió aportes del norte de Navarra, vascohablante, y también de otros territorios vascohablantes que no pertenecen a Navarra, que se fueron instalando allí, donde lo siguieron hablando en lugares de arraigo por lo menos en una o dos generaciones más y en determinados ámbitos. La lengua de la calle era el castellano en esas zonas, pero en los procesos judiciales se detectan grupos que sabemos que hablaban entre ellos en euskera, y además se encuentran monolingües, cosa que es sorprendente, sobre todo en el ámbito ganadero y también de la construcción.
El castellano era un elemento de poder, aunque no solo el euskera fue de las clases populares.
Los pamploneses que hablaban castellano en este periodo hablaban también euskera, según ámbitos de uso. El euskera no tenía ningún tipo de desprestigio social. Simplemente en estas clases sabían que para ciertas cosas había que utilizar una lengua, y para ciertas otra. Aquí también había un prestigio del euskera, una lealtad a la lengua por parte de las clases populares que explica cómo teniendo un conjunto de desventajas, por así decirlo, como la falta de un apoyo institucional o político, la carencia de una estandarización de la lengua y de un sistema educativo, un sector de la población sentía la lengua como propia y se resistió al cambio. El euskera siguió muy vivo y muy potente hasta finales del siglo XVIII, hasta cuando se ponen en marcha los sistemas educativos, la escolarización masiva.
Vivimos en un contexto histórico donde el euskera está recuperando parte del pulso, pero ese proceso fue inverso. Debió ser duro para los euskaldunes monolingües.
También ocurrió en Irlanda, Bretaña u otros países, el proceso se aceleró muchísimo por el deseo de los padres de proporcionar un futuro mejor a sus hijos pasaba por que aprendieran otra lengua. El bilingüismo era un estado intermedio en el proceso de cambio, y prácticamente se vieron forzados a hacer eso. Había una coerción social que empujaría a esa gente al cambio de lengua. Cuando el proceso se aceleró el euskera iba prácticamente al colapso a ese ritmo, y se produjeron reacciones, y aunque no lo trabajo en el libro, nos encontramos con que la clase social que primero abandonó la lengua, como la burguesía, fue la que al menos en parte recogió el testigo de la recuperación de la lengua.
Habla de un episodio en 1645 en Pamplona sobre la elección del párroco de San Cernin. El paisaje se dividió entre partidarios o no del euskera como requisito. Inevitable trazar paralelismos…
Algunos de los argumentos entonces los he oído repetidos en mi vida particular. El proceso es muy revelador en un ambiente urbano y lo han trabajado mucho otros autores. Yo recurrí al original por aquello de ver si se habían dejado algo, y efectivamente había aspectos para mí muy significativos sobre los que otros historiadores no repararon. No se dice que la gente no sepa euskera. Se decía que como ya entendían castellano, para qué se les iba a atender en su lengua…
Enunciados escuchados también en este siglo XXI…
Sí, sí, esa actitud la hemos visto y conocido. Estos procesos funcionan como un termómetro social, y vemos la resistencia y la lealtad a la lengua de ciertas clases y otras características que a mí me recordaban a los padres que tienen angustia porque sus niños ahora aprendan inglés como sea, porque parece que les abre las puertas de un futuro mejor.
“Los navarros de la Alta y de la Baja Navarra constituían casi la mitad de todos los hablantes que tenía el euskera en la época”. Casi nada…
Es un aspecto que ya desarrollé en un libro previo, El iceberg navarro, que puede servir para contextualizar este. Por su volumen demográfico e importancia económica, Navarra fue el buque insignia del mundo vasco, y eso se reflejó en un montón de cosas. Los intentos de estandarización de la lengua se dieron en Navarra, en las dos Navarras, siguiendo dos modelos distintos. En la Baja Navarra fundiendo dialectos y en la Alta Navarra elevando a dialecto estándar el que se hablaba en Pamplona.
El suyo parece un trabajo de una vida. Debe ser muy satisfactorio generar memoria sobre nuestro pasado lingüístico, con una mirada también al presente.
A veces a los historiadores nos da la sensación de que estudiamos cosas que no le interesan a la gente. Concibo la historia como una mirada desde el presente al pasado para hacernos preguntas, y nuestra sociedad se pregunta y debate sobre nuestro pasado lingüístico.
El tema es de calado…
Por lo tanto aportar datos objetivos o por lo menos contrastables con la disciplina histórica me parece importante, independientemente de que la capacidad de penetración argumental donde hay cierta polarización depende un poco de la importancia que le dé la gente. Yo creo que en el presente uno puede mantener las ideas que quiera, dependen de muchas más cosas que los argumentos históricos, pero eso no te puede llevar a obviar o a distorsionar lo que has sido. En Navarra el euskera ha sido muy importante, un signo de identidad, y en su momento Navarra, navarro y vascohablante eran equivalentes. Cada uno en el presente puede posicionarse sobre la recuperación de la lengua, pero no olvidar ni distorsionar el pasado.
Una reflexión final.
Este libro es una mezcolanza al hilo de mi formación de historiador y sociólogo. Es decir, procesos sociales, área de estudio que aquí no se ha practicado, pero que tiene mucho trote sobre todo en el mundo anglosajón, sobre comunidades que cambian de lengua como Finlandia o Irlanda. Es historia cuantitativa, porque a veces hay que dimensionar las cosas. El euskera no fue una más de las lenguas de Navarra, el 80% lo hablaba.
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