El “impensable colonial” es una fórmula que define el momento más agudo de la batalla por la independencia, cuando la metrópoli se encuentra forzada a encararse con lo que es impensable: que la colonia va dejando de ser, o ya ha dejado ser, una parte “de su cuerpo”. Y de qué manera reacciona: sirviéndose de los esquemas imaginarios que había instituido en el pasado y que, efectivamente, le sirvieron durante años para legitimar su poder.
Es una reacción psicológica y política que Edward Said estudió bien, desmontando a mi querido Camus, y que el movimiento anticolonial siempre ha reclamado que se debe tener muy en cuenta. Porque el mecanismo es muy simple, demasiado, pero para frenarlo requiere tener la cabeza clara.
Funciona así: en el momento que lo empieza a ver todo perdido, el poder colonial endurece brutalmente la represión ya la vez invoca -a la desesperada y en nombre de la objetividad, la razón y el buen sentido- todos los estereotipos que habían servido para mantener engañada a la población local durante décadas. Para ver si todavía funcionan. También critica farisaicamente los aspectos más impresentables de la aventura colonial, pero sólo con el objetivo de crear una ficción de centro natural en el que ellos se instalan. Y al mismo tiempo dispara toda la artillería imaginable contra los “salvajes irracionales”. Utiliza todo el estereotipo según el cual lo que queremos hacer es imposible porque no queremos entender cómo el mundo o, peor aún -peor porque si llegan aquí ya asoma el racismo- porque nosotros, a diferencia de ellos, somos incapaces de saber cómo va el mundo y de entenderlo, por razones congénitas.
El lector sabe que sostengo que no se puede rematar el proceso de independencia sin asumir profundamente el discurso y la experiencia anticolonial. Y en este caso, en la situación en que nos encontramos ahora mismo, esto viene como anillo al dedo. Porque la respuesta la escribió hace muchos años Frantz Fanon: en una situación colonial, la objetividad y la razón no son nunca neutros, siempre van dirigidas contra el colonizado.
Y eso lo veremos ahora. En el mitin del Liceo, ya pueden contar con que Pedro Sánchez se refugiará en este discurso de la objetividad, de la razón y del sentido común. De la necesidad de abrir un camino entre los errores del colonialismo más duro, el del PP y Vox, y la estridencia de estos “salvajes” que somos los independentistas, que no renunciamos a nada. No sé si se atreverá a traducir esto en propuestas concretas, pero, si vale de ejemplo, ayer el ministro Iceta dijo que él llevaría a la mesa de diálogo la reforma de la constitución española en términos federales. Que es un ejemplo insuperable de estereotipo gastado, de viejo collar de cuentas que impresionaba a los indígenas en la época de Pujol y Maragall, Pero que hoy es tan ridículo que no vale la pena ni gastar una sola línea de texto para rebatirlo.
Venimos de un par de semanas en que el desencanto se ha instalado en el movimiento independentista, debido al comportamiento de los partidos que lo representan en el parlament y de la nueva ola de represión. El pacto de gobierno aguado; las tribunas primero de Oriol Junqueras -según El País pactada con el PSOE hasta el más mínimo detalle, incluso el diario donde debía publicarse- y después de Jordi Sánchez, que coincidían ambos en desprestigiar el Primero de Octubre; la sentencia contra Marcel Vivet, en donda hemos visto que los partidos que, como miembros del govern, hacen de acusadores contra él, en el Parlament se permiten hacer declaraciones tan grandilocuentes como vacías; el robo premeditado contra Mas-Colell, Royo y todos los demás; o ayer, todavía, la última vuelta del dirigente de Esquerra -capaz de decir, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que aquellos indultos que había dicho que ya se los podían poner donde les cupieran, ¡ahora resulta que son una victoria de el independentismo!
La duda del ciudadano de a pie es normal, al ver esta falta de liderazgo y tanta estulticia. Pero los independentistas haríamos mal si nos dejáramos llevar sólo por este sentimiento y no nos situásemos colectivamente en el punto exacto donde estamos. O, mejor dicho, si no entendiéramos el punto justo donde está la metrópoli.
Porque, mientras todo esto ocurría en casa, hay una serie de hechos que han golpeado profundamente a España y su visión sobre qué puede hacer y qué no puede hacer con Cataluña. Con consecuencias muy importantes. El 52% de voto independentista en las elecciones, por ejemplo. Pero también la concreción, que tanto ha costado ver, de la larga batalla judicial europea emprendida en 2017. El retorno de la inmunidad por la vía judicial al president Puigdemont y los consejeros Comín y Ponsatí, por ejemplo. Y sobre todo la constatación de que ya no pueden frenar la condena europea por lo hicieron ellos entonces, no por lo que hicimos nosotros.
No es casualidad, pues, que Sánchez pronuncie el mitin horas antes de que el Consejo de Europa vote un documento que, como explicaba ayer Josep Casulleras, deja a España al borde de una condena escandalosa por la violación reiterada de derechos fundamentales y exige oficialmente el fin de la represión. Porque es en esto, y en todo lo que implica, donde está la clave de la repentina prisa por los indultos y del improvisado cambio de guión del gobierno español. De un gobierno español que encaja muy mal el hecho de que España esté tan mal vista en Europa y en el mundo -basta recordar el humillante paseo con el presidente Biden en la cumbre de la OTAN.
Pedro Sánchez es culpable del 155 y de todo aquello que se deriva del mismo. Si el PSOE se hubiera negado a invocar este artículo, el PP no se habría atrevido a aplicarlo. Sánchez también prometió en la campaña que los presos cumplirían la condena íntegra y que él “traería a España” al president Puigdemont. Y su fiscalía ha obstaculizado hasta la obsesión el tercer grado y cualquier beneficio posible de los presos. Pero ahora, de repente, la cosa se ha vuelto como un calcetín. Y no en una línea sensata y comprensible, coherente -por ejemplo, aprobando la ley de amnistía, para la que tiene suficientes votos y de sobras en el parlamento español. No. Ha cambiado de la noche a la mañana y por pura necesidad. Tanto, que cuesta mucho pensar que todo ello sea una evolución ideológica, de un repensamiento estratégico. Más bien todo huele a maniobra de improvisación inducida por el pánico de la votación de Estrasburgo de este lunes y de todo aquello que irá cayendo después en cascada.
La cosa es tan improvisada, de hecho, que incluso pierde de vista la prudencia más elemental. Cuando Sánchez anunció el acto del Liceo, la redacción de VilaWeb telefoneó al teatro para confirmar el anuncio y no sabían nada. El ‘bwana’ del salacot no tiene ninguna necesidad de pensar en estas minucias: ya se adaptarán los indígenas. Pero a los pocos minutos me pregunté a mí mismo: ¿a quién se le ocurre hacer un acto tan provocador como éste en el Liceo de Barcelona, en un lugar tan laberíntico y de tan difícil acceso por poco que cuatro, cuatrocientos o cuatro mil manifestantes se propongan impedirlo?
Y la respuesta, simple y directa, la da Aimé Césaire cuando explica que el gran problema del colonizador es que apoya toda su actuación sobre una jerarquía inamovible en la que él siempre es el superior. Simplemente no puede pensar de otra manera y, por tanto, no es capaz de adaptarse a la realidad, ni de entenderla, cuando, finalmente, aparece en el horizonte el momento del “impensable colonial” y cuando dejan de valer los viejos esquemas imaginarios, aquellos collares de abalorios gastados con la que jugó durante tantos años y le sirvieron de muleta para legitimar su orden y su poder. Este poder que imaginaba eterno, pero que ahora, en nuestro caso gracias al espacio jurídico europeo, ve como se desmorona sin remedio, ante sus ojos atónitos.
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