Paz…, Paciencia

Se entiende la ansiedad de quienes se encuentran implicados en el proceso de normalización de Euskal Herria, cuando el paso de los días no trae modificaciones en la situación de tensión permanente en que vive nuestro Pueblo. Se habla del proceso de paz como si ésta pudiera derivarse del simple mantenimiento de conversaciones entre quienes se han erigido en los interlocutores más importantes de las partes, en nuestro caso el Gobierno Español y la organización armada E.T.A.. La frustración social generada por la falta de resultados concretos, que puedan abrir una nueva perspectiva al sufrimiento colectivo, se traduce de manera inmediata en pesimismo y temor de que el inactivado proceso pueda romperse antes de iniciarse. A decir verdad, no deberíamos tener demasiadas expectativas de que a medio plazo se produzcan novedades destacables.

Podríamos afirmar que nos encontramos en una fase descendente -una depresión- dentro de lo que será probablemente un largo proceso con frecuentes altibajos, en los que el desánimo sucederá a la esperanza. Cuando me refiero a largo proceso quiero dar a entender que la paz no puede ser otra cosa que la satisfacción de las expectativas sociales en relación a los problemas históricos que se han manifestado a lo largo de siglos en el presente enfrentamiento entre España y Navarra -Euskalerria- Por el momento los protagonistas quieren ser el Gobierno español y la organización armada E.T.A.. El Gobierno español asume la representación del conjunto nacional español, en tanto la misma E.T.A. habla por sí misma con un apoyo social de ciertos sectores de la sociedad vasca difíciles de delimitar. El Gobierno español tiene varios objetivos; el primero consiste en dirigir la situación general de tal manera que no tenga lugar en manera alguna un proceso que pueda a la larga abocar a la independencia de Navarra. Desde luego, E.T.A no se encuentra en condiciones de imponer a España el inicio de tal proceso. El otro objetivo perseguido por el Gobierno español es de una practicidad más inmediata. Persigue conseguir la disolución de E.T.A. haciendo las mínimas concesiones de entrada, como puede ser la resolución del problema de los presos.

También busca el Gobierno español no tener que hacer concesiones importantes en el terreno de transferencias de carácter político que puedan consolidar una base de autogobierno sólido; futuro instrumento que en su caso podría facilitar el paso a la independencia. Por lo que se refiere al primero de estos dos objetivos, es claro que la colectividad nacional española coincide con la perspectiva de su Gobierno y en esta materia no es más radical el P.P. que el P.S.O.E.. Si algo conoce bien el viejo franquismo es que los socialistas son tan nacionalistas españoles como los que más. Otra cosa es la situación enojosa en la que se encuentra el P.P. ante el temor de que sus competidores sean capaces de resolver una situación en la que ellos fracasaron tan estrepitosamente por su pertinacia en la utilización de las viejas formas de la Dictadura franquista.

En su estrategia dirigida a alcanzar la rendición de E.T.A., los actuales responsables políticos del Estado español se han permitido el lujo de no hacer ningún gesto de disensión. Más aún, han llevado a la izquierda abertzale, en tanto que fuerza que se reclama más próxima a los planteamientos de la organización armada, al límite de su capacidad de condescendencia, mediante las agresiones judiciales y administrativas de que ha sido objeto el mundo abertzale en general. Probablemente el Gobierno español no busque la ruptura de la tregua, pero sí desgastar la capacidad de resistencia de la Organización armada y exasperar a quienes confían en que se llegue a un acuerdo más inmediato de una posible negociación entre las partes implicadas. La posibilidad de una ruptura de la tregua colocaría en una apostura incómoda a E.T.A. y el Gobierno español demostraría a los españoles capacidad de no ceder. La ventaja más clara para el mismo Gobierno puede ser la posible debilidad de E.T.A. en el momento presente, acrecentada con la frustración de los sectores abertzales que desean el final de la lucha armada como estrategia válida en la actualidad. Un previsible incremento de la tensión, derivada de un desenlace fatal, por ejemplo, en el caso de De Juana Chaos y otros episodios no tendrían mayor trascendencia a medio plazo. El esfuerzo movilizador que seguramente se promovería sería pronto reabsorbido y los platos rotos los pagaría la izquierda abertzale, en tanto el desánimo ganaría a los sectores soberanistas que confían en una solución. Con tales datos parece improbable que se llegue en corto plazo a ninguna decisión. El Gobierno español tiene en sus manos las más importantes bazas, mientras E.T.A juega apremiada por el tiempo, situación esta propicia a decisiones inadecuadas. Parece difícil que la organización arranque a España concesiones apreciables, en tanto la premura por obtener resultados se puede traducir en fórmulas de rendición, en mayor o menor medida encubiertas. Tampoco parece probable esta alternativa.

Se impone la necesidad de plantear un cambio de perspectiva. Un cambio que permita a las fuerzas soberanistas tener autonomía de movimientos. Hasta el momento actual estas fuerzas no se han mostrado capaces de intervenir, por centrarse el interés fundamental del proceso en el mismo protagonismo de E.T.A.. Se ha insistido tanto en la imagen de la paz como el simple desarme de la Organización que la perspectiva de la cuestión ha quedado totalmente descentrada. En principio parece claro que contemplamos la consecución de la paz como resultado de un largo proceso que modifique en profundidad las actuales coordenadas en las que se localiza el contencioso que España mantiene con Navarra -Euskal Herria-. Pero si se cuestiona el protagonismo que pretende mantener E.T.A. como fuerza más relevante de la lucha nacional, es obligado que el conjunto de fuerzas soberanistas modifiquen igualmente sus estrategias actuales. La legitimidad para erigirse en portavoz de Nuestro Pueblo quizás no corresponda a una opción que reclama la solución armada, pero tampoco puede atribuírsela quien la ha obtenido mediante mecanismos diseñados por el adversario nacional, como es en nuestro caso España. Éstos podrán representar con mayor o menor fidelidad la realidad social, aunque son inadecuados como instrumento para la reconstrucción nacional. Se entiende que se actúe con sentido práctico, porque no es siempre factible cuestionar la fuerza de las cosas y desbordar una situación política que nos viene impuesta por nuestro adversario. No obstante el prurito por mantenernos siempre dentro de la legalidad imposibilita avances en serio. La legalidad es la capacidad de los fuertes de imponer la arbitrariedad sobre los débiles; lo pone de manifiesto el sistema institucional español todos los días.

Estos datos hablan por sí mismos de lo inadecuado de las estrategias soberanistas actualmente vigentes. La situación está lejos de ser madura. Es importante que no se den pasos atrás, pero también conservar la calma. En definitiva la capacidad de aguante puede ser de momento nuestra mejor baza frente a la provocación. Firmeza y capacidad de análisis con el fin de obviar las disensiones que responden a motivos de protagonismo por parte de fuerzas y líderes y conseguir el consenso de todos sobre la estrategia adecuada.