En las antípodas del patriotismo cívico que siempre se ha defendido en los Països Catalans –intelectualmente y en la práctica–, estas últimas semanas asistimos a la exhibición impúdica y descarada de lo que debe calificarse, con toda propiedad, de patriotismo cínico. Es lo que nos muestra la comisión parlamentaria sobre la operación Catalunya en las Cortes españolas y que ha llegado a su cenit con la comparecencia de Alicia Sánchez Camacho y Dolores de Cospedal.
Que nuestro patriotismo históricamente ha sido de carácter cívico, es un hecho. Y lo es porque, para bien y para mal, no puede ser otro tipo. Quiero decir que no es que sea resultado de una voluntad libre o de una virtud innata, sino consecuencia del hecho de que, al no tener los mecanismos habituales de afirmación patriótica de un Estado, nos hemos tenido que conformar con las expresiones de tipo cívico: de la cultura popular a la más sofisticada, de las mutuas al cooperativismo y sobre todo con el uso y aprecio a la lengua, la manera más dulce de incorporarse a la nación sin tener que abjurar ni renunciar a nada.
Así pues, el patriotismo o nacionalismo cívico no dispone de la capacidad de coacción que sí tienen los estados. Éstos pueden hacer que la pertenencia a la nación parezca natural y, por tanto, la imposición sea invisible. En cambio, una nación sin Estado como la nuestra siempre debe trabajar a la intemperie. Se le notan enseguida los recursos a los que debe recurrir para asegurar un mínimo de sentimiento de pertenencia y, por tanto, debe hacerlos razonados y sobre todo empáticos. Uno de los ejemplos más claros de la diferencia entre tener Estado o no está en el mundo de la exhibición cinematográfica. Que las películas se vean dobladas al español –y, concretamente, al español castellano–, es considerado normal y no como resultado de imposición alguna. En cambio, el doblaje al catalán se debe promover desde organizaciones de defensa de la lengua, negociar y subvencionar políticamente y montar plataformas informativas para dar a conocer dónde se puede encontrar el poco de catalán que hay en las pantallas. Además, ante esta defensa, siempre aparecen quienes encuentran que no debería doblarse nada, quienes consideran que el mercado ya decide y lamentan que se dediquen recursos públicos, y aún quienes piensan que, sabiendo todos español, ¡mira qué esfuerzo tan inútil!
Es lo mismo que ocurre a la hora de defender que no se cambie de lengua, un vicio nacional que suele justificarse con el argumento de que hay que ser educado. Una supuesta buena educación que no se pide a una lengua de Estado. O también se delata a la hora de defender la conveniencia de ser independiente. Si van a la Puerta del Sol en Madrid y preguntan a cualquier peatón si es independentista (español), ni siquiera entenderá la pregunta porque su soberanía nacional ya está garantizada –entre otras cosas, por un ejército– y nunca se la ha tenido que plantear. Quizá sólo cuando esa patrulla marroquí les invadió el islote de Perejil. Y, en cualquier caso, ya sabemos que ser independentista español no es ser cerrado ni defender fronteras, ¿no?
Si uno logra no irritarse hasta el punto de perder los estribos, con las declaraciones de Sánchez Camacho y de Cospedal notará esta cobertura política, judicial y mediática de quien simplemente ha recurrido a las razones de Estado para hacer lo que ahora puede negar impunemente. Y no es que pueda negarlo, es que tiene la obligación de negarlo por razones de patriotismo cínico. Así, se pueden hacer la víctima por haber tenido que abandonar el “territorio” –no el país, por supuesto– que tanto amaban… que nunca dejaron de violentar y que les ha llevado a un exilio donde se les paga generosamente los servicios prestados al Estado. O pueden decir que no recuerdan nada, excepto –curiosamente– que nunca hablaron de Cataluña. ¡Todo llantos y carcajadas! En definitiva, mientras nuestro patriotismo sólo puede sobrevivir en el plano cívico –aunque a veces parece que trabajar en Madrid hace que se contagien, ridículamente, algunas formas del suyo–, para lo que habrá servido esta comisión no será para exigir responsabilidades a quienes planificaron y ejecutaron la operación, sino para mostrar muy a las claras el cinismo. Y, por cierto, que no se me diga que esto es solo cosa del PP. Es cierto que los actuales jefes del PSOE han moderado y disimulado las formas por pura necesidad de supervivencia. Pero todos sabemos qué piensan Felipe González y sus capitanes territoriales como Emiliano García-Page, y todos sabemos qué harán cuando no les hagamos de muleta.
EL PUNT-AVUI