Considero que es muy significativo que una expresión como pasar pantalla se haya extendido con tanta rapidez aplicada a tantos ámbitos de la vida social. En castellano siempre se ha dicho aquello de pasar página – girar full en catalán–, en el sentido de olvidar lo más rápidamente posible una experiencia, generalmente negativa, para ir a otro asunto. Pero el pasar pantalla que nos llega del mundo de los videojuegos tiene otro sentido. Ya no se trata de olvidar sino que significa la superación de un determinado estadio para poder saltar a uno de superior y más complejo (en inglés, go to next pattern, screen o level).
Pasar pantalla, pues, no es una simple adaptación de un antiguo giro idiomático al cambio de hegemonía cultural causada por una nueva tecnología –el paso del libro a la pantalla–, sino que sugiere una nueva manera de entender el mundo y de actuar en él. Es decir, sostengo que la expresión pasar pantalla anuncia una verdadera novedad epistemológica. Pasamos pantalla cuando, una vez agotado un campo de experiencia social, individualmente o en grupo, nos enfrentamos a un nuevo escenario, con unas nuevas reglas inicialmente desconocidas y que habrá que descubrir. Un nuevo escenario en el cual sabemos que no viviremos indefinidamente y que asumimos con el ánimo de, una vez superado, pasar al siguiente. Se trata, en definitiva, de una concepción del progreso de la vida personal y social entendida no desde un viejo sentido acumulativo de experiencia sino aceptando el actual desafío de una complejidad cada vez mayor. Cada nivel de juego presupone la superación del anterior, sí, pero en la siguiente pantalla el modelo cambia y hace falta adaptarse a los nuevos retos e inventar nuevas estrategias. Se trata de un modelo epistemológico que contradice la famosa idea de sociedad líquida sin referentes de Bauman, y que pone al descubierto un nuevo tipo de referencialidad mejor adaptada a las nuevas incertidumbres.
Los cambios epistemológicos ligados a las innovaciones tecnológicas han estado ampliamente estudiados en las ciencias sociales. Particularmente, a raíz de la llegada de los medios de comunicación audiovisuales, la obra clásica es Divertirse hasta morir de Neil Postman, que encuentra en la televisión el cumplimiento de aquel mundo feliz que pronosticó Aldous Huxley. Y también es muy conocido el panfleto apocalíptico de Giovanni Sartori Homo videns. Aunque, para mi gusto, es el historiador Giovanni de Luna quien ha escrito las reflexiones más interesantes en La passione e la ragione sobre nuestra manera de entender y vivir el tiempo y el espacio al romper las reglas tradicionales de la sincronía y la distancia y hacer posible la simultaneidad y la ubicuidad virtuales.
Como comparto el postulado de Robert Nisbet que históricamente la sociología se ha inspirado en el arte –la novela, la pintura– para definir sus grandes temas y modelos de análisis, también creo que ahora debemos estudiar la sociedad actual a través de sus nuevos modelos de comprensión –y de construcción– de la realidad social. Eso quiere decir que necesitamos recurrir al cine, a las nuevas artes videográficas, pero sobre todo a los modelos de imaginación social que crean las nuevas tecnologías y que nos proponen cómo conocer y relacionarnos con el mundo. Y es en este sentido que si cada vez más vivimos “pasando pantallas”, en el sentido antes definido, esta categoría tendría que formar parte de los patrones de análisis sociológico y, por extensión, del conjunto de las ciencias sociales.
Pondré un ejemplo de la potencia analítica de este modelo aplicándolo al estudio del proceso soberanista en Catalunya. En primer lugar, podríamos entender el paso del autonomismo al independentismo como un salto de pantalla, producido por la constatación popular de que el nivel anterior quedaba definitivamente superado por el colapso de la propuesta de reforma de Estatut. En otras ocasiones he defendido que el clic –por cierto, otro término que habría que introducir en nuestros modelos de análisis– que empujó a dar el salto de pantalla, al next pattern independentista, fue el intento de humillación ante aquella derrota. Pero sea eso u otra cosa, lo cierto es que una parte muy importante de los catalanes ya están instalados en esa nueva pantalla, ciertamente más compleja e incierta, pero en la que están dispuestos a arriesgarlo todo con tal de no volver atrás.
En segundo lugar, analizado el proceso en estos términos, diríamos que las instituciones del Estado español intentan detener la jugada independentista aferrados a las reglas de la página anterior. Es por esta razón que cada vez que ministros, tribunales y todo tipo de expertos recurren a las viejas estratagemas de la amenaza y del miedo –que en la pantalla del autonomismo resultaban tan eficaces– se comprueba que son totalmente inocuas para los que ya juegan en el nivel siguiente. Incluso más: cada vez que el ministro Margallo envía la Catalunya independiente al espacio sideral o la condena al infierno eterno, los jugadores de la nueva pantalla se sienten más tranquilos, convencidos de que es justo porque están situados en otro plano que ya no se los podrá atrapar.
En tercer lugar, y finalmente, el hecho de que el independentismo esté en una pantalla distinta de la del autonomismo, convierte la metáfora del choque de trenes en algo inverosímil. Y, por esta misma razón, todo el mundo entiende que la tercera vía no puede ser un inexistente estadio intermedio entre pantallas, sino que es el último refugio argumental de los que aun no son capaces de saltar de nivel.
La Vanguardia