La historia como disciplina escolar posee cierto recorrido. Desde el siglo XIX en muchos países los gobernantes se percataron de las posibilidades de inculcar la idea de nación en la población. No se puede decir, por tanto, que la formación histórica de la sociedad actual sea inexistente.
Sin embargo, este conocimiento se encuentra bastante sesgado y se aleja de lo que la actual disciplina histórica considera como riguroso. Es más, llega a veces a ser completamente erróneo.
Y es que, a la hora de hablar de historia, a menudo mezclamos sin querer tres conceptos muy distintos: pasado, historia y memoria. En la actualidad se emplean casi como si fueran sinónimos, pero no lo son.
Pasado, historia y memoria
¿Qué es el pasado? Este es el concepto más fácil. Se trata de lo que realmente pasó, ya sea hace miles o cientos de años, o incluso lo que pasó hace cinco minutos. Todo lo que aconteció es pasado. Es imposible saber con exactitud todo lo que pasó, cómo pasó y por qué pasó.
La historia, sin embargo, intenta estudiar ese pasado y recrear lo acontecido empleando para ello todas las fuentes a su alcance. El historiador las va a analizar y contrastar para reconstruir un relato objetivo sobre lo que sucedió en el pasado: sus causas, motivaciones, consecuencias, etc.
La dificultad de un único relato
Pero no siempre se cuenta con pruebas concluyentes que permitan establecer un único relato cerrado y totalmente fidedigno sobre lo que ocurrió. Incluso, a veces, las pruebas con las que cuentan los historiadores son contradictorias.
Por eso, en ocasiones, los historiadores no se ponen de acuerdo.
De la misma manera, hay elementos del pasado que nunca se podrán recrear con exactitud por falta de suficientes pruebas. ¿A qué olían las calles de una ciudad medieval? ¿Qué dijo de verdad María Antonieta cuando se enteró de que los campesinos franceses no tenían pan?
La memoria colectiva
El último término introducido hace alusión a la memoria histórica colectiva (ojo, no confundir con las políticas institucionales de memoria histórica).
Esta es la representación que se tiene de la historia como grupo. Es subjetiva, parcial y está influida por todo lo que nos rodea. Puede venir determinada por multitud de factores.
La educación es uno de estos factores, por supuesto, pero la verdad es que los medios poseen actualmente una gran influencia.
Historia por todas partes
Para muchos es imposible imaginar la efigie de Cleopatra sin ver en ella el rostro de Elizabeth Taylor o del emperador Cómodo sin los rasgos de Joaquin Phoenix.
Para algunos, la idea de la Edad Media es la transmitida por Ken Follet. Para otros se parece más a un mundo mítico cercano a Juego de Tronos y El Señor de los Anillos.
Junto a este papel de los medios, la historia que se cuela en nuestro día a día influye igualmente en el reflejo que se posee sobre la historia. Las calles que se cruzan, las esculturas que adornan las plazas, el nombre de una escuela y las festividades de corte histórico de muchas localidades. La historia está en todas partes.
¿Qué historia se recuerda?
La narración que habitualmente se recuerda por el conjunto de la sociedad es aquella asociada a la memoria. Es precisamente la que menos tiene que ver con lo que aparece en los libros de historia.
Esta memoria suelen ser narraciones altamente estereotipadas, siendo versiones simplificadas del pasado basadas generalmente en elementos culturales. Un ejemplo sería la visión simplista que en Europa se posee de los nativos americanos (las llamadas “culturas precolombinas”). Otro ejemplo sería la idea uniforme de la cultura islámica en su conjunto (sin importar si se está hablando del siglo VIII o del siglo XV).
Narrativas maestras
De la misma manera, en la configuración de la memoria, o de esa representación que la sociedad tiene del pasado, suelen poseer una gran influencia lo que se ha venido a denominar como narrativas maestras o nacionales (master narratives).
Son aquellas que explican y legitiman la “experiencia” histórica de una colectividad. Suele estar formada por ideas o tradiciones y arquetipos comunes y compartidos. Además, está profundamente arraigada en una cultura particular.
La narrativa maestra de la nación española, por ejemplo, suele tener como protagonistas y acontecimientos la “Reconquista”, los Reyes Católicos, el “Descubrimiento” de América, el Imperio Hispánico, la lucha contra los franceses, etc.
La precisión no es clave en estas narrativas, sino la idea común que comparte una sociedad y que justifica y legitima su idea de estado y posición. Estas quedan reflejadas en numerosos aspectos que rodean nuestra cotidianeidad y que influyen en la representación que la sociedad posee del pasado.
Además, como si estuviera en nuestro ADN, se transmiten de generación en generación.
¿Qué historia se enseña en las aulas?
Historia y memoria poseen una presencia importante en las aulas. Por un lado, existe una usual exposición de manera acrítica de los estudiantes más jóvenes a cuentos, relatos, representaciones y juegos de corte histórico que suelen recoger todos los componentes asociados a la memoria.
¿Qué es la Edad Media sin caballeros, princesas, castillos (e incluso algún dragón)? ¿Qué misterio hay en la labor de un arqueólogo sin la mención a las maldiciones o los tesoros? ¿Qué es un “indio” sin plumas y tipi?
Estas historias comunes se cuelan de manera inocente en las aulas de distintos niveles educativos. Atraen la atención de los estudiantes sin pensar en que su uso acrítico solo contribuye a establecer la idea de un pasado que no se ajusta del todo a la realidad.
¿Es posible una narración objetiva?
Solo hay que echar una ojeada a los proyectos definidos por las editoriales, muy usuales en las aulas, para observar esta tendencia.
Es por eso por lo que es determinante detectar y evitar estas narrativas estereotipadas y sesgadas, ya que son generadoras de desinformación y de prejuicios.
Pero, ojo, la solución no es introducir solo una historia objetiva, científica, totalmente disciplinar. Si no se tiene en cuenta esa imagen incompleta y en ocasiones errónea asociada a la memoria, encontraremos un problema similar. El peso de las imágenes que cine, televisión y folclore posee es capaz de superponerse al conocimiento científico tan fervientemente impartido.
El pensamiento crítico: la clave
Lo bueno es que esa memoria colectiva, ese conocimiento social que se posee de la historia, se puede modificar con una educación crítica. Y esa es la clave.
Un aprendizaje donde los contenidos enseñados sean aplicados, en el que se desarrollen habilidades de pensamiento crítico e histórico, debería ser una constante en las aulas de historia (desde infantil a primaria).
Además, es fundamental partir del conocimiento de los estudiantes, analizar las imágenes que estos poseen del pasado y proceder a la “reconstrucción” de ese conocimiento, ahora sí, bajo las premisas del método científico.
No se trata pues de aleccionar sobre la historia. Habría que enseñar con la historia y los métodos y habilidades que a ella se asocian. Así se ha tratado de hacer en el proyecto PreteritUM. Dicha iniciativa utiliza esos errores, mitos e historias parciales de la memoria colectiva para fomentar el debate histórico.
Partiendo del propio conocimiento del estudiante, se consigue así generar una historia crítica y aclarar qué pertenece a cada uno de los tres conceptos: pasado, historia y memoria.
https://theconversation.com/pasado-memoria-o-historia-que-ensenamos-186481