Para ir más lejos

No sé si han visto la película ‘Blue Valentine’ (Derek Cianfrance, 2011). Es buena, créanme. Y es triste, también. Es como un golpe en el estómago. Es una historia de desamor a partir de mostrarnos el efecto devastador del tiempo sobre el amor. Dean y Cindy, los protagonistas masculino y femenino que interpretan de manera maravillosa Ryan Gosling y Michelle Williams, tienen que hacer frente a la evidencia de que su relación se ha ido deteriorando y que no saben cómo remontar para que no termine en un desastre. Dean propone a Cindy una escapada romántica a un hotel de esos que son famosos en EEUU, un hotel temático, y eligen una habitación dedicada al futuro. Es el penúltimo cartucho para salvar lo que había comenzado como una bella historia romántica y apasionada y que en esa habitación sólo quedan unos cuantos recuerdos. No les cuento el final porque es de mal paridos hacer lo que ahora llaman ‘spoiler’.

No sé por qué, posiblemente porque tengo una vena romántica que escondo demasiado a menudo, pensé en esta película cuando vi la alegría de la buena gente soberanista la noche de las elecciones en la explanada de la plaza Comercial, frente al CC El Born. Encontré muchos amigos, como aquella joven pareja que había decidido trasladarse desde Boston para votar y que llevaba escondido en una bolsa una botella de cava para celebrar la codiciada victoria. Me gustan estas expansiones de compañerismo y de amistad, como también me gustaron los besos entre Antonio Baños y David Fernández tras constatar que la CUP había alcanzado un resultado extraordinario. Pero si pensé en la película es porque dice el tópico de que las historias de amor no terminan nunca bien.

A medida que avanzaba la noche y el equilibrio de fuerzas entre las dos listas independentistas convertía a la CUP en un socio necesario para llevar adelante la investidura del nuevo presidente, temí lo peor: una reedición de la batalla campal entre soberanistas como ya ocurrió antes de que ERC y CDC se pusieran de acuerdo para formar la lista conjunta de Juntos por el Sí. Esa noche escribí un artículo de urgencia para este diario en el que estaba seguro de que “sería una irresponsabilidad que los 72 diputados soberanistas no se entendieran para hacer presidente al líder de este proceso con discusiones bizantinas, sería hacerle el juego a Ciudadanos, que querría que se convocaran unas nuevas elecciones”. Y alertaba del peligro de convertir a Mas en un nuevo Ibarretxe. Porque, digámoslo claro y catalán, al lehendakari más osado y soberanista que nunca hayan tenido los vascos se lo cargó una pinza inaudita, la traición de su propio partido y la intransigencia de los radicales. El Estado sólo tuvo que ver cómo pasaba su cadáver por delante para certificar la muerte del proceso soberanista vasco. Ahora Euskadi es todavía una comunidad autónoma y por muchos años, según parece.

Las historias de amor sólo perduran si los interesados ​​las alimentan. Las rutinas, la gestualidad previsible, las mentiras y la desilusión matan la pasión y el amor. Cuando nos enamoramos perdemos mucho tiempo para agradar al otro. Y eso es bueno. Una vez conseguido el propósito, en el sentido más profundamente trascendente de la posesión amorosa, entonces no se sabe por qué la rutina va minando la relación hasta que dejamos de perder el tiempo con quien más quieres con la excusa de que tienes trabajo o que no puedes ir aquí o allá por no se sabe qué urgencia. Dejamos de pensar en el futuro de la manera romántica, lo que no quiere decir que sea utópica o imposible, que nos ha llevado a seducir al ser querido. La política no es precisamente un ambiente de amor, pero sí es, en buena medida, un ejercicio de seducción. Cuando no lo es, se convierte en guerra y destrucción. O en odio, que es la estrategia que ha empleado Cataluña Si que se puede y ya se ha visto que no le ha servido de nada.

Los soberanistas de base, aquellos que se hacen voluntarios para poner las sillas de un mitin y que son los que se pasan horas de pie para ordenar movilizaciones y actos de todo tipo, son los que saben que la independencia sólo se logrará con la solidaridad, la ilusión y la estima de aquellos que se encuentran en todas las manifestaciones desde 2010. Y también si logramos respetarnos. No hay nada más molesto que estar permanentemente bajo sospecha. Se lo digo por experiencia. Cuando alguien me quiere pinchar o me quiere hacer callar, me sale con el 3% y no sé qué más, a pesar de que, como es fácil de constatar, no tengo nada que ver a pesar de haber sido director de una Fundación que jueces, fiscales y parlamentarios han investigado a diestro y siniestro. Por eso me enfadé con algún conocido mío el día que la Guardia Civil montó aquel espectáculo que ya se veía que era una gran obra de teatro. Me cabree porque me molestó que diera por supuesto, tal vez sin darse cuenta, que esa Fundación era una guarida de corruptelas también durante mi mandato. De los amigos no se duda, por lo menos cuando no hay pruebas de que hayan hecho nada malo. Si alguien lo hace es porque o bien no es tan amigo o bien porque, en el fondo, es una mala persona que sólo sabe qué es el amor en un sentido literario y, por tanto, libresco.

Poner como condición para investir a alguien presidente que demuestre que no es corrupto cuando no se ha probado nunca que lo haya sido es, sencillamente, una inmoralidad. No quiero decir que la CUP esté obligada a investir al presidente Mas si cree que ideológicamente le repugna hacerlo, pero que no se refugie en historias que son un invento del Estado para deshacerse del único presidente independentista, aunque se haya hecho en los últimos años, que ha tenido la Cataluña contemporánea. De momento, y ya sé que se me acusará  de no sé cuántas cosas, este presidente ha ido más allá que lo habían ido nunca ni Macià ni Companys ni, por supuesto, Pujol, Maragall o Montilla. Y la prueba es cómo reacciona el estado contra él. A Companys lo fusilaron un 15 de octubre de hace 75 años por bastante menos. Ahora no se puede fusilar a nadie, porque el contexto político no lo permite, a pesar de la ironía de mal gusto del tuit del ex secretario de Estado de comunicación con José María Aznar, Miguel Ángel Rodríguez, pero el 15 de octubre de 2015 el Estado quiere empezar a poner las bases de la “muerte civil” del presidente Artur Mas. Me revienta que aquellos a los que Mas se abrazó con sinceridad después de la gran victoria del 9-N, y por lo que fueron criticados con dureza por el último demagogo que ha dado la política española, en este momento hagan ver que aquello había sido sólo un espejismo y que, de hecho, lo que pensaban realmente era que aquel con el que compartieron la emoción de la lucha era un corrupto y un burgués desalmado que bebe del porrón un chorrito de cava Sumarroca. Es imposible decepcionar a más gente en menos tiempo.

Si se tumban en el sofá y ven la película, se darán cuenta de que la dialéctica y los reproches no ayudan nada a rehacer el amor. Hacen sufrir y basta, como sufren los soberanistas que no entienden por qué discutimos tanto si tenemos 72 diputados con un mandato independentista y un presidente perseguido por el Estado que está dispuesto a seguir adelante hasta la puerta de la República catalana. ‘Juntos iremos más lejos’, como dice la canción.

EL MON (EL SINGULAR)