Por lo visto, y aunque ni ustedes ni yo nos hubiéramos dado cuenta, Cataluña ya es de facto independiente, el Estado español está indefenso, vencido ante el ‘separatismo’ y el juicio que comienza este martes en Madrid no constituye más que una puesta en escena, una grosera comedia destinada a desembocar ya sea en las absoluciones o en el indulto general de los procesados. Esta sería la conclusión forzosa a la que habría llegado cualquier observador de buena fe que hubiera escuchado y creído todo lo que ha dicho el 70% o el 75% de la opinión política y mediática española desde la llegada a la Moncloa de Pedro Sánchez, el día 2 de junio.
Si Sánchez ha sido, desde la moción de censura que hizo caer a Rajoy, prisionero y rehén de los independentistas; si les ha consentido que gobernaran Cataluña desoyendo el clamor que exigía la aplicación perenne del artículo 155; si ha permitido a sus líderes encarcelados disfrutar de todo tipo de privilegios y tratos de favor, incluyendo un transporte penitenciario “cinco estrellas”; si ha tratado de pactar con ellos, además de otras cosas inconfesables, unos ignominiosos “Presupuestos de la cárcel”, o “del vis a vis”; si ha negociado con el gobierno Torra de potencia a potencia, como si la Generalitat fuera un poder extranjero; si, como consecuencia de todo ello, el líder del PSOE “lleva a España al abismo”, ha cometido “alta traición”, es “responsable, partícipe y cómplice de un golpe de estado” y representa un “peligro nacional”, la única deducción plausible es que, gracias a ese ‘felón’, Cataluña ya ha hecho secesión.
Esta misma lógica histérica y demencial es la que se exhibió el domingo por el centro de Madrid. Es inútil que algunos espíritus bienpensantes se esfuercen en buscar a la concentración otras motivaciones (el antifeminismo, la defensa de la tauromaquia o de la caza, el “Váyase, señor Sánchez”, la pugna preelectoral entre las tres derechas…) . Sí, claro que esta pugna existe. Pero sólo un doble ‘leitmotiv’ podía movilizar unitariamente la caverna reaccionaria de siempre, los pretendidos liberales, los ultras emergentes, los náufragos de UPyD, los fascistas confesos de la Falange, Democracia Nacional, España 2000 o similares y, con ellos, unos supuestos socialistas o progresistas. Y este doble estandarte es la fobia contra cualquier catalanidad que vaya más allá de cantar ‘El noi de la mare’, y el nacionalismo español más excluyente, supremacista y belicoso que ha sido capaz de arrastrar multitudes en el transcurso de las últimas cuatro décadas.
A pesar de una afluencia más baja de la esperada, al acto madrileño del día 10 de febrero se vieron banderas ‘rojigualdas’ en todas las variantes posibles (constitucionales, del toro, de la gallina…), así como de Tabàrnia, de la Guardia Civil, carlistas con la cruz de Borgoña, de la Legión o de la Falange. En medio de aquella promiscuidad patriótica, las consignas gritadas o exhibidas fueron “¡golpistas a prisión!”, “¡España unida jamás será vencida!”, “Ni relatores ni traidores, estoy hasta los cojones” o el ya clásico “¡Puigdemont a prisión!”, sin que en el manifiesto unitario faltasen la referencia a “la traición perpetrada por el Gobierno de España en Cataluña” o la denuncia de las “cesiones intolerables” (¿cuáles?) hechas por el Ejecutivo estatal a “los que quieren romper España”.
La manifestación dominical de la Villa y Corte, con los mensajes que he tratado de resumir y un poder de convocatoria modesto, ignoro si será capaz de forzar al presidente Sánchez a convocar elecciones generales a finales de mayo; pero plantea algunas otras preguntas interesantes, sobre las que quisiera ahora llamar la atención.
Por ejemplo, una que interpela a todos aquellos “catalanistas moderados” que, mientras se alinean detrás de Manuel Valls, afirman que quieren construir una alternativa política -cito- “para el 75% de catalanes que se sienten cómodos con su identidad múltiple”. Y bien, el señor Antoni Fernández Teixidó, la señora Eva Parera, etcétera, ¿creen que esta “identidad múltiple” se debe haber visto reflejada, o al menos respetada, en las consignas, las pancartas y las banderas del domingo en la Plaza de Colón? ¿Les parece que, cómoda o forzada, la presencia del antiguo inquilino del Palacio de Matignon en medio de aquella apoteosis españolista sintoniza con los sentimientos identitarios de tres de cada cuatro catalanes?
Hay otras preguntas que deberían responder muchos intelectuales, académicos y artistas españoles que se autotitulan de izquierdas. Durante los últimos años se han mostrado hostiles o refractarios ante la reivindicación autodeterminista catalana, con el argumento de que se trata de una demanda nacionalista, populista, excluyente, reaccionaria, etcétera. ¿Vieron el acto madrileño del domingo? ¿No percibieron una orgía de nacionalismo inmanente y unanimista? ¿Lo encontraron muy inclusivo, en cuanto a los símbolos y al discurso? ¿Consideran progresista que una “democracia avanzada” se deje defender por Vox y cimiente su identidad sobre los vivas a la Guardia Civil, la policía y el ejército? ¿Tienen algo que decir sobre todo esto, o prefieren seguir mirando hacia otro lado?
ARA