Si algo nos enseña la historia del mundo, si algo sabemos los que ya llevamos unos años aferrados al bonito oficio de vivir, es la relatividad de todas las cosas, de todas ellas, de los relatos inamovibles, de los libros sagrados, de todo.
Escribir es poner el foco en un tema que al autor interesa, y es poner el foco en una cierta mirada, en un determinado punto de vista que, irremediablemente, excluye otros puntos de vista. Porque como bien sabéis, la realidad es poliédrica. No existe un único discurso moral, cada pueblo tiene el suyo, y la dignidad tiene significados distintos para cada bando en un mundo en el que ha de enfrentarse a otros para asegurar su supervivencia. Hay discursos morales que se imponen a otros, pues la historia de la humanidad es la historia de las invasiones, las conquistas y la destrucción de unos países sobre otros. Los imperios han sido la peor desgracia para la humanidad, pues han provocado la desaparición de etnias, de modos de vida, de lenguas, de diversidad. Han exportado sufrimiento envuelto en palabras amables, condescendientes, llenas de eufemismos que justificaban, y justifican, la destrucción de pueblos enteros. Novelas, artículos, sesudos libros de intelectuales, películas y series de televisión han querido imponer dicho discurso, haciendo ver que todo ello era por el bien de los pueblos devastados. Cuidado con la cultura, puede ser buena, puede ser mala, según la intención con la que se utiliza. Los pueblos más cultos son los que han cometido los crímenes más horrendos contra la humanidad.
Y todo esto, que parece sacado de un solemne texto de Gabriel García Márquez, ha ocurrido en el País Vasco, y, tal vez, seguirá ocurriendo. Mi novela trata de esto, y muchas más cosas, trata de personas, personajes que se debaten contra el olvido, olvido individual que es olvido-metáfora de un país entero, trata de la definición de la realidad, del uso de las palabras y la representación ideológica que contienen, trata del amor, que cuando no se ajusta al canon convencional es prohibido, trata de cosas bonitas, y cosas incómodas, porque los grandes maestros siempre han dicho que la literatura debe incomodar, y yo les hago mucho caso. Porque, a ver, ¿Quién define lo que es incómodo, sensible, quién define el tabú? ¿Dónde se decide sobre los temas que puede uno escribir, y cómo escribir sobre ellos?
Menos mal que a mí, como novelista, me asiste la santa disposición de la libertad, y yo decido qué hacer con mis palabras, en qué orden colocarlas, yo decido la intención de su significado. Una vez escrito el libro, sólo me faltaba que los lectores acudieran a curiosear por sus páginas, y este premio que hoy recibo me confirma que mis deseos han sido atendidos. Muchas gracias.