La Unión Europea, donde felizmente vivimos, sufrimos y protestamos, es un invento prodigioso que, políticamente no funciona aún de manera satisfactoria, como espacio económico común ha funcionado hasta ahora estupendamente bien: poca broma, y comparemos con tiempos pasados, remotos y no tan remotos. Como espacio económico, la Unión tiene su fundamento más sólido en una Alemania (y Holanda, y Austria y los países nórdicos: la Europa fría y seria) que hace funcionar las fábricas, que produce con eficacia creciente, que tiene unos sindicatos responsables y fuertes, que tiembla por la estabilidad de la moneda, que calla y paga, porque cuando no se calla es criticada ferozmente. El resto, o son imprevisibles como Italia, se pavonean políticamente como Francia, van a su aire como Gran Bretaña, o simplemente ponen la mano, cobran el subsidio, y de vez en cuando se permiten el lujo de protestar de cara a la clientela interior, ya que en el exterior no les escucha nadie. Como es el caso de España, tan pagada de sí misma, y tan irrelevante a todos los efectos constatables. Más irrelevante cuantos más años pasan, como más visible queda su propia insustancialidad. Esta España, ejemplo universal,”luz de Trento y martillo de herejes”, donde aún no hace dos años el presidente del gobierno se jactaba de los miles de kilómetros de ferrocarril de Alta Velocidad (Española, no hay que decirlo), o de las autopistas infinitas, sin mencionar el hecho de que buena parte de estas obras de faraones insensatos, carísimas, regularmente inútiles y ruinosas, y de muchas otras, se pagaban precisamente con dinero de los alemanes: con el dinero de un país que no tiene, ni tiene previsto tener, tantos kilómetros velocísimos como España. Los alemanes, que ahora los políticos y los diarios de España dicen que son tan prepotentes y tan insolidarios. A lo largo de un par de décadas, la confluencia del PIB per cápita español con la media europea, un avance de un 1% anual, equivalía aproximadamente a los subsidios cobrados. Sensacional: ¿y qué han hecho, de esta inmensa cantidad de moneda recibida? ¿Qué han hecho, cuando volvemos a ser los primeros en desempleo y los últimos en productividad? ¿Y qué han de pensar, de todo ello, quienes han pagado y callado? Cosas así escribía yo hace pocos meses en otro lugar, y hace más de un año en esta misma página.
Y pasado más de un año, veo que los deudores, los dilapidadores del dinero empleado, alzan ahora la voz y acusan a los acreedores. Para el señor Rodríguez (Zapatero), la culpa es de los alemanes, para el señor Pérez (Rubalcaba), también. Así, quienes han pasado años y años viviendo a crédito, ahora pretenden que los culpables son los otros. Sensacional. En España como en Grecia, donde el despilfarro irresponsable ha llegado a extremos de apocalipsis. Pero si las deudas no se pagan, alguien tendrá que sufrir, además de la pobre gente de Irlanda, Portugal, Grecia o España, donde sufrirán, como suele pasar, los que no tienen ninguna culpa, o se han dejado engañar por el crédito demasiado fácil y por la fantasía de los gobiernos. Cuando no se pagan las deudas, alguien deja de cobrar, alguien pierde el dinero que ha puesto y que otros han recibido. Perderían los “mercados” (palabra con olor a azufre y de maquinación diabólica), perderían los bancos que han prestado el dinero. Pero los mercados y los bancos no representan sólo a unos señores poderosos y malignos que se llenan los bolsillos sin misericordia. Representan también a millones de ahorradores pequeños, de jubilados presentes o futuros que han puesto un dinerillo en los fondos de pensiones (dinero que, todo junto, son muchísimos miles de millones), representan a una masa infinita de trabajadores, empleados, comerciantes, profesionales, que han puesto sus ahorros, directa o indirectamente, en fondos de inversión que se han convertido justamente en estos créditos y deudas que ahora costará tanto devolver. Y si los que han pedido y malgastado el dinero finalmente no les pagan, también sufrirán injustamente millones de personas que habían aportado justamente ese dinero. De estos, sin embargo, los ahorradores alemanes, por ejemplo, que ahora tienen miedo por el destino de sus dinerillos ahorrados, ¿quien se acuerda? Veamos si finalmente los buenos, las “víctimas”, serán los que emplearon el dinero, lo desperdiciaron, y ahora no pueden o no quieren devolver. Y los malos de la película, ya se sabe de antemano quiénes son. Dejémoslo correr, que ya sé que todo esto es muy “incorrecto”.