Tras varios días de campaña de los partidos y los medios de la derecha dura española, hoy Pedro Sánchez ha aceptado la convocatoria de unos ‘nuevos Pactos de la Moncloa’. El concepto hace referencia a los acuerdos que en 1977 enterraron definitivamente la posibilidad de ruptura con el régimen y dejaron paso a la cooptación del Partido Socialista y Convergencia Democrática, entre otros grupos políticos y sindicales. Y con ello a la perpetuación, consentida y aceptada, de las prebendas del núcleo duro, económico y político del franquismo, empezando por la corrupta institución monárquica.
Los Pactos de la Moncloa son uno de los mitos fundacionales de la democracia posfranquista. Y digo ‘mitos’ en el pleno sentido del término. Que ahora, en medio de esta devastación humana, en Madrid invoquen de manera casi homogénea estos pactos como modelo de algo, es una señal terrible. Tanto la falta de visión autocrítica como la capacidad colectiva que parece que tenemos, como sociedad, de continuarnos creyendo las versiones más delirantes e incoherentes de nuestra historia es literalmente aterradora.
Los Pactos de la Moncloa consistieron en una serie de acuerdos firmados en 1977, apenas muerto Franco, entre el gobierno de Adolfo Suárez, los partidos principales, la patronal y el sindicato Comisiones Obreras. Arreglaron las aristas más ásperas del franquismo, sí -y faltaría más-, habría que añadir, pero el propósito no era éste, sino otro. Para decirlo siguiendo la terminología de Marc Bloch, de lo que se trataba, y que consiguió el franquismo, era evitar una ‘ruptura fundadora’. Fundadora de una nueva legalidad, pero sobre todo fundadora de una nueva sociedad, de un nuevo modelo de sociedad. La oposición democrática, más floja de lo que queremos aceptar pero ansiosa de entrar como fuera en las instituciones, se apuntó entusiasmada al marco político y económico que proponía el reformismo franquista y a cambio se comprometió a cerrar el periodo de lucha por la ruptura que hasta ese momento se había llevado a cabo.
Los Pactos de la Moncloa son el pilar sobre el que se redacta la posterior constitución, una constitución que muy significativamente tendrá sólo tres redactores demócratas, Gregorio Peces-Barba, Miquel Roca y Jordi Solé-Tura, pero cuatro franquistas: Gabriel Cisneros, que entre otros cargos había sido Delegado Nacional del Frente de Juventudes en 1969; Manuel Fraga; Miguel Herrero, letrado del consejo de Estado franquista desde 1966; y José Pedro Pérez-Llorca, conocido diplomático del régimen y letrado de las cortes franquistas. Intenten preguntar a cualquier alemán si encontraría aceptable que la constitución alemana, la Ley Fundamental de 1949, hubiera sido redactada por cuatro nazis y tres demócratas y en su respuesta tendrá el tamaño exacto del engaño español, de la gran tomadura de pelo que fueron tales acuerdos y la constitución aprobada el año siguiente.
Los Pactos de la Moncloa, estos que ahora nos pretenden vender como un ejemplo a seguir, fueron básicamente la rendición organizada del movimiento democrático ante los renovadores del régimen franquista. Y eso quieren que vuelven a ser ahora, en un momento de casi tanta excepcionalidad histórica como aquel. Y prácticamente con los mismos protagonistas, con los mismos temas centrales: una crisis económica colosal, el cuestionamiento del autoritarismo por una parte de la población, la ineficacia de una administración corrupta, la reivindicación de las naciones, sobre todo de la catalana, y el agotamiento de la fórmula de gobierno y de control social.
Entonces al margen quedó muy poca gente, pero gente que pagó muy cara la insumisión. El escaso independentismo de la época y una parte del movimiento sindical, sobre todo. La CNT, en particular, recibió duro después de haberse opuesto a la creación de los comités de empresa, un instrumento avalado por los pactos que consideraba que fraccionarían la lucha obrera y generarían una burocracia sindical que progresivamente iría siendo integrada. El, lógicamente, nunca resuelto Caso Scala se organizó para liquidarla cuando los demás sindicatos ya habían aceptado el nuevo marco.
El mito interesado sobre los Pactos de la Moncloa, el mito que ahora Sánchez quiere recuperar, afirma que fueron muy eficaces para asentar la democracia y estabilizar la sociedad en medio de la crisis. Pero no deberíamos olvidar que la democracia que asentaron en realidad es ésta que sufrimos cada día. Con presos políticos, con el ejército patrullando la calle, con la autonomía catalana incautada por una ‘autoridad competente’, con un poder judicial retrógrado y represor, con la monarquía robando sin freno. Todo lo que se puede hacer hoy gracias a la constitución española no se podría hacer si en 1977 el movimiento democrático los hubiera rechazado y hubiera optado, y hubiera podido conseguir, la proclamación de la III República y el juicio al franquismo. Los errores tienen precio, como todos ustedes pueden comprobar, y por eso me parece excesivo que nos pidan que los repitamos ahora.
Entre otras cuestiones, porque si se miran de manera crítica aquellos años, ninguna de las fantasías justificativas sobre la modélica transición española se aguanta de pie. Incluso el argumento de la estabilidad económica y la prosperidad conseguidas entonces gracias a los pactos es falso. De existir esta prosperidad, ha existido, temporalmente, pero no gracias a las rebajas de la oposición antifranquista, transformadas por la literatura hagiográfica en la ‘capacidad de forjar grandes pactos de Estado’, sino gracias a este enorme Plan Marshall que han sido los fondos europeos y el expolio de Cataluña. Sólo los fondos europeos recibidos por el Estado español entre 1985 y 2010 dejan un beneficio neto de 80.000 millones de euros, mientras que el Plan Marshall completo aportó a toda Europa 58.000. Sólo faltaría que no se hubiera notado en nada esta lluvia de millones, a pesar de la dimensión enorme de la corrupción, herencia histórica del régimen a la que, como sabemos, los cooptados se apuntaron con entusiasmo.
Pero fíjense a dónde hemos ido a parar. Antes invocaba a Marc Bloch. El historiador alsaciano que tanto admiro nos enseñó que, si sólo miramos el presente, no lo entenderemos nunca. La gestión horrible de la crisis sanitaria, este modo suicida dejar completamente abandonadas a su suerte económica a la gente, las familias y las empresas, la reafirmación castrense y autoritaria, el gusto por los uniformes y la violencia oficial, el No-Do en que ha convertido la mayoría de la prensa, el antieuropeísmo que se extiende, el odio hacia la diferencia, para con las mujeres, los homosexuales, los catalanes, con la diferencia que sea, la normalización de los estados de excepción, todo eso que hoy nos angustia y horroriza al mirar la sociedad española -pero también la catalana- no existiría, al menos, seguro que no existiría así, si a finales de los años setenta los demócratas no se hubieran dejado atrapar dulcemente por el poder. O si en octubre del 2017 nuestros políticos no se hubieran echado atrás.
¿Viven días angustiados? Si es así, y creo que todos los vivimos, sean conscientes de que lo peor que nos puede pasar es que nos vuelven a engañar con un Pacto de la Moncloa y evitaran la ‘ruptura fundadora’ que el movimiento independentista catalán y los otros movimientos rupturistas del resto del Estado español buscamos desde hace ya diez años largos. Que nos engañasen una segunda vez no tendría perdón.
PS1. Poniendo las luces cortas, después de conducir tanto rato con las largas, todo este alboroto sobre la necesidad de un pacto amplio y global es una forma más de ayudar a Sánchez a romper el gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos. También.
PS2. Y claro que había otro mundo posible, una democracia factible pese a la amenaza militar, una manera digna de entendernos y relacionarnos. Lo digo hoy, especialmente, para mostrar mi respeto a un hombre que no se rindió, que siempre supo estar donde debía y que nos ha faltado justo ahora: Luís Eduardo Aute.
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