Orreaga y Amaiur. Reflexión

Voy recorriendo camino milenario e imaginario desde Orreaga, donde los baskones vencieron en su corredor pirenaico, al que luego sería emperador de Europa, Carlo Magno, hasta allegarme a los derruidos muros del castillo de Amaiur, vencida por el entonces ejército más poderoso de Europa y del mundo… Cortés acababan de someter al imperio azteca más allá del Atlántico, consolidando la conquista castellana en América. Y con la hazaña de circundar la tierra de Elkano, extendiendo las fronteras del imperio hasta Filipinas. Bajo el cielo de Orreaga, recito párrafos de la La Chanson de Roland, alabada canción de gesta europea, en la que los baskobes, los hombres del bosque, se convierten en hombres del desierto, es decir, sarracenos poderosos en su ofensiva a Europa. El Dios cristiano y sus ángeles, según el poema, favorecen la acción guerrera franca pero no pueden evitar señalar que Carlos huye veloz y cobardemente hacia sus cuarteles de invierno en el norte, y Roldand, su hijo sobrino, el asesino de Bretaña, es muerto en el principio del camino, al frente de la retaguardia del ejército, así como la los Doces Pares de Francia que caen también en una ofensiva de guerra de guerrillas. Después de Orreaga se fundó el reino de Pamplona, luego de Nabarra, y comienza una historia en especial de organización económica, política y social que lo identifica. Y cuya pérdida en el siglo XVI por conquista puede considerarse un flagelo para Europa que se sumerge en el campo del colonialismo, de la conquista y la usurpación, común a los imperios. Un Dios, un rey y una lengua, como lema y eje principal del sistema.

Camino por la hierba de Orreaga, aspirando el aire vivificador de sus montañas, descendido por el desfiladero, recreando para mí misma los hechos allí sucedidos, queriendo atrapar la energía de aquellos antepasados que devenidos del Ducado de Baskonia y mas allá de los tiempos históricos, decidieron frenar los afanes imperialistas de Carlos, un hombre que para reinar se convierte en genocida. Trato de recobrar el valor de baskones, la formidable organización que los llevó a preparar un ataque sorpresa, tras aguantar la presión del ejército franco en su territorio y el incendio de su ciudad capital, Iruña. Pretendo rescatar lo que fue nuestro y nos lo han querido arrebatar. De encontrar en aquel enfrentamiento entre el nacer o el morir.

Luego van mis pasos hacia Amaiur, sin contar los siglos, en el viento de este caluroso día de mediados de agosto, ya rendida al conquistador, explotado desde sus cimientos el castillo oteador, sometida a la barbarie de la exterminación pues fue el pueblo arrasado para evitar que sobreviviese su recuerdo y su épica por los siglos por venir, muertos envenenados en en la cárcel de Iruña su alcalde Belatz y su hijo, violando las leyes de capitulación firmada por el virrey extranjero de Nabarra, quien al frente de 10.000 hombres, soldados profesionales y con cañones, se enfrentó al alcalde de la fortaleza y a 200 individusos que defendían la ley de Nabarra. Amaiur está reverdecida, renacida en sí misma, como si de su derrota y destrucción de hace 500 años exhibiera una resurrección prodigiosa. Paseo por su calle pueblo, oliendo a maíz, planta mágica devenida de América y arraigada en Baztan, con el que se elaboran sabrosos talos. Hasta pruebo uno. Me acerco en este deambular invisible a las ruinas del castillo explotado, contemplo las montañas, escucho el imposible vocerío de la humanidad que por decidir ser Nabarra, se enfrenta a un enemigo superior en fuerzas pero no en determinación. Un arrano beltza sobrevuela sobre mi cabeza.

Voy regresando para cobijarme en el silencio de la iglesia de la Asunción, cruzo la portada de arquivoltas, crujen bajo mis pies las piedras de las múltiples edificaciones habidas desde sus primeros pilares medievales. En su penumbra, uno las manos en un rezo por los hombres que ofrecieron vida y fortuna por seguir siendo tan nabarros como lo que habían sido, herencia excelente a ofrecer a las nuevas generaciones. Y desde Obanos me llego con el viento de la tarde, la voz de los Infanzones… hombres y mujeres libres en patria libre, y el juramento de severa advertencia proferido en la Catedral de Iruña por los nabarros a su rey… nosotros que cada uno vale lo que tú y todos juntos más que tú, y sentí como una liberación interior, como si el hilo histórico afortunado, llegara hasta mí, no en forma de espada guerrera, sino de palabra y consenso salvador. Como brisa pacífica, no como huracán devastador. Como advertencia de lo que hemos recibido y debemos preservar. Pero en aquella rememoración mía que tenía engranaje en la historia de Orreaga a Amaiur, me llegó el ruido actuales de misiles de las guerras que nos circundan por las fronteras del mundo, la prevalencia del turbio y maldito discurso del odio y dominación de los señores de la guerra, de los que fabrican imperios ignorando la felicidad pública, aplastando el quehacer de resurrección que significa el diario despertar, el impulso de un paso tras otro a dar, la fabricación de un sueño… el tejido laborioso al calor del amor y de la ilusión no de ser los más poderosos, sino de los mejores gracias al esfuerzo y la voluntad de superación.

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