En el año 768 fue asesinado el duque de los baskones y de los aquitanos de nombre Waifre en el bosque de Edobola (Périgord) a manos de los francos que sobornaron a su guardia. No hacía mucho tiempo que su madre, 2 hermanas y nietos habían sido también asesinados a manos francas en Saintes. El desastre fue total y comenzó el dominio franco real sobre Aquitania (Garona-Loira) y el Norte del ducado baskón.
Quedó separada Aquitania de Baskonia con Toulouse como capital desde la muerte de Waifre y mandaba en ella Hunaldo II. Éste duque, estaba totalmente sometido con el pueblo aquitano al emperador franco Pipinio el Breve. Aunque no fue así al principio, ya que los Annales regni Francorum en el año 769 se quejaban de que: “Hunaldous voluit rebellare totam Wasconiaus et Aquitaniam”, repitiendo por tanto esa coletilla de “los rebeldes baskones y aquitanos” de las crónicas alto medievales, pero que en realidad no eran rebeldes sino que luchaban por no ser engullidos por el Imperio Franco.
Murió poco después el rey franco Pipinio el Breve en septiembre de ese mismo año 768, el cual dejó a su hijo Carlomagno Austrasia y el resto de su imperio a su hermano Carlomán II, salvo el ducado de Aquitania-Baskonia que la dividió entre los dos.
En Baskonia gobernaba en ese momento un duque independiente de los francos y separado por primera vez de los aquitanos. Carlomagno logró el sometimiento formal de este duque de Baskonia de nombre Otsoa o Lupo II.
Otsoa II llegó a secuestrar al duque aquitano Hunaldo II para evitar con ello la separación formal de Baskonia y Aquitania, pero Carlomagno reaccionó de inmediato. Eginardo, el cronista del emperador franco comentaba: “Con la advertencia de que, si no se atenía a lo mandado, tuviera por cierto que penetraría por Baskonia (al sur del Garona) en son de guerra y no se retiraría de ella hasta que se pudiese un término a su desobediencia. Aterrado Lupo por los emisarios del rey, entregó sin dilación a Hunaldo II y a su mujer, prometiendo sobre eso que ejecutaría cuando mandase”. El texto demuestra sin embargo que, pese al vasallaje, no habían renunciado los baskones a su libertad.
Fue probablemente en este momento convulso cuando la Baskonia peninsular (al Sur de los Pirineos) dejó de ser controlado por los duques baskones asentados en el territorio continental, y cuando surgieron diferentes buruzagis que fueron los que realmente controlaron el territorio frente a los astures del reino de Oviedo y los musulmanes de emirato de Córdoba.
Serían las tierras irredentas de la Comarca de Pamplona, Tierra de Deio (Deierri), la Berrueza, Tierra Estella-Lizarra(ra), los valles pirenaicos del Baztan, Salazar o Ronkal, además de las tierras de Alaba y los Castillos (“Alaba y Al Quila”), pero también la Bizkaia primigenia como veremos.
La crónica astur de Alfonso III el Magno (866-909), llamada también de Don Sebastián, pero que se refiere a Alfonso II el Casto (años 789-842), dice claramente que no poseía las tierras de: “Alabanque (Alaba), Bizcai, Alaone (Aiala ¿?) et Urdunia, a suis reperitur semper esse possessas, sicut Pampilona, Deeius est at que Berroza”.
La arqueología ratifica la nula influencia astur al actual Oeste bizkaíno. La crónica del árabe Ibn Idhari tampoco deja dudas de la unidad baskona y de la independencia bizkaína (año 796): “Alfonso (se refiere al mencionado Alfonso II de Asturias) había pedido ayuda a los países baskones y a las poblaciones vecinas”. El relato de Ibn Al-Athir habla también de que: “Alfonso había logrado la ayuda del rey de Bizcaya, su vecino (…)”.
Es significativo que la primera vez que aparece escrita la palabra “nabarros”, fuese en las crónicas francas hacia el año 769, un año después de la muerte de Waifre, se trata de un texto de los Anales Tiliani, que hace referencia a las gestas de Carlomagno que sojuzgó a los “Hispani, uuascones et nauarri”, siendo Pamplona “oppdium nauarrorum”, por tanto, separa hispanos de baskones y a estos de los nabarros.
El doctor en historia Peio Monteano Sorbet en su libro “La lengua invisible” (ed. Mintzoa 2019), comenta que los francos llamaron nabarros: “Más concretamente, a los que viven en la llamada Navarra nuclear o Vieja Navarra; las cuencas de Pamplona y Aoiz-Lumbier, el corredor de Sakana y Tierra Estella”.
Pero no se limitaba el genitivo “nabarro” en el siglo VIII a ese territorio tan concreto como veremos, ni hay documento alguno que así lo indique, esa “Navarra nuclear” que indica Monteano, tiene más que ver con el origen del reino de Pamplona en el siglo IX, aunque en su creación también participaron de manera significativa, cuando menos, los alabeses de los Bela o Belasko y muy probablemente baskones de otras regiones del ducado (https://lehoinabarra.blogspot.com/2014/07/orreaga-o-la-fragua-del-reino.html).
Para situar el territorio originario de los nabarros, dejó escrito el propio biógrafo del rey franco Carlomagno de nombre Eginhard (770-840), que el río Ebro nacía en “territorio de los nabarros”, por lo que bajo este nombre denominaba a todos los baskones del sur de los Pirineos: “Amplió… ciertamente el reino de los Francos… Ya que, sin anteriormente este se limitaba a la parte de la Galia que se extiende entre el Rhin y el Loira, y el Poniente y el mar baleárico, ya parte de Germania… él, mediante las guerras referidas, se anexionó Aquitania y Vasconia y toda la altura del monte Pirineo, y hasta el río Ebro, el que naciendo en territorio de los nabarros y tras discurrir por los fertilísimos campos de Hispania, se derrama en el mar baleárico bajo las murallas de la ciudad de Tortosa; luego toda la Italia…”
Este mismo territorio como origen de los nabarros, es el que nos dejó escrito el historiador artajonés Jimeno Jurio: “por los años 800 aparecen mencionados los nauarri. Los cronistas francos llaman así a los pobladores de la región que se extiende por la vertiente sur de los Pirineos occidentales. A este grupo humanos pertenecía Pamplona, oppidum nauarrorun. Desde los albores del siglo IX el apelativo nabarro designó, al menos en tierras norpirenaicas, el tellus o País situado en la vertiente sur del Pirineo y habitado por euskaldunes”.
Peio Monteano en el libro mencionado, comenta como, al hablar sobre los nabarros: “los cronistas francos los mencionan en el relato de la batalla de Roncesvalles y los distinguen de los vascones que pueblan la vertiente norte al llamarles vascones hispanos o nabarros. Siglos después, comienzan a aparecer también en las crónicas castellanas, eso sí, con varias grafías: nabarros, nafarros, naparros (sic.). Y más tarde todavía, en el siglo XII, también los autores musulmanes se referirán al país de Nabarra (sic.)”. Por tanto, Monteano también es de la misma opinión en este párrafo, cuando señala que los nabarros para los francos, son todos los baskones del sur, los cuales son identificables por su lengua baskona o euskera como veremos.
Por el norte, en ese mismo año 769, Carlomagno construyó junto a Burdeos la fortaleza de “Franciacum”, frontera entre el ducado de Baskonia y los Estados francos incluida Aquitania. El propio Carlomagno será derrotado el 15 de agosto del 778 en la Primera Batalla de Orreaga-Roncesvalles donde se sabe que tomaron parte baskones de ambas vertientes.
El rey Sancho VI el Sabio (1150-1194), dio un gran giro a la política nabarra en todos los ámbitos. Es con este rey cuando el euskera aparece denominado como “lengua nabarra”. Se trata de un documento del año 1167 entre el obispo de Pamplona y el conde Bela, los cuales dejan escrito que el euskara es la “lingua navarrorum” o idioma nacional de los nabarros, es decir, del reino de Pamplona-Nabarra. Pactaban sobre la hacienda de Arimeria perteneciente al Santuario en honor a San Miguel Excelsis de Aralar, cuya vaquería se comprometía el conde de Alaba Don Bela a cuidar gratuitamente (conde que se llamaba a sí mismo “príncipe nabarro” y que era también conde de Bizkaia, Gipuzkoa y Oñati). El documento está en el archivo de Santa María de Pamplona y dice:
“Erit autem talis differncia inter Orti Lehoarriz et Açeari Umea et successores eorum, quod Orti Lehoarriz faciet tu lingua Navarrorum dicatur unamaizter et Açceari Umea faciet buruçzagui, quem voluerit” . Traduce el analista José Moret (s. XVII): “Y será con esta diferencia entre Orti Lehoarriz y Aznar Umea, que Orti ponga, como se dice en la lengua de los nabarros, un Maizter (Mayoral de Pastores en euskara) y Aznar Umea un Buruzagi (Mayoral de peones) a quien quisiere”. Por tanto hablar en nabarro era hablar en euskara.
Como el propio Peio Monteano señala en el libro mencionado, cuando Sancho VI el Sabio en ese siglo XII pasa de llamar al Estado o reino de Pamplona reino de Nabarra, no es el Estado o el territorio el que da nombre a sus ciudadanos, sino que es el reino el que toma el nombre de éstos. Es más, eran “nabarros” solo los euskaldunes como los de la nabarrería de Pamplona, pasando desde entonces a serlo también las minorías lingüísticas del reino baskón que hablaban lenguas occitanas, la minoría al sureste de lengua romance nabarro o los musulmanes y judíos del sur con sus diferentes idiomas.
En el libro “El euskera en Navarra” del historiador Jimeno Jurio decía: “Podemos afirmar que la Ribera de Alta Nabarra, de Alaba y de Aragón limítrofe a éstas, pasaron por ciclos proto-vasco, vasco-céltico, vasco-latino, vasco-árabe y vasco-románico desde los siglos IX-X hasta nuestros días (los godos apenas tuvieron repercusión en el complejo idiomático de la comarca). En este último ciclo, el vasco-románico, también hay que hacer dos distinciones: un primer ciclo vasco-romance medieval marcado por el respeto y el mestizaje vasco romance nabarro con mozárabe, y un segundo ciclo a partir del siglo XVI con la pérdida del reino nabarro, donde el euskera, el idioma propiamente nabarro, es menospreciado y apartado de la vida social por el idioma de conquistador: el castellano”.
Todavía en el siglo XVI el 80% de la población era euskaldun, casi toda ella monolingüe, habiendo entre el otro 20% del sur o de las grandes ciudades quienes también hablaban euskera como el propio autor acredita en este libro y en otro anterior, “La Guerra de Navarra”, tal y como recogimos en el artículo: “El euskera y el reino de Nabarra” (https://lehoinabarra.blogspot.com/2014/07/el-euskera-y-el-reino-de-nabarra.html).
Peio Monteano concluye en el libro “La lengua invisible”, que entre los siglos XII al XVI de la conquista castellano-española, el euskera avanzó y era de uso común en todos los ámbitos, incluida la administración y las clases altas:
“En esa centuria (habla del s. XIV pero lo extiende hasta la conquista), en la práctica, era necesario que los oficiales reales supieran euskera y muchos de ellos, que no eran vascohablantes nativos, lo aprendían en su formación (…) lo mismo ocurría en la Iglesia, donde desde muy antiguo se exigió a los sacerdotes que hablasen la lengua de los feligreses (…). Incluso el escriba que en su estudio de la catedral (de Pamplona en el siglo XIV) prueba su pluma antes de escribir sus habituales documentos en latín, garabatera descuidadamente sobre el pergamino una oración rimada en euskera: Pater Noster txikia, Deus perententzia, lurrak dakar ogia, zotzak ardan bustia…”.
https://lehoinabarra.blogspot.com/2019/05/origen-de-los-nabarros.html?m=1&fbclid=IwAR0jDYGwnlHM3TkyNCJ1b4jRXJoOvBzB1NOBS4ls7lkisMHZGiLPgWQj7J8