EL PAPEL DE LAS ENTIDADES CULTURALES
Cuando insisto en que lo de los indignados no es un movimiento, sino una erupción, la primera erupción de un magma social incandescente, es con conocimiento de causa. Quien quiera abandonar el error de la mirada y dejar de confundir erupción con movimiento social, solo hace falta que se fije en Òmnium. El catalanismo sí es un movimiento. Los movimientos tienen objetivos, continuidad histórica, múltiples frentes y plataformas, debate teórico, doctrina, líderes, héroes, traidores y toda la pesca. Òmnium ha cumplido 50 años y se ha reafirmado como organización líder del movimiento catalanista. Gracias sobre todo a Òmnium y sus socios, el catalanismo mantiene un fuerte liderazgo desde la sociedad y no se encuentra circunscrito a la esfera de los partidos.
Todas las demás entidades de la sociedad civil son plurales. Aunque en muchas el catalanismo tenga un componente dominante, se deben al pluralismo de sus socios y a las finalidades, que son diferentes de las de Òmnium, en todos los casos más específicas. La gente de Òmnium pone en segundo término el pluralismo ideológico a favor del propósito común, de carácter altruista. Los socios no reciben servicios, sino que contribuyen a la causa de la nación catalana. El beneficio es la satisfacción del pequeño, pero significativo, sacrificio a favor de lo que su masa social entiende por bien común.
En este sentido, si comparamos el Ateneu Barcelonès con Òmnium, podremos observar la diferencia de forma nítida. Incluso podríamos decir que la función social y política rectora del catalanismo que en el pasado había asumido el Ateneu, hoy corresponde a Òmnium. El discurso político de Jordi Porta y Muriel Casals, los dos presidentes de Òmnium que han explicitado la vocación de liderazgo social del catalanismo, enlaza con el de Àngel Guimerà, presidente del Ateneu a finales de los siglos XIX y principios del XX. En nuestros días, el Ateneu no tiene voluntad ni posibilidad de ejercer esa función. Aparte de Òmnium, no existe en la Catalunya de hoy ninguna organización de amplia base y objetivo identitario. Òmnium se acerca a los 25.000 socios y cuenta con una masa social incalculable de simpatizantes. Su capital se redondea con una capacidad de persuasión muy superior a la de los partidos, por no hablar de la convocatoria en la calle. Òmnium no pesa tanto como el Barça, pero es más influyente que el Barça. Todo ello con unos presupuestos extremadamente modestos.
El lector se habrá fijado tal vez en un detalle. He citado la palabra Òmnium más de 10 veces, pero me he abstenido de añadir el Cultural. Quien consulte la web de la entidad comprobará cómo ellos también prescinden del Cultural. Con razón. Por mucho que ampare la Nit de Sant Jordi, Òmnium no es una entidad cultural. Ni lo es ni quiere serlo. Las tres palabras con las que se autodefine son «lengua, cultura, país», pero cualquier lector, aunque no sea demasiado sagaz, leerá «lengua, identidad, nación». La identidad y el país pueden ser compuestos, la cultura es plural. La lengua es siempre singular. Tanto, que en la web oficial hay, junto al catalán, las opciones del inglés y del francés. No del castellano.
Me gustaría dedicar la última parte del artículo a delimitar mejor la esfera de la cultura y su escasa función en la sociedad catalana actual. Hace un siglo, el catalanismo funcionaba con un tridente, formado por la cultura, la política y la sociedad. El tránsito entre los tres brazos era constante, y no eran pocos los que participaban de los tres. Guimerà, sin ir más lejos, presidió un partido, además del Ateneu, como hemos dicho, y triunfó en el mundo como dramaturgo (hasta el punto, sea dicho para hacer memoria, de que sufrió que desde Madrid boicotearan el Nobel que la Academia sueca estaba decidida a concederle). Ahora, ese tránsito apenas existe. Lo que era tridente se ha convertido en esferas autónomas. La política es para los políticos. La sociedad dispone de sus asociaciones. Las complicidades subyacentes hasta la época de Pujol se han convertido en desconfianzas y recelos. La cultura se ha desarrollado en los últimos decenios en ausencia de apoyos sociales y políticos homologables, por lo que bastante trabajo tiene en huir del autismo y la endogamia.
En definitiva, la cultura, que hasta la dictadura de Primo de Rivera vigilaba de cerca la política y llevó el peso de la resistencia catalanista al franquismo, se encontró arrinconada y fuera de juego. Sin que Òmnium se preocupara en absoluto, así en el pasado como en el presente. Otorga el Premi d’Honor más por inercia que por tradición, no tiene ni interés ni instrumentos ni conocimientos que le permitan un esbozo de diagnóstico sobre el estado de la cultura, sea dicho con ánimo descriptivo. Las energías y la inteligencia las reserva para erigirse en vanguardia del catalanismo.
La enhorabuena a Òmnium por el 50º aniversario. Gracias a todos, si se pueden dar desde la cultura, por no instrumentalizarla. A ver si, mediante el pluralismo, llega a mayor de edad.