“Bashar está de vuelta”, titulaba hace poco Newsweek en su portada. He escrito muchas veces que la guerra de Siria ha sido una guerra a puerta cerrada, un cementerio de información. Debido a la dificultad de obtener visados, la mayoría de corresponsales extranjeros llegaba a Siria a través de las desmanteladas fronteras con Turquía e Irak, en la zona controlada por los grupos de la oposición al régimen. Dieron su testimonio, mientras unos pocos describíamos el ambiente de la zona gubernamental. En otoño de 1970, al poco tiempo de empezar mi aventura en Oriente Medio, me fue imposible conseguir un visado cuando el rais Hafez el Asad, padre del actual presidente, dio un golpe de Estado palaciego en Damasco. Era muy difícil informar sobre Siria.
A diferencia de todas las guerras civiles de Oriente Medio, la larga guerra de tres lustros de Líbano se pudo narrar con libertad. Pero tendrá que pasar tiempo hasta que sea posible explicar a fondo las causas que provocaron el desmembramiento de Irak y Siria. Por más sangrientos que fuesen los regímenes de Sadam Husein y El Asad, es difícil justificar la encarnizada destrucción de sus poblaciones.
En una entrevista mano a mano con Bashar el Asad, a una atrevida pregunta, me confirmó que la política en Oriente Medio se resume en “o tú me matas o yo te mato”. El rais sirio acusó al wahabismo, a los Hermanos Musulmanes, a los bárbaros del Daesh, ayudados por gobiernos árabes y de Occidente, de la intensificación de esta violencia latente.
El sorprendente reportaje de News-week , con declaraciones del exembajador estadounidense en Damasco Robert Ford revela un cambio pragmático de la valoración oficial occidental sobre el gobierno de El Asad. No ha mejorado la vida cotidiana de su población, ahora muy golpeada por la peste coronaria, ni los desplazados del interior ni los refugiados en los países vecinos han podido regresar a sus casas, ni se ha reconquistado el enclave de Idlib, cabe a la frontera turca, donde se hacinan los oponentes del régimen, porque su batalla provocaría un nuevo flujo de población desesperada hacia Europa. Pero la guerra fue ganada por Bashar el Asad, con ayuda de Rusia, Irán y el Hizbulá libanés, que consiguió aplastar a los bárbaros del Daesh y a los desnortados y divididos grupos de la oposición. No hay una alternativa de poder en la república siria y el pragmatismo político obliga a aceptarlo. En estos meses se ha ido resquebrajando el impuesto boicot diplomático al régimen, los enemigos de Estados Unidos se han hecho más fuertes. Jordania ha abierto su frontera con Siria, diez países y la propia Liga Árabe han normalizado sus relaciones con el Gobierno damasceno. Por territorio sirio llegan las ayudas de combustibles, de gas, al desgraciado Líbano. La Unión Europea, en cambio, mantiene su inflexible actitud ante el Gobierno de la antigua ciudad de los omeyas.
LA VANGUARDIA