Odonostia city

Érase que se era una ciudad que en realidad no lo era, que se asemejaba más a una aldea encantada, a un parque temático, a una Disneylandia de postal para turistas y curiosos. Donostia para unos, San Sebastián para otros, a la antigua prolongación al mar de Hernani nadie la quiere más que su alcalde, Odón Elorza. Y eso lo sabe bien la mayoría de donostiarras, relativa pero mayoría al fin y al cabo, que le ha otorgado su confianza en sucesivas citas electorales. Pero no es intención de este artículo repasar trayectorias de nadie, sino retratar lo que se está haciendo en la ciudad.

Donostia presume de guapa, pero lo hace gracias al viejo truco de enseñar lo más bonito que tiene e intentar esconder las fealdades que forman parte intrínseca de su personalidad. Está bien hablar de la bahía, del Kursaal, del proyecto de Tabacalera, de los parques y jardines, de los bidegorris, de playas de fina arena, de barandillas y hoteles de lujo. Pero Donostia no se puede reducir a esa postal, y de hecho no se reduce. La ciudad también es Añorga y Altza, Bidebieta y Amara Zaharra, los transportes públicos con escasas frecuencias, salvo en contadas líneas, y mal coordinados, la invasión diaria de coches, una estación de tren obsoleta o el prohibitivo precio de la vivienda que obliga a los jóvenes a salir de la ciudad si quieren conseguir un piso a un precio algo más asequible, que no barato. Donostia es todo eso y mucho más. Y por ello es necesario plantearse un modelo de futuro que consiga mantener lo bueno que ahora tiene con las mejoras suficientes que impidan que se convierta con el tiempo en un remedo de balneario suizo.

Es posible que algún lector considere exagerado afirmar que el gobierno municipal de Donostia (PSE-Ezker Batua) no es un gobierno de izquierdas. Lo es en apariencia, sí, pero no lo es en la política diaria. Por supuesto que es netamente más progresista que uno que estuviese liderado por el PP o el PNV, pero de ahí a considerar que la política municipal donostiarra es de izquierdas va un largo trecho. Ni en materia de vivienda, ni en política social, ni en cultural, ni en participación ciudadana, ni en cuanto a su relación con otras instituciones se puede decir que el equipo que lidera Elorza se haya destacado por un componente alternativo. Más bien se ha venido plegando, intentando no hacer demasiado ruido, gestionando las teclas que la llegada de Zapatero a la Moncloa le pueda deparar. Pero a pesar de ello no se ha desatascado ningún gran tema para el futuro de Donostia. En el asunto de la incineradora parece claro que va a tragar con ella después de tanto ruido; en cuanto al cuartel de Loiola ídem de ídem, los militares seguirán (aunque tal vez con el nuevo ministro de Defensa, quién sabe); en vivienda ninguna iniciativa que frene la escalada de precios ni salidas para las miles de viviendas vacías, salvo megaplanes para Martutene, Zubieta, Errekalde o Altza que acabarían con las pocas hectáreas libres de terreno con que aún cuenta la capital guipuzcoana. Elorza tampoco ha liderado una política de transportes para el área de Donostialdea, que cuenta con un caos de líneas de autobuses que no se coordinan entre sí ni con las de la Compañía del Tranvía, además de carecer de iniciativas coherentes respecto al Topo, cercanías de Renfe o el proyecto de tranvía eléctrico. Todo ello conduce a una exhibición casi pornográfica del vehículo privado, que lo inunda todo, situación que no puede esconderse mediante la construcción de bidegorris por doquier (algunos de ellos sin conexiones lógicas, aunque se ha mejorado en ese terreno). El impulso a la construcción de aparcamientos subterráneos en el centro de la urbe en lugar de fomentar los parking disuasorios en las entradas a la ciudad, bien conectados con el centro por medio del transporte público, ha sido otro error de bulto del gobierno municipal de Elorza. Error que no parece vaya a ser subsanado en el futuro sino, muy al contrario, reiterado.

Mención aparte merecen casos tan flagrantes como el del complejo Illunbe, un pelotazo urbanístico en el que han participado Eroski en primer término, luego un empresario taurino y una multinacional cinematográfica, entre otros agentes, en perjuicio del pueblo de Donostia y de una de sus empresas más emblemáticas. Las sentencias del Supremo que invalidan las chapuzas municipales han dejado indiferente a Elorza, que ahora se limitará a acomodar las leyes a la situación de hecho provocada por su incompetencia manifiesta. En cuanto al cerro de San Bartolomé, fue la oposición ciudadana quien consiguió impedir otro atropello urbanístico. Por fin, la complicada situación financiera de la Real Sociedad y la marcha a Madrid de Astiazaran parecen la mejor garantía para que el bodrio de Gipuzkoarena descanse en el valle de los horrores jamás perpetrados. Aquí Elorza matizó su posición, sin oponerse jamás al proyecto en su esencia, no mostrando ningún liderazgo para parar los pies a una institución muy respetable, pero privada al fin y al cabo.

Otros aspectos en los que la política municipal dista de ser de izquierdas se pueden atisbar en la política cultural del consistorio, cerrada a transformar las fiestas de agosto en un acontecimiento popular que ahora no es ni por asomo. En vez de impulsar que los grupos de jóvenes dispuestos a implicarse en un proyecto de fiestas más acorde con el pálpito popular de otras capitales, Elorza se ha empeñado en mantener un perfil de Aste Nagusia para turistas, elitista y demodé, dando pábulo a los sectores de la ciudad más refractarios al cambio, sectores con los que Odón nunca se ha querido enfrentar. Al contrario, los mima con eventos evanescentes que aumentan la distancia entre la imagen que se da de Donostia y su verdadera realidad ciudadana, no tan diferente de la de otras ciudades vascas, pese a que se nos quiera vender esa idea por activa y por pasiva.

Es cierto, y así hay que reconocerlo, que la falta de una mayoría solvente en el pleno que le permita gobernar con tranquilidad fuerza al equipo de Elorza a intentar de forma contínua llegar a acuerdos con unos y otros, a veces sin mucho convencimiento. La necesidad de negociar para sacar adelante sus planes ha acabado por debilitar su proyecto inicial (si es que alguna vez lo ha tenido), limitando su margen de maniobra, pese a que la oposición no sea precisamente de las más brillantes, situación a la que contribuye la no presencia dentro del consistorio de la izquierda abertzale.

Por todo ello, Odón Elorza proseguirá con su política ambigua, moderadamente populista, ciertamente liberal y muy escasamente vasquista, a pesar de los eslóganes de que gusta rodearse, que le permita ir sorteando las dificultades en lo que resta de legislatura, apenas un año, para poder así presentarse a la reelección con la esperanza de que el resto de fuerzas políticas sea de nuevo incapaz de presentar alternativas fiables que acaben con el dominio relativo del ayuntamiento donostiarra por parte del PSE-EE. Si así sucede tendremos Odonostia City para rato. ?