“La independencia supuso una recuperación del legado musulmán en Uzbekistán, donde el islam oficial instaurado por los bolcheviques había relegado casi a la clandestinidad al islam popular
“En el corazón mismo de la ex Asia Central soviética se puede visitar la segunda colección más importante de pintura contemporánea rusa, después de la del Hermitage
Uzbekistán, o país de los uzbekos, es una de las cinco repúblicas exsoviéticas de Asia Central, con una extensión de 447.400 km² y 31.360.836 habitantes. A lo largo del siglo XIX, las diferentes entidades políticas de la región pasaron a ser protectorados que se incorporaron al imperio zarista a la vista de la creciente rivalidad entre Rusia y Reino Unido, con el trasfondo de la India, que se conoció como el “gran juego”. Con la Revolución de Octubre pasó a formar parte de la Unión Soviética como República Socialista Soviética de Uzbekistán. Durante las siete décadas de dominio soviético, el país estuvo sometido a una sobreexplotación agrícola, especialmente en lo que se refiere al cultivo del algodón, un cultivo que necesita mucha agua y que saliniza y desertifica el suelo, lo que ha contribuido a la creciente disminución del mar de Aral, que había sido el cuarto mar interior más grande del planeta. La independencia no sólo no borró la herencia soviética, sino que el primer secretario del Partido Comunista de Uzbekistán, Islom Karimov, se convirtió en el presidente de la nueva república independiente de Uzbekistán, cargo que ejerció hasta su fallecimiento, en 2016, cuando fue sustituido por el primer ministro Shavkat Mirziyoyev.
La independencia supuso una recuperación del legado musulmán en un país en el que el islam oficial instaurado por los bolcheviques había relegado casi a la clandestinidad al islam popular. Esto ha dado lugar a una eclosión de nuevos creyentes que, en comparación con lo sucedido en la mayoría de las exrepúblicas soviéticas europeas, contrasta con cierta fascinación por el pasado soviético. También dio lugar inicialmente a la aparición de movimientos islamistas radicales como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, creado en 1998 por Juma Namangani, un exsargento paracaidista del Ejército Rojo que, como otros muchos soldados provenientes de Asia Central, vivió una profunda crisis de conciencia cuando se vio empujado a combatir contra otros musulmanes en Afganistán. Namangani falleció en noviembre de 2001 en un bombardeo estadounidense cuando combatía como aliado de Al Qaeda.
Karimov impuso un régimen presidencialista y autoritario que ha sido denunciado en reiteradas ocasiones por diversas organizaciones internacionales (desde el Departamento de Estado de Estados Unidos hasta el Consejo de la Unión Europea, Amnistía Internacional y Human Rights Watch) por conculcación de los derechos humanos (tortura, detenciones arbitrarias, desapariciones…), falta de libertades y corrupción (desde 2017, Gulnora Karimova, hija del antiguo presidente, cumple una condena de diez años de cárcel por fraude y blanqueo de capitales). La homosexualidad está penalizada y el colectivo LGTBI está obligado a permanecer en la clandestinidad.
La agricultura todavía ocupa el 26% de la fuerza de trabajo del país, pero las exportaciones de gas natural, de oro, de algodón, de cobre, sobre todo a Suiza, Reino Unido, Rusia y China, y la producción de petróleo y una incipiente pero creciente industria turística (en torno a los seis millones de visitantes) permiten un nivel de vida relativamente aceptable a un coste muy bajo. No hay duda de que ciudades como Samarcanda y su plaza Registán, con las tres imponentes madrasas –patrimonio de la humanidad–, y las inconmensurables Khivá y Bujara, con sus karavanserais que nos transportan a los tiempos de la ruta de la seda, y el metro de Taskent, construido a imitación del de Moscú, y los grandes mercados donde conviven los vendedores uzbekos con los norcoreanos llegados durante el período soviético, así como la lengua farsi de los tayikos, tienen un potencial de atracción turística difícilmente superable. Pero, sin duda, una de las cosas que más sorprenden es el museo de pintura contemporánea de la ciudad de Nukus, en la orilla del río Amudarià, la sexta ciudad del país (en torno a los 300.000 habitantes) y capital de la república autónoma de Karakalpakistán.
El Museo Igor Savitski en honor de su fundador, el pintor, arqueólogo y coleccionista ucraniano, abría sus puertas en 1966 bajo la dirección de este visionario que, hasta su muerte, en 1984, dirigió una institución capaz de atraer a la capital de la República de Karakalpakistán más de un centenar de pintores rusos y casi una treintena de Uzbekistán y de Karakalpakistán, incluidos muchos considerados disidentes por el régimen soviético. De este modo, en el corazón mismo de la exAsia Central soviética, se puede visitar la que se considera la segunda colección más importante de pintura contemporánea rusa, después de la del Hermitage, ¡claro!
EL PUNT-AVUI