CARLES CASTELLANOS
La monarquía española no será eterna. Las exhibiciones por tierras gallegas ya nos muestran la viva imagen de la decadencia: ahora nos la exhiben como recurso mediático para intentar hacer olvidar el escándalo del espionaje promoviendo la burrez más gregaria; y, al mismo tiempo, empezando a mostrar unas primeras críticas que anuncian su declive.
Hay que recordar ahora, pues, de nuevo, que la Transición española dio el paso del franquismo a un régimen monárquico, con un rey coronado por el dictador y manteniendo todos los instrumentos esenciales del Estado, construidos por la dictadura. Resultó un sistema político cuya escenografía electoral y parlamentaria ha permitido mantener los abusos fundamentales contra nuestro pueblo: empobrecimiento generalizado, déficits escandalosos en las infraestructuras y servicios (ferroviarias, corredor mediterráneo, déficit sanitario y social, etc.), persecución de la lengua, negación de derechos fundamentales como el de manifestación y expresión (incluso institucional): un régimen de ocupación que cada día se acerca más a un abuso de carácter colonial.
Sólo será necesario, pues, que las grandes crisis económicas y ecológicas, que comienzan a arrancar el hervor, estallen abiertamente para ver cómo el fin de la monarquía pasa a ser una moneda de cambio hacia la nada. Comenzará a asomarse la propuesta de una nueva operación engañosa, en torno a una hipotética República española que huele a continuismo, una reedición de la desdichada transición política de los años setenta del siglo pasado. Ahora este engaño se está cocinando en los despachos de las élites económicas y políticas españolas; y con la participación tanto de la derecha como de una autollamada izquierda, igualmente españolista y condescendiente con el abuso; y asumiendo su dosis de catalanofobia. No hay más que recordar los ataques de los que fuimos objeto durante la República española: contra el Estatut, liquidando la banca propia, prohibiendo la autodeterminación… para saber cuál es el talante colectivo de toda la política española.
Hay que decir fuerte que esta pretensión de una República española como sistema democrático es una mentira, porque es un hecho demostrado que España es irreformable; lo sabemos porque lo hemos ido viviendo sin cesar. La esencia del poder español no es la aspiración a mejorar cada día más la democracia, sino el mantenimiento de unas formas de dominación que han funcionado para los poderosos y sus monopolios. La razón de fondo es la ideología en la que se fundamenta este poder español y que ha acompañado la expansión del imperio del pasado pero que ha ido manteniendo tras la pérdida de las colonias más lejanas y ha impregnando a la masa de la población, de modo que, en cualquier posible combinación política de gobierno, la ideología colonial agresiva sigue siendo su esencia.
Este Estado ha tenido, a lo largo de la historia, una gran habilidad para la maniobra política y la manipulación de la población que se basa en la amenaza y la corrupción, una combinación en la que se han dejado atrapar incluso a algunos líderes de los partidos catalanes que el poder español está haciendo bailar a su ritmo, desde las miserias del régimen autonómico.
Hemos explicado el origen de esta ideología en un artículo reciente en Llibertat.cat “Ideología de guerra”, la razón por la cual España es incapaz de condenar los crímenes del franquismo y no se puede deshacer de la agresividad de cariz colonial y de la catalanofobia más rabiosa. Su móvil, en las tierras ocupadas, no es el amor a la patria que tanto proclaman. Es el fanatismo de la dominación como consigna y el afán incansable de conquista y abuso que tienen agarrado a la piel; es toda una forma de ser y de pensar que sólo podrá cambiar cuando España haya perdido definitivamente sus últimos territorios adquiridos por la violencia de las armas.
No nos debemos dejar engatusar, pues. Ante el regalo envenenado de una República española será necesario que masivamente espetemos una respuesta sencilla pero clara: ¿República española? No, gracias. Nosotros sólo podremos vivir en una República catalana y en una República confederal de los Països Catalans. Cualquier otra oferta tramposa no puede interesarnos. No volverán a engañarnos.
EL PUNT-AVUI