No va de humor: va de catalanofobia

El 23 de febrero de 1988, en el programa de Televisión Española “Viaje con nosotros” que conducía Javier Gurrutxaga, los Joglars de Albert Boadella hicieron un gag –con mucha hiel– ​​en el que se parodiaba al Barça, Jordi Pujol y la Moreneta. Puede verse en YouTube. El programa de Gurrutxaga estaba hecho con una libertad de expresión profundamente irreverente que ahora sería difícil repetir. Eso sí: el programa sólo se emitió entre enero y mayo de aquel año…

Hace treinta y cinco años, la emisión de ese gag humorístico levantó mucha polvareda en Cataluña. Además de las protestas esperables de los sectores más conservadores, del PP de Fernández Díaz al arzobispado de Barcelona –entonces aún regido por el cardenal Narcís Jubany–, las quejas también llegaron de parte de Esquerra Republicana de Catalunya, cuando era secretario general Joan Hortalà. Y este clima de indignación propició que se preguntara si los catalanes no teníamos sentido del humor.

Desde entonces, el contexto social y político, la reputación pública de la Iglesia católica, el panorama de los canales y estilos televisivos y, particularmente, las expresiones del humor, han cambiado mucho. Pero lo que no ha cambiado es la utilización del humor para ponerlo al servicio de los combates políticos. El caso del gag con la Virgen del Rocío en el ‘Está pasando’ de hace un par de semanas, lo ha vuelto a poner en evidencia. Y entre el del ‘Viaje con nosotros’ y este último, en todo lo demás, se ha repetido la misma lógica: el humor hace política… y la política se revuelve con mal humor.

Por tanto, una cosa son los términos en los que se presenta la polémica pública y otra cosa lo que realmente pretende conseguir. Quiero decir que aunque el debate suele ir sobre los límites de la libertad de expresión, sobre el buen o mal gusto del humor o sobre si se ha herido la sensibilidad de determinados colectivos, que son cuestiones ciertamente relevantes, la fabricación de la polémica tiene otros objetivos. Así, mientras se vuelve a hablar de si los catalanes o los andaluces tienen sentido del humor, de si deben ponerse límites al humor o de si se hiere la sensibilidad religiosa –se tragan la bola desde los obispos catalanes hasta el CAC–, la voluntad de quienes inflaman la indignación es estrictamente de orden político.

Y es que es necesario entender la dimensión política del humor. Un papel especialmente relevante cuando la política está en horas bajas y tiene poca credibilidad. Y es que ha llegado un punto en el que el humor político es casi toda la información política que merece atención. Véase el caso de Polonia, que ya hace tiempo que es el principal constructor de las imágenes y los perfiles políticos que conocen la mayoría de catalanes, y que obviando su dimensión cómica, se toman por auténticos. De los políticos, claro, y de todo el resto de poderes que se atreve a parodiar.

Además, las críticas que reciben los programas de humor –incluidas persecuciones judiciales– también son políticas. Lo prueba su oportunismo en períodos electorales, lo prueba que las indignaciones sólo están ahí por parte de quienes son objeto de la parodia –la indignación es terriblemente insolidaria– y lo prueba la ocultación que –de buena o mala fe– se hace del contexto general. Por ejemplo, y en referencia al caso de la Virgen del Rocío, se puede afirmar que “sólo” los andaluces son objeto de burla y que TV3 “nunca” lo haría con los símbolos propios, cuando los catalanes debemos ser de los pueblos más autoparodiados, incluyendo, naturalmente, la Moreneta y nuestra televisión pública.

En este sentido, entrar a discutir cuáles son los límites de la libertad de expresión o si un gag tiene poca o mucha gracia, no es que sea inútil, es que enmascara el propósito real de la indignación. Si se quisiera hablar de los límites de la libertad de expresión, lo más interesante sería observar de qué no se puede bromear en la actualidad, cuáles son hoy en día los colectivos intocables e incluso cuáles son las fronteras entre el humor y lo que se califica de delito de odio.

Aunque en el caso del gag de Gurrutxaga y Els Joglars, o ahora en el de la Virgen de Rocío, podía parecer que el debate era sobre la ofensa de sentimientos religiosos, en realidad se trataba de seguir inflando la catalanofobia tan útil es en períodos electorales. Así de simple.

ARA