No somos Grecia


No hay mal que por bien no venga, y la crisis de Grecia está haciendo muy, muy feliz a alguna gente, gente que se oponía a la reforma sanitaria y que se muere de ganas de tener una excusa para desmantelar la Seguridad Social. Mire uno donde mire, hay editoriales y comentarios, algunos haciéndose pasar por información objetiva, que afirman que la Grecia de hoy será el EE UU de mañana a menos que nos dejemos de todas esas tonterías de cuidar de los que lo necesitan.

Sin embargo, lo cierto es que EE UU no es Grecia y, en cualquier caso, el mensaje que nos transmite Grecia no es el que esa gente querría hacernos creer.

Entonces, ¿qué diferencias hay entre EE UU y Grecia? Ambos países han estado soportando últimamente déficits presupuestarios elevados, más o menos comparables expresados como porcentajes del PIB. Sin embargo, los mercados los tratan de forma muy diferente: el tipo de interés de los bonos del Estado griego es más del doble del de las obligaciones estadounidenses, porque los inversores ven un alto riesgo de que Grecia termine por suspender los pagos de su deuda, mientras que prácticamente no ven ningún riesgo de que EE UU haga lo mismo. ¿Por qué?

Una respuesta es que EE UU tiene un nivel de deuda mucho más bajo -la cantidad que ya debemos, frente a los nuevos préstamos- en relación con el PIB. Es verdad que nuestra deuda debería ser aún menor. Estaríamos en mejor situación de hacer frente a la emergencia actual si no se hubiese despilfarrado tanto dinero en recortes de impuestos a los ricos y en una guerra injustificada. Pero, aun así, hemos entrado en la crisis en mucha mejor forma que los griegos.

Sin embargo, todavía más importante es el hecho de que tenemos una vía despejada hacia la recuperación económica, mientras que Grecia no la tiene. La economía de EE UU ha estado creciendo desde el verano pasado gracias a los estímulos fiscales y a las medidas expansionistas de la Reserva Federal. Ojalá que ese crecimiento fuese más rápido; pero por fin está generando mejoras en el empleo y también se está reflejando en los ingresos. Ahora mismo estamos en camino de cumplir las previsiones de la Oficina Presupuestaria del Congreso sobre una subida considerable de la recaudación fiscal. Si a esas previsiones les sumamos las políticas de la Administración Obama, la consecuencia es una caída en picado del déficit presupuestario durante los próximos años.

Grecia, por otro lado, está enredada en una trampa. En los años de vacas gordas, cuando el capital entraba a raudales en el país, los costes y los precios griegos se alejaron mucho de los del resto de Europa. Si Grecia siguiera teniendo su propia moneda, podría recuperar su competitividad mediante una devaluación. Pero como no la tiene, y como abandonar el euro sigue considerándose impensable, Grecia se enfrenta a años de deflación opresiva y de crecimiento económico bajo o nulo. Por eso, la única manera de reducir el déficit es mediante unos recortes presupuestarios crueles, y los inversores se muestran escépticos respecto a si esos recortes realmente se producirán.

Por cierto, merece la pena señalar que el Reino Unido -que está en peor forma fiscal que EE UU, pero que, a diferencia de Grecia, no ha adoptado el euro- sigue siendo capaz de obtener préstamos con unos tipos de interés bastante bajos. Por lo visto, el tener una moneda propia cambia mucho las cosas.

En resumen, no somos Grecia. Puede que actualmente tengamos déficits de una magnitud comparable, pero nuestra situación económica -y en consecuencia, nuestras perspectivas fiscales- son tremendamente mejores. Dicho eso, sí que tenemos un problema presupuestario a largo plazo. Pero ¿cuál es la raíz de ese problema? La respuesta de rigor es que “exigimos más de lo que estamos dispuestos a pagar”. Sin embargo, esa respuesta es profundamente engañosa.

En primer lugar, ¿quién es ese “nosotros” del que habla la gente? Tengan en cuenta que la campaña para reducir los impuestos benefició principalmente a una pequeña minoría de estadounidenses: el 39% de los beneficios de hacer permanentes los recortes de impuestos de Bush irían a parar al 1% más rico de la población.

Y tengan en cuenta también que los impuestos se han quedado rezagados respecto al gasto gracias en parte a una estrategia política intencionada de “dejar que la bestia pase hambre”: los conservadores han privado deliberadamente al Gobierno de ingresos en un intento de imponer los recortes del gasto que ahora insisten en que son necesarios.

Mientras tanto, cuando uno mira bajo el capó de esas preocupantes previsiones presupuestarias a largo plazo descubre que no se deben a ningún problema generalizado de gasto excesivo. En cambio, son en gran medida el reflejo de una sola cosa: la suposición de que los costes de la asistencia sanitaria subirán en el futuro como lo han hecho en el pasado. Esto nos dice que la clave de nuestro futuro fiscal es mejorar la eficiencia de nuestro sistema sanitario, que, como posiblemente recordarán, es algo que la Administración Obama ha estado tratando de hacer, incluso cuando muchas de esas mismas personas que ahora advierten sobre los estragos del déficit gritaban “¡listas de la muerte!”.

Así que la realidad es ésta: las perspectivas fiscales de EE UU para los próximos años no son malas. Sí tiene un grave problema presupuestario a largo plazo, que tendrá que resolverse con una combinación de reforma sanitaria y otras medidas que probablemente incluirán una subida moderada de los impuestos. Pero debemos hacer caso omiso de quienes fingen estar preocupados por la responsabilidad fiscal, cuando su objetivo real es desmantelar el Estado de bienestar y pretenden utilizar las crisis del resto del mundo para asustarnos y obligarnos a darles lo que quieren.

Paul Krugman es profesor de economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.

© 2010 New York Times News Service.

Traducción de News Clips.

Publicado por El País-k argitaratua