No olvido Intxaurrondo del que aquellos socialistas que se reían tanto, ni de ellos

Nunca olvidaré la primera vez que vi, pasando por la carretera, el cuartel de la Guardia Civil española en el barrio donostiarra de Intxaurrondo. Era, es, un complejo de varios edificios, altos la mayoría, fortificado y lleno de luz, que desde abajo lo veías como trepado una colina que nacía junto a la carretera. Hablo de los años ochenta, cuando llegó a haber casi mil guardias allí dentro. Intxaurrondo, el Intxaurrondo real al que aquel monstruoso centro represión robaba también el nombre, quedaba literalmente a sus pies y, una vez habías pasado el barrio, ya aparecía San Sebastián, el barrio de Egia y la ribera de Loiola.

Como todo el que se movía en los círculos políticos de oposición a la reforma posfranquista, yo había oído hablar mucho de Intxaurrondo. De las torturas, de las guerrillas parapoliciales, de la guerra sucia. En aquella época la violencia de la policía no se ejercía en la calle sin más, como ahora. También se ejercía, y era mucho peor, dentro los cuarteles. Sin ningún tipo de escrúpulo. Ya mandaba el PSOE, el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra, pero para aquellos uniformados esto era un detalle sin importancia. Amparados en esa lucha contra ETA donde todo valía, ellos seguían haciendo como siempre habían hecho, desde la noche más oscura de la dictadura. Precisamente porque se lo dejaban hacer. Los socialistas.

No recuerdo si fue en ese viaje o en otro cuando una chica, y me sabe muy mal de no recordar ni el nombre, me explicó que había pasado por aquella instalación. Hablaba muy bajito y muy despacio. Recuerdo, por aquellas cosas extrañas que tiene la memoria, que llevaba un jersey de lana de color azul, pero no le veo la cara. No soy capaz de recordar ni cómo tenía el pelo. Pero sí que me explicó, que nos explicó a un grupo de valencianos con quien yo viajaba aquella vez. La habían torturada allí dentro, como a tantos y tantos vascos. Con menos intensidad que a algunos otros, y me impresionó mucho que parecía como si tuviera que pedir perdón por ello. Porque la habían dejado estar. Me impresionó su ansiedad, que el grupo de amigos trataba de calmar y no podía. Decía que le habían encapuchado cuando la enfilaron al coche, pero que había notado perfectamente el momento en que entraba en Intxaurrondo y se había hecho cargo de inmediato de qué le pasaría. Le dijimos que seguramente el coche había frenado en la puerta de entrada y habían hecho subir la barrera, pero ella respondió que no, que el aire pasaba a ser espeso de repente. Y que lo notabas.

El otro día, después de la manifestación en favor de Pablo Hasel en Valencia, y después de la salvaje agresión policial recibida por los manifestantes, un grupo de gente se concentró ante la comisaría de policía de Ferran el Catòlic, en Valencia. Alguien hizo circular unos vídeos que me hicieron volver a la memoria las noches en que yo mismo pasé hace muchos años ante aquella puerta, esperando que liberasen a algún amigo, algún compañero o simplemente algún desconocido que había sido detenido injustamente. En muchos países del mundo cuando se quiere aparentar un cambio político, una de las primeras cosas que se hace es remover edificios que a la gente le recuerdan cosas malas, cambiarles la función, disimular. Pero España estaba tan segura de que podía controlar y dominar su proceso que ni siquiera hizo nada en este terreno. La comisaría de Ferran el Catòlic sigue donde estaba, ondeando en ella la misma bandera. La comisaría de Via Laietana de Barcelona continúa donde estaba, ondeando en ella la misma bandera. La comisaría de Intxaurrondo sigue donde estaba, ondeando en ella la misma bandera…

Es a partir de estas imágenes y de esta experiencia personal como me encaré ayer con el audio que los colegas de Público (1) publicaron, un audio en el que se demuestra de sobra que Mikel Zabalza no murió ahogado en el río Bidasoa, como España ha pretendido explicar durante decenios, sino que murió en una de las casas de Intxaurrondo, por los efectos de la tortura. Dudaba a la hora de escucharlo. A mí no me tienen que convencer de que España tortura. Lo he visto con mis ojos y lo he oído con mis oídos. De mis amigos. De gente que aprecio y en la palabra de quienes creo. Yo vi con mis ojos la barriga negra, irreconocible, de Gustau. Y los golpes en la cabeza de Miquel. Yo escuché con mis oídos el relato de Dolors y el de María. Casi me sé de memoria la historia de Jordi, dónde le pegaban, cómo le pegaban. Y he escuchado el relato de Martxelo, explicado serenamente pero sin ahorrarse detalles. O los de Núria Cadenas, Ramon Piqué y Tamara Carrasco que los juntamos hace un tiempo en este impresionante acto con suscriptores de VilaWeb para que nos explicasen (2), y tan bien como lo hacen, las entrañas del monstruo, ellos que las tuvieron que sufrir en tres generaciones diferentes.

Pero finalmente decidí escuchar el audio (3). Y por un momento escucharlo me devolvió ese miedo, ese temor por nuestras vidas, si caíamos en las manos de aquella gente. De aquella gente decidida a imponer una visión política de lo que debía ser nuestra sociedad, sin poner ningún límite moral a sus métodos. Hasta llegar al asesinato, como mataron los GAL, como mató, y el audio lo reafirma, la Guardia Civil.

Pero enseguida me ha sorprendido incluso a mí la absoluta banalización de la violencia, la funcionalización aséptica de la tortura que se desprende de lo que dicen. Aquellos guardias civiles no lamentan haber matado a una persona. No lamentan haberla torturada. Solo lamentan haber hecho mal el trabajo. No lloran su muerte. Lloran que se les haya muerto sin serles de utilidad. Y se preocupan si acaso porque esto podría traerles algún problema. La conversación es la plasmación exacta, milimétrica de aquella explicación de Hannah Arendt, cuando dice que los monstruos pueden parecer gente normal. Porque estos dos torturadores hablan como habla la gente normal. Y como si en vez de matar a una persona, sádicamente, hubieran estropeado un transistor con un mal gesto o hubieran reventado un balón chutando demasiado fuerte.

Y mientras digería el audio y repasaba, indignado, cómo el Estado español hace aún hoy tanto como puede para ocultar hechos como el asesinato de Mikel Zabalza -y para evitar las responsabilidades penales que deberían acompañarlos- por WhatsApp me llegó un mensaje de Andreu, otro buen amigo de hace tiempo, precisamente recordándome lo que había sentido cuando él había ido al aeropuerto del Prat a recoger a la compañera de Zabalza, pocos días después de haberse encontrado el cuerpo muerto de su novio en el Bidasoa. Y Andreu, entre otras cosas, me recordaba: “Los socialistas se reían, de nosotros, y nos expedientaban desde sus ‘Gobiernos civiles’. Y también nos detenían”. Una afirmación que es la pura verdad y que creo que puede servir de resumen de todo: aquellos socialistas, prepotentes, se reían, convencidos de que controlarían nuestra sociedad para siempre. Los socialistas dejaban torturar, dejaban matar; mataban, en la medida en que dirigían los grupos de asesinos, pero todavía no tenían bastante y encima trataban de taparnos la boca. Del mismo modo que aún intentan hacernos callar hoy.

Pero hay una diferencia enorme ahora, que me hace especialmente feliz. Ellos tienen todavía, sí, Intxaurrondo, tienen todavía la Via Laietana y tienen todavía Ferrnan el Catòlic. Siguen. Con su bandera. Pero ahora ya no nos tienen a nosotros. Y cuando digo que no nos tienen a nosotros quiero decir que ya no nos tienen no a aquellos de nosotros que no nos tuvieron nunca en realidad, sino que ya no tienen ni tendrán nunca a millones y millones de nosotros. Y eso debemos saborearlo en el punto justo. Esta separación mental, esta lejanía ya insalvable, este borrado colectivo de España y de lo que España significa no es sino el precio que pagan precisamente por haber querido resolver los problemas políticos con la violencia. Unos problemas políticos que los socialistas habrían podido encauzar, si lo hubieran querido, si hubiesen tenido una mínima estatura moral, si se hubieran comportado como unos demócratas, muy diferente de como lo han hecho. Y no lo digo sólo por los años ochenta y los años noventa, también por ahora mismo.

(1) https://www.publico.es/politica/mikel-zabalza-grabaciones-altos-mandos-guardia-civil-zabalza-torturado-murio-intxaurrondo.html

(2) https://youtu.be/WkvPuxHpyok

(3) https://www.publico.es/politica/mikel-zabalza-grabaciones-altos-mandos-guardia-civil-zabalza-torturado-murio-intxaurrondo.html

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