Este artículo es una mezcla de tres textos. Existe el gran artículo de ayer en La Vanguardia de Jordi Graupera (*), ‘Afirmar o negar’ (*), el texto ‘De las tres metamorfosis’ (**), de Friedrich Nietzsche, que forma parte del libro ‘Así habló Zaratrustra’, y luego párrafos míos sueltos los dos textos anteriores. Es un invento raro, pero con sentido. Sólo decir que a pesar de que paso de texto a texto continuamente me ahorro las comillas, y tranquilos que ya se notará cuando hablo yo, Graupera, o Nietzsche porque muchas frases son literales. Al final, los tres textos dicen lo mismo. Y eso que Nietzsche habla del espíritu humano, Graupera de política catalana y yo los pongo en contacto.
Así, en la obra ‘Así habló Zaratrustra’ el filósofo Nietzsche nos habla de las tres metamorfosis del espíritu humano. Es, ésta, una gran historia. Primero el espíritu se convierte en camello, después en león, y finalmente, en el estadio superior, en niño. Empecemos por el camello, la fase inferior del espíritu.
¿Qué es pesado?, se pregunta el espíritu que todo lo resiste y se arrodilla, como el camello. Un espíritu que quiere ir bien cargado. Cosas muy pesadas, las más pesadas, es lo que anhela el camello. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, se pregunta. ¿Humillarse para mortificar el propio orgullo? ¿Hacer brillar la propia locura para reírse de la propia sabiduría? ¿Desertar de nuestra causa cuando ella celebra la victoria? ¿Zambullirse en agua sucia, cuando ésta es el agua de la verdad, y no apartarse de las gélidas ranas y los sapos ardientes? Según Nietzsche, en esta fase, el espíritu de los camellos nos hace querer a aquellos que nos desprecian, y, al fantasma, darle la mano cuando nos quiere dar miedo. En su artículo Jordi Graupera no nos habla de camellos. Él nos habla de diques. Lo hace referente a la etapa autonomista de la política catalana. De 1978 hasta el desencanto del Estatuto. ¿La recordáis? Era, dice, cuando los partidos mayoritarios tenían valor si parecían un dique contra centralismo, y eran relevantes en Madrid si se vestían de dique contra el radicalismo catalanista. Era una etapa resistencialista, decadente. Se construía, pero la prioridad eran los contrafuertes. Resistir. Como un dique. Como un camello.
Por suerte Nietzsche nos habla de una segunda etapa, menos masoquista. Hablamos del León. A mí me encanta el León, que quiere hacer presa de la libertad y ser señor en su propio desierto. Grandes preguntas se hace Nietzsche. Hermanos míos, ¿por qué es necesario el León? ¿Por qué no basta con el camello, la bestia de carga que renuncia y respeta? ¿Cuál es el gran dragón al que el León ya no puede seguir llamándo Dios y señor? Exacto. ¿Con quién se pelea el León de Nietzsche, harto de tener que aguantar siempre? Con un dragón que se llama “Tú debes”. Qué gran nombre, señor filósofo. El dragón “Tú debes” cierra el paso, resplandeciente como el oro, bestia cubierta de escamas, y en el que sobre cada escama brilla rutilante ¡”Tú debes”! Dice Nietzsche que valores milenarios brillan en esas escamas y que el más poderoso de todos los dragones habla así: “Todos los valores de las cosas brillan en mí. Ya han sido creados todos los valores, y todos los valores creados soy yo. En verdad, no debe haber ningún más ¡’yo quiero’! El león, dice el filósofo, quiere crearse la libertad y construir un sagrado No. Un gran No. Incluso frente al deber, plantar un gran No. Esto hace el León.
Jordi Graupera, como Nietzsche, también sitúa el No en el segundo estadio. Tras la quiebra del estatuto en Cataluña la gente dijo basta. No. Se acabó. Pasamos, dice, del resistencialismo a la negación. El gran No. Desde la sentencia del Estatut el tiempo ha ido negando todo, paso a paso, hasta llegar a un gran No a España. El No se ha hecho más intenso, más global. Leones diciendo No, catalanes diciendo basta.
Finalmente el estadio superior, según Nietzsche, es cuando el espíritu se convierte en Niño. De León a Niño. Qué crack, el filósofo alemán. Cómo me gusta, lo tengo que decir, que el niño sea la evolución del león. ¿Por qué Nietzsche nos sitúa el espíritu del niño como el estadio superior? Pues porque inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que da vueltas por sí sola, un primer movimiento, un sagrado decir sí. Sí, para el juego del crear, hay un sagrado decir sí, dice Nietzsche. Para el filósofo Jordi Graupera la tercera fase de la política catalana también es la del Sí. Dice que el 9N cuando se abran los colegios la etapa del gran no habrá terminado. Falta el sí y ahora las preguntas serán para el Parlamento: ¿qué estáis dispuestos a hacer y cómo? Y también hacia adentro: ¿qué estoy dispuesto a hacer y cómo? Si después de un gran no, no viene un gran sí queda una gran nada. Se llama nihilismo, despierta lo peor de cada uno.
Tres metamorfosis del espíritu os he contado: cómo el espíritu se convirtió en camello, en león y en niño según Nietzsche. Tres etapas de la política catalana, también: como se ha pasado del dique autonomista, al gran No, y al gran Sí, según Graupera. Y así fue pasando el domingo.
VILAWEB
(*)
JORDI GRAUPERA
Afirmar o negar
La Vanguardia,
Este mes hará cuatro años de las elecciones catalanas de 2010. Cuatro años de decantación de la esfera pública -electorado, sociedad civil, intelectuales, partidos e instituciones- hacia un consenso casi unánime: el rechazo del statu quo. La etapa anterior, la etapa setentaiochesca, llegó al punto de estrés con el Estatuto de 2005, entró en decadencia con el referéndum del Estatuto del cepillo del 2006 y se cerró con la sentencia de 2010 y el fin del gobierno Montilla.
El Estatuto de 2005 se hizo necesario porque la ambigüedad de la Constitución se había ido cristalizando hacia el centralismo político y económico, y había dejado la descentralización en la mera administración de servicios. Aquel estatuto era ridículamente detallado porque quería defender el espacio político de las competencias de la Generalitat e incrementar el poder financiero y simbólico de las instituciones catalanas. El Estatuto tenía que hacer de dique. El dique, de hecho, era el paradigma de la etapa autonomista: los partidos mayoritarios tenían valor si parecían un dique contra centralismo, y eran relevantes en Madrid si se vestían de dique contra el radicalismo catalanista. Era una etapa resistencialista, decadente. Se construía, pero la prioridad eran los contrafuertes.
En 2010 pasamos del resistencialismo a la negación. El gran no. Que la actitud del Constitucional fuera tan parecida a la del PP más descarnado puso en el centro las cuestiones que hasta entonces habían quedado en los márgenes: ¿hay separación de poderes? ¿Hay garantías democráticas? ¿Las decisiones económicas son discriminatorias por razones de identidad? ¿Existe el dique? ¿De qué lado es más eficaz? En los blogs de tendencias se hablaba de la cultura de la transición, y de repente los marginales que hablaban de fraude se hicieron verosímiles. La corrupción ha sido la prueba y la catarsis.
El tiempo ha ido negando todo, paso a paso, hasta llegar a un gran ‘no’ a España. Hay quien sólo dice ‘no’ a esta España y sueña con otra, pero cada vez que las instituciones centrales han anulado los consensos (Estatuto, financiación, escuela, infraestructuras, servicios públicos), el ‘no’ se ha hecho más intenso, más global. La impugnación del 9-N ha tocado el tuétano: los pactos, o son libres o no son pactos. Todo el mundo -también en el extranjero- ve en la actitud centralista el mejor fuel para el independentismo.
Pero cuando se abran los colegios, la etapa del gran ‘no’ habrá terminado. Es cierto que hace tiempo que el soberanismo debate, propone e imagina un país nuevo. Pero el consenso oficial se ha atrincherado en el conflicto votar/no votar, en la estrategia del cargarse de razones. Falta el ‘sí’. Ahora las preguntas serán para el Parlamento: ¿qué estáis dispuestos a hacer y cómo? Y también adentro: ¿qué estoy dispuesto a hacer y cómo? Cuanto más tardemos en responder más fácil será que la degradación de la política española nos arrastre. Si después de un gran ‘no’, no viene un gran ‘sí’ queda una gran nada. Se llama nihilismo, despierta lo peor de cada uno.
(**)
FRIEDRICH NIETZsCHE
“Las Tres Metamorfosis”, Friedrich Nietzsche
Capítulo de la monumental obra “Así Habló Zaratustra”, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche:
Os indicaré las tres metamorfosis del espíritu: el espíritu, en camello; el camello, en león, y finalmente el león, en niño.
Muchas cargas pesadas hay para el espíritu; para el espíritu paciente y vigoroso en quien domina el respeto. Su vigor reclama la carga pesada, la más pesada. El espíritu robusto pregunta: «¿Qué hay de más peso?», y se arrodilla como el camello y quiere una buena carga.
«¿Qué hay de más pesado? —pregunta el espíritu robusto— Dilo, ¡oh héroe!, a fin de que cargue con ello sobre mí y mi fuerza se alegre».
¿Acaso esto no es humillarse para hacer sufrir a su orgullo, hacer brillar su locura para cambiar en amarga burla su sabi duría?
O es esto: ¿desertar una causa en el momento en que celebra su triunfo; ascender sobre las montañas elevadas para tentar al tentador?
O bien es esto: ¿alimentarse de las bellotas y del heno del conocimiento, y sufrir el hambre en el alma por amor a la verdad?
O bien es esto: ¿estar enfermo y despedir a los que consuelan; unirse en amistad con sordos que jamás escuchan lo que tú quieres?
O bien es esto: ¿sumergirse en el agua sucia, si es el agua de la verdad, y no rechazar a las viscosas ranas y a los sapos llenos de pus?
O bien es esto: ¿amar a quien nos desprecia y tender la mano al fantasma cuando quiere asustarnos?
Todas estas pesadas cargas echa sobre sí el espíritu vigoroso; y así como sale corriendo el camello hacia el desierto apenas recibe su carga, él se apresura a llevar la suya.
La segunda metamorfosis se cumple en el más solitario de los desiertos: aquí el espíritu se transforma en león, pretende conquistar la libertad y ser amo de su propio desierto.
Busca aquí su último dueño; quiere ser el enemigo de este dueño como es el enemigo de su último dios: quiere luchar contra el dragón para alcanzar la victoria.
¿Cuál es el dragón a quien el espíritu no quiere seguir llamando ni dios ni amo? «Tú debes», se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice: «Yo quiero»
«Tú debes» le acecha al borde del camino, reluciente de oro, bajo su caparazón de mil escamas, y sobre cada escama luce en letras doradas: «¡Tú debes!»
Brillan sobre estas escamas valores de mil años y el más poderoso de todos los dragones habla de esta guisa:
«Todo lo que es valor brilla sobre mí.» Ya ha sido creado todo lo que es valor y yo soy quien representa todos los valores creados. ¡En verdad, no debe haber más «Yo quiero»! Así habló el dragón.
Hermanos míos, ¿para qué necesita el espíritu al león? ¿No es suficiente el animal robusto que se abstiene y es respetuoso?
Todavía no puede crear el león valores nuevos; pero sí tiene poder para hacerse libre para la nueva creación.
Hacerse libre, oponer una divina negación, incluso el deber; tal es, hermanos míos, la tarea para la que el espíritu necesita del león.
La más terrible conquista para un espíritu paciente y respetuoso es la de conquistar el derecho a crear nuevos valores.
En verdad, éste es para él un acto feroz, el acto de un animal de presa.
En otros tiempos amaba el «Tú debes», como su más sagrado bien: ahora le es necesario encontrar la ilusión y lo arbitrario, incluso en este bien, el más sagrado, para que realice a costa de su amor la conquista de la libertad: para semejante rapto es indispensable un león.
Mas, decidme, hermanos míos, ¿qué puede hacer el niño que no pueda hacer el león? ¿Por qué es preciso que el león raptor se transforme en un niño?
El niño es inocente y olvida; es una primavera y un juego, una rueda que gira sobre sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación.
¡Oh hermanos míos! Una afirmación santa es necesaria para el juego divino de la creación. Quiere ahora el espíritu su propia voluntad; el que ha perdido el mundo, quiere ganar su propio mundo.
Os he mostrado tres metamorfosis del espíritu: cómo el espíritu se hace camello, cómo el espíritu se hace león, y, en fin, cómo el espíritu se hace niño.
Así habló Zaratustra. Y en este tiempo moraba en la ciudad que se llamaba Vaca Multicolor.