Ni es un viaje ni vamos hacia Ítaca

Cada vez tengo más claro que lo nuestro no es un viaje hacia Ítaca. El camino ciertamente es largo, sobre todo porque nos empeñamos en dar un rodeo y pasar por lugares que nuestros predecesores ya visitaron antes que nosotros, con la misma falta de éxito e idéntico maltrato. Acepto igualmente que, tal como van pasando días y años, no nos faltan aventuras y experiencias. Inevitablemente. En algún caso, muy inútiles, también os lo diré.

Es una lástima, porque la canción de Lluís Llach (1) es preciosa y a todos nos gusta cantarla y sacar el almogávar que llevamos dentro. Además, las metáforas marineras suelen ser vistosas, como bien sabía Artur Mas, que incluso instaló una rueda de timón en su despacho. Cabeza fría, corazón caliente, puño firme, pies en el suelo. Demasiado lírico. ¿Se imaginan los libros de historia? “Los catalanes zarparon hace poco más de trescientos años y ahora han llegado a puerto, a la Ítaca soñada”. Habría hecho muy buen papel, pero no.

Lo nuestro es una lucha, un combate, una guerra. Lo era hace trescientos años y lo sigue siendo ahora. Como el mundo ha evolucionado, y la cosa hispánica no ha tenido más remedio que hacerlo también, a menudo a regañadientes, las condiciones son otras, pero el espíritu es el mismo. Los cañones de Montjuïc ya no bombardean Barcelona cada cincuenta años como recomendaba Espartero, pero los militares españoles siguen apuntándonos. Carles Puigdemont no acabará como Lluís Companys, porque nació ochenta años más tarde, pero el odio y las ganas son las mismas.

Si España fuera un país más civilizado, una democracia como la británica o la canadiense, podríamos hablar de partida de ajedrez y discutir si nos conviene más un gambito de dama o una defensa siciliana. Pero no. A principios del siglo XIX, España todavía era un imperio. Fue perdiendo las colonias una a una y nunca negoció ninguna independencia. Con Cataluña, que además no considera una colonia sino una parte del propio cuerpo (sic), el interés de España por las mesas de diálogo es equivalente al del juez Aguirre para dilucidar el papel del CNI con el imán es-Satti. Cero.

Sin ser experto militar, ahora mismo, a un lado del campo de batalla, o del tablero de ajedrez si España fuera un país lo suficientemente civilizado como para admitir referendos de autodeterminación, yo veo lo siguiente: el ejército, la Guardia Civil, la policía “nacional”, los jueces, las empresas del Ibex 35 y las del BOE, la banca, los obispos, los partidos políticos, los grandes medios de comunicación, el CNI con sus fondos reservados, la Borbonalla y Joaquín Sabina. Todos en perfecto estado de revista y dispuestos a “morir matando”.

En el otro lado, veo a la ANC y a Òmnium, con sus casuísticas particulares, a la CUP, a Junts y a Esquerra, más preocupadas por el fuego amigo que por el enemigo, con los dirigentes encarcelados o en el exilio, cuatro diarios digitales, un buen número de entidades y organizaciones bienintencionadas, algunos aliados internacionales, individuales, y la gente, la famosa gente, con su fuerza movilizadora y su resiliencia. Covid-19 hace difícil saber en qué estado se encuentran esta fuerza movilizadora y esta resiliencia, pero es evidente que ahora mismo el arma principal está desactivada.

Visto el panorama, teniendo en cuenta este (des)equilibrio de fuerzas, que perdemos tiempo y energía acusando y pidiendo la dimisión de un político no profesional como Josep Costa, combativo y claramente alejado de posiciones identitarias, por haberse conectado telemáticamente a una reunión como invitado, me parece una gran irresponsabilidad, un insulto a los que vivimos al margen de la lógica de los partidos, y una muestra demasiado evidente que si esto fuera un viaje a Ítaca, habríamos perdido la brújula, y si esto es una guerra, que lo es, nos confundimos, y mucho, de enemigo.

(1) https://www.youtube.com/watch?v=NO7nSrVlGY8

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