El domingo pasado estuve dando una vuelta por Urbasa. Bajamos luego los caminantes a reponer fuerzas a Zudaire y en la barra del bar del Irigoyen, me encuentro con un librico titulado “Milenios de convivencia”.
-Llevátelo, es de regalo -me dice la chica del bar.
Lo hojeo. Tema, historia de Navarra, editor, el Gobierno foral. Tiemblo. Me dirijo a una fecha: 1200. Ni palabra de la conquista castellana de la parte occidental del Reino. Devuelvo el libro a su sitio, entre periódicos y folletos varios. Luego pienso que me lo tenía que haber traído a casa, para apartarlo de manos y de ojos desprevenidos, pero la censura y la quema de libros es asunto de otros, precisamente de los editores de este libro, quienes ahora quieren arrojar a la hoguera ni más ni menos que los libros de texto de los alumnos vascongados.
Abro el correo y leo los escritos al respecto de Íñigo Saldise y Pedro Esarte. Acuerdo total, no hace falta añadir nada. Me alegro de que tengamos capacidad de reacción y ganas de resistir a lo que se nos avecina para el 2012. Falta nos van a hacer.
Que el nacionalismo español tiene, respecto a lo que se ha dado en llamar “problema vasco”, las cosas mucho más claras que nosotros los vascos y que ese “problema” es para ellos, en realidad, el “problema navarro”, es algo cada vez más evidente.
Para muestra un botón. El otro día leyendo en una sala de espera un ejemplar atrasado, de julio, del suplemento semanal de “El País”, descubro esta perla: “… me cabrean los numerosos efectos colaterales de ETA: ese tonto y pegajoso maniqueísmo ideológico (de exclusivo uso local) fabricado a costa de la banda de provincias y que sólo tiene fines y manipulaciones electorales, traficar de nuevo con ese bipartidismo imperfecto que nos hemos inventado y para lo esencial se funda en unas disputas territoriales decimonónicas extraviadas de siglo y de globalización y nos obligan a invocar otra vez, treinta años después, el espíritu santo de aquel consenso buenista, aquella pasta pastelera que también se construyó, no lo olvidemos, a base de amplificar mediáticamente otra disuasión militar extraviada de siglo”.
Hasta aquí podría digerirlo con algunas matizaciones, pero sigue.
“Y me cuesta bastante cabrearme porque ni ya entonces, cuando los prolegómenos de la globalización, era posible aquí un golpe militar, ni ahora, en plena globalización, es verosímil una Euskadi independiente por decisión militar de un puñado de provincianos fanáticos”.
La cita es larga pero no tiene desperdicio. El texto del que está extraída pertenece al columnista Juan Cueto.
Presentar como inverosímil lo evidente es la perenne estrategia de ese nacionalismo español bien progresista, socialista a fuer de liberal, o conservador, España antes roja que rota, que invoca, siempre que le conviene, la modernidad y hasta la globalización para no tener que renunciar a las conquistas de sus antepasados y, sin ningún pudor, sigue presentando como verdad indiscutible la historia escrita por los conquistadores.
Lo evidente es que existe una nación vasca que exige su derecho a recuperar la soberanía y el territorio que le fuera arrebatado a lo largo de siglos, lo que ha generado un conflicto político cuya persistencia es, precisamente, la prueba de la existencia de esa nación y debería ser el aval para el ejercicio de sus derechos. Atribuir la opción independentista a la “decisión militar de un puñado de fanáticos provincianos”, explica en quiénes reside la necesidad de que ETA subsista, como mal si no menor asumible por el sistema, ya que su existencia es utilizada para ocultar la verdadera naturaleza del conflicto, sin cuyo reconocimiento su resolución se hace imposible. Que el nacionalismo español necesita a ETA, y no sólo para sus “manipulaciones electorales”, se confirma por el inevitable fracaso de cualquier intento de proceso de paz, invariablemente sustituido por el llamamiento a una derrota de ETA que se sabe imposible.
Ellos saben cual es la verdadera naturaleza del problema vasco y que, en realidad, éste es el problema navarro, como parece reconocer Cueto al denominar a la disputa bipartidista y electoralista apoyada en la existencia de ETA, “navarrizar en plan maniqueo”.
Deberíamos hacer todo lo posible por no alimentar esa imagen, fomentada para hacer inviable lo inevitable, que caricaturiza el conflicto reduciéndolo a la obcecación de un puñado de vascos fanáticos y violentos, deseosos de fagocitar a Navarra para incluirla en una independiente Euskadi, denominación que, por cierto, ya sólo utiliza el españolismo progre y el aranismo más trasnochado.
Los nacionalistas españoles son conscientes de la existencia de la nación vasca, de que su núcleo político es Navarra y de su determinación por la independencia, hacia la cual la dinámica de la historia le conduce, por eso su extremo ardor en negar lo evidente. Lo malo es que todo esto que es evidente para los nacionalistas españoles, parece que no lo es tanto para los nacionalistas vascos. Así nos va.
* Escrito en Ganboa, Araba, Navarra Occidental, el 6 de diciembre de 2007, día de la constitución española, en el que me he levantado, a la misma hora que el resto de los días laborables, para trabajar.