AUNQUE el término patria tiene un origen romano con un sentido algo diferente al que le dieron los sajones, vemos que ambas bases del término no se excluyen hoy y aquí: los vínculos afectivos, históricos y culturales -sobre todo el idioma- en el caso de los romanos; los vínculos con un territorio concreto en el caso de los sajones. Todos estos elementos interactúan creando un sentimiento de pertenencia común entre los individuos del grupo común.
El concepto de nación es muy antiguo, pero no así su acepción política tal y como la entendemos nosotros. Grosso modo, surge a finales del siglo XVIII con la Edad Contemporánea (Revolución Francesa) a partir de la crisis del Antiguo Régimen que encarnaban las monarquías autoritarias y absolutas. Fue evolucionando y, en un momento posterior, adquirió mucha relevancia la raza o etnia, por aquello de que era un elemento más de identificación del grupo y de su sentido de pertenencia.
Pero lo esencial en las naciones es que son construcciones culturales y políticas basadas en una voluntad colectiva. Ernest Renan se convirtió en un referente a partir de su discurso ¿Qué es una nación? (1882) porque aportó los dos elementos fundamentales para formarse una identidad como pueblo elevado a la categoría de nación. El primero, la existencia de una creencia compartida o forma concreta en que un grupo humano forma su identidad y se distingue del resto por haber vivido una historia común. El segundo, la voluntad (querer) de seguir viviendo de este modo, unidos, compartiendo un mismo destino . La religión, la raza-etnia, el idioma, la cultura, el territorio y otras cosas quedarían en un segundo plano. Serían una consecuencia. Así, nadie duda de la realidad de la nación judía, aunque los judíos polacos, norteamericanos, argentinos, etcétera repartidos por el mundo suelen identificarse como judíos, no como del país en que están afincados como ciudadanos; aunque no sepan hebreo, aunque no practiquen el judaísmo. Incluso cuando ni siquiera tenían un territorio propio.
Si trasladamos las ideas a la realidad vasca, me persiguen algunas consideraciones:
1) El reconocimiento legal de la nación española como patria está en la Constitución de 1978. Sin embargo, no es una declaración legal de algo nuevo, sino que certifica y da carta de naturaleza jurídica a una realidad anímica que existía antes de que se aprobara esta Carta Magna. Existe la nación española como sentimiento patriótico y yo lo respeto.
2) Entonces, y por la misma razón, debería recogerse legalmente y respetarse la existencia de la nación catalana, y la vasca, ante la evidencia de los sentimientos mayoritarios de sus poblaciones. Ante la realidad innegable, los guardianes de la españolidad emplearon el término nacionalidad en la Constitución para no reconocer un sentimiento de arraigo mayoritario, aun a riesgo de que algunos sonriamos cada vez que recordamos el concepto ideológico que le imprimía Stalin a nacionalidad , aplicado en la China de Mao. Si no se respeta la realidad nacional de unos, no puede exigirse tampoco un respeto recíproco.
3) Si se recogiese jurídicamente este sentimiento político, haría de llave maestra para una coexistencia voluntaria, respetuosa y no forzada, de varios sentimientos identitarios nacionales. Hasta ahora se ha procurado todo lo contrario, con presiones intolerables a las más altas magistraturas para que no acepten el términonación en el preámbulo del Estatuto catalán, obviando que el Tribunal Constitucional sólo debe juzgar materias que atenten a derechos fundamentales Hoy, ni siquiera se respeta la denominación de nacionalidad cada vez que se refieren a Euskadi, Catalunya o Galicia, ni permiten una consulta política que ni siquiera era vinculante…
Se rechaza una coexistencia nacional (de naciones) que existe, sin dar un paso hacia el reconocimiento mutuo basado en que nadie puede obligarme a un sentimiento. Sería el lógico camino hacia la reconciliación política y la coexistencia respetuosa una vez aceptado el derecho fundamental de sentirnos patriotas con unos u otros colores y sones.
4) No es posible seguir con la hipocresía de que los nacionalistas periféricos están fuera de época y atrapados en sus sentimientos radicales, mientras que los nacionalistas españoles están orgullosos de su nacionalismo y lo exhiben desmelenados cada vez que un ciudadano del Estado gana una competición deportiva, al margen de sus sentimientos. Dicen no explicarse por qué tantos vascos, catalanes y gallegos sienten en otros colores? Pues sólo con acordarse de que Muniain se va un mes a defender la camiseta española y De Marcos se ha perdido cinco partidos con el Athletic por lo mismo, atendiendo a criterios de patriotismo español y obligados porque, si no, el club sería duramente sancionado por tierra, mar y aire. Es el mismo caso de Monreal y Azpilicueta con Osasuna. En el caso de una SAD como la Real, es más sangrante aún porque primarían los criterios nacionalistas frente a los empresariales y algunas leyes mercantiles a la hora de birlar jugadores para beneficiar a los nacionales españoles. Y así en todos los deportes.
Para qué referirme a los derechos de los pueblos recogidos por la ONU si cuando Ibarretxe habló de construir una relación amable con España, o Urkullu más recientemente lo hizo en parecidos términos, se ninguneó al personaje y el fondo de la cuestión. Así es difícil que disminuya otro sentimiento, el independentista, aunque sólo sea por reacción a negar cualquier sentimiento identitario oficial que no sea el español. Aunque exista y sea mayoritario entre nosotros y en Catalunya, ¿hasta cuándo tendremos que padecer este empecinamiento tan excluyente?