El objetivo principal de los viajes de los líderes del mundo por los distintos países es hacer gestos simbólicos. Nadie esperaba que el presidente Obama volviera de China con acuerdos importantes, sobre política económica o sobre cualquier otra cosa.
Pero es de esperar que cuando las cámaras no estaban rodando Obama y sus anfitriones tuvieran conversaciones francas sobre la actual política monetaria. Porque el problema de los desequilibrios en el comercio internacional está a punto de volverse considerablemente peor. Y se avecina un enfrentamiento posiblemente desagradable a menos que China enmiende la plana.
Más antecedentes: la mayoría de las divisas más importantes del mundo flotan unas respecto a otras. Es decir, sus valores relativos suben o bajan dependiendo de las fuerzas del mercado. Eso no significa necesariamente que los gobiernos sigan una política estricta de no intervención: los países a veces limitan las salidas de capital cuando se produce un ataque contra su divisa (como hizo Islandia el año pasado) o toman medidas para desincentivar las entradas de dinero caliente cuando temen que los especuladores amen sus economías demasiado y no sabiamente (que es lo que Brasil está haciendo ahora mismo). Pero en los tiempos que corren, la mayoría de los países tratan de mantener el valor de su moneda en consonancia con los fundamentos económicos a largo plazo.
China es la gran excepción. A pesar de los enormes superávit comerciales y el deseo de muchos inversores de colocar su dinero en esta economía en rápida expansión -fuerzas que deberían haber revalorizado el renminbi, la divisa china-, las autoridades chinas han mantenido su moneda persistentemente débil. Y básicamente lo han hecho intercambiando renminbis por dólares, que han acumulado en cantidades ingentes.
Y en los últimos meses, China ha llevado a cabo el equivalente de una devaluación para empobrecer al vecino, manteniendo fijo el tipo de cambio yuan-dólar a pesar de que el dólar ha caído drásticamente frente a otras divisas importantes. Esto ha dado a los exportadores chinos una ventaja competitiva cada vez mayor frente a sus rivales, especialmente respecto a los productores de otros países en vías de desarrollo.
Lo que hace que la política monetaria china sea especialmente problemática es la deprimida situación de la economía mundial. El dinero barato y el estímulo fiscal han evitado al parecer una segunda Gran Depresión. Pero los estrategas políticos no han sido capaces de generar suficiente gasto, público o privado, para mejorar el desempleo masivo. Y la política de China de mantener débil su moneda agrava el problema, ya que de hecho arrebata una muy necesaria demanda al resto del mundo y la desvía hacia los bolsillos de exportadores chinos artificialmente competitivos.
Pero, ¿por qué digo que la situación está a punto de volverse mucho peor? Porque a lo largo del año pasado la verdadera magnitud del problema chino ha quedado enmascarada por factores temporales. Mirando al futuro, podemos esperar un repentino aumento del superávit comercial chino y del déficit comercial de EE UU.
Ése es en todo caso el razonamiento que exponen en un informe Richard Baldwin y Daria Taglioni, del Graduate Institute de Ginebra. Señalan que los desequilibrios comerciales, tanto el superávit chino como el déficit estadounidense, han sido últimamente mucho menores de lo que eran hace unos años. Pero, sostienen que “estas mejoras de los desequilibrios mundiales son fundamentalmente ilusorias, un efecto secundario transitorio del mayor desplome del comercio que el mundo ha experimentado jamás”.
En efecto, la caída en picado del comercio mundial pasará a los libros de los récords. Básicamente ha sido un reflejo del hecho de que el comercio moderno está dominado por las ventas de bienes manufacturados duraderos, y ante una severa crisis financiera y la incertidumbre asociada a ella, tanto los consumidores como las empresas han pospuesto la compra de todo lo que no fuera urgentemente necesario. ¿De qué manera ha reducido esto el déficit comercial estadounidense? Las importaciones de bienes como los automóviles cayeron en picado; pero como llegamos a la crisis importando mucho más de lo que exportábamos, el efecto neto ha sido un desfase comercial más reducido.
Pero ahora que la crisis financiera está amainando, se va invertir el proceso. El informe sobre el comercio estadounidense de la semana pasada mostraba un fuerte aumento del déficit comercial entre agosto y septiembre. Y habrá muchos más informes en esa misma línea.
Imagínense: un mes tras otro de titulares que yuxtaponen un repentino aumento de los déficit comerciales estadounidenses y de los superávit comerciales chinos con el sufrimiento de los trabajadores estadounidenses en paro. Si yo fuera el Gobierno chino, estaría muy preocupado ante esa perspectiva.
Por desgracia, los chinos no parecen enterarse; en lugar de enfrentarse a la necesidad de cambiar su política monetaria, le han tomado el gusto a sermonear a EE UU, diciéndole que suba los tipos de interés y reduzca los déficit fiscales, es decir, que empeore todavía más el problema del empleo.
Y tampoco estoy seguro de que
Eso tiene que cambiar. No estoy echándole en cara a Obama los banquetes ni las sesiones fotográficas; son parte de su trabajo. Pero más vale que entre bastidores esté advirtiendo a los chinos de que están jugando a un juego peligroso.
Paul Krugman es profesor de Economía de
© New York Times Service, 2008.
Traducción de News Clips.