Montaigne, el vasco tranquilo

TENGO muchos defectos. Uno de ellos es que los únicos escaparates en los que me detengo son los de las librerías. En Sant Cugat del Vallés, donde me encontraba por motivos familiares, del escaparate de la librería situada frente al Ayuntamiento percibí una mirada profunda e insistente de un libro. No tuve más remedio que entrar, cogerlo, examinarlo y comprarlo. Fue un flechazo inmediato. El libro era Como vivir o una vida con Montaigne, de Sarah Bakewell. No me arrepiento. Me abrió las puertas de un mundo fascinante. Me llevó además a leer otros libros sobre Montaigne, como por ejemplo el escueto y expresivo de Stefan Zweig o el novelesco y conjetural de Jorge Edwards. Pero sobre todo me guió a la fuente original (al menos así considerada actualmente), a Los Ensayos de Montaigne, según la edición de 1595 de Marie de Gournay.

Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592), ilustre pensador humanista del Renacimiento y uno de los autores más citados y con más discípulos de la historia, es el realizador, eso sí reescribiéndolos continuamente hasta su muerte, de los tres libros que forman el conjunto de la edición comentada, que además le valió para ser considerado el creador de un nuevo género, el ensayo. Nace y muere en el castillo familiar, en el Perigord (cercano a Burdeos), descendiente de comerciantes ennoblecidos por parte de padre y de judíos conversos por parte de madre. Recibió una educación peculiar: primero, convivió con los campesinos de una de las aldeas de la familia; después tuvo un tutor que solo le hablaba en latín; y luego fue al prestigioso College de Guyene. Se graduó en leyes. Ejercería de magistrado. Y a los treinta y ocho años se retira del mundanal ruido a su castillo con idea de leer los libros (sus provisiones para el viaje de la vida, les llama) de su extensa (más de mil incunables) biblioteca. Estaba cansado de que por su espíritu independiente (güelfo para los gibelinos, gibelino para los güelfos), le mirasen con recelo los políticos profesionales. Humanista, relativista y escéptico, llegaría a ser, a regañadientes, alcalde de Burdeos (como su padre) y en una época con frecuentes guerras religiosas ejerció de moderador (estaba muy concienciado por haber sido testigo de hechos muy violentos), pero rehusando inmiscuirse en los ámbitos cortesanos. Cuando abandona la política sabe que ha conseguido lo que ya el clarividente Platón consideraba lo más difícil, hacerlo con las manos limpias.

Montaigne dice ser “gallus vasco” (es decir, vasco de la Galia o vasco-francés). Incluso lo deja escrito. Un montaigniano de pro, Iñaki Uriarte, lo relata en sus deliciosos y premiados Diarios. En el viaje a Italia de Montaigne, cuando peregrina a Loreto, deja en la capilla una ofrenda que firma así: “Michel Montanus, Gallus Vasco, 1581”. En los propios Ensayos, a los antiguos vascones les llama “nuestros ancestros”. Además, nació en Aquitania, donde antes de la romanización el idioma era euskera arcaico. En su tiempo, su región también conocida como Guyena, tenía más relación con Navarra que con Francia. Era amigo de Enrique, rey de Navarra, que luego lo sería de Francia y dicen que dijo aquello de “París bien vale una misa”. ¡Hasta en el entierro de Montaigne, en la Academia de Burdeos, participaron tropas montadas y de infantería vasca! Si se me permite el anacronismo y jugara en el Athletic, como el también aquitano Laporte, por su forma de ser, podría contribuir a elevar nuestro fair-play competitivo.

Su lema (en varias acepciones): ¿que sé yo?, ¡yo qué sé!, me abstengo, suspendo mi juicio. De entrada, no pretende escribir. Lo hace para ordenar sus pensamientos: lee y escribe, sigue leyendo y sigue escribiendo. Y además lee en latín, su peculiar lengua materna, y escribe en francés, la lengua vulgar. Quiere “ensayar”, “probar”. Crea una manera nueva de expresarse , con digresiones, con flujos de pensamiento. No pretende ser guía espiritual (ni realizar lo que hoy llamaríamos un libro de autoayuda), solo narrar su propia visión de la vida, siendo él mismo la materia de su libro. Busca su yo interior (lo que Goethe llama la ciudadela). Tiene la modestia de decir que él es solo mediador de otros autores, no escritor. Sostiene que el placer está en la búsqueda no en el hallazgo. Y él busca al hombre original, al hombre total. Lo más importante del mundo es saber ser uno mismo, dice. Cuando juega con su gata se pregunta si no lo estará haciendo ella con él. Más destellos de su pensamiento: “En el trono más elevado del mundo estamos sentados sobre nuestro propio trasero”. “Prestar oídos a todo el mundo y la mente a nadie”. “No se pierde lo que nunca se ha tenido”. “Pasar corriendo lo malo y detenerse en lo bueno”. “Toda medalla tiene su reverso”. “Es el gozar , no el poseer , lo que nos hace felices”. “Cuestiónatelo todo”. “Vive con moderación”. “Ten una habitación privada en la trastienda”. “Poner una vela a San Miguel y otra a su dragón”. “La pobreza de bienes es más fácil de curar que la pobreza de alma”. “Toda la gloria que pretendo de mi vida es haberla vivido tranquilo”…

De chaval me llamaban la atención los artículos de Larra (el “Vuelva usted mañana” sigue siendo magistral) que habiendo sido escritos a principios del siglo XIX parecían actuales. Resulta más sorprendente la vigencia de los Ensayos de Montaigne de hace casi quinientos años y más llamativo aún que en realidad nos estaba traspasando la visión, entre otros, del también magistrado Plutarco con el que le separaban a él mil quinientos años. ¡No hay nada nuevo bajo el sol!

El Señor de la Montaña lo escribe en tiempos convulsos sobre sí mismo y sin proponérselo logra que otras personas reconozcan su propia humanidad. De las aportaciones de este best seller de su tiempo, colocado por la perspicacia vaticana en el Índice de los Libros Prohibidos, podemos obtener alguna luz para afrontar nuestra época, en la que la raíz de la crisis imperante no resulta ajena la ausencia de valores humanísticos. Casualidades suele haber pocas. Seguramente, aquella llamada de un libro en Cataluña pretendía que se recordasen esos valores: modestia, templanza, diplomacia, estoicismo, crítica constructiva, curiosidad intelectual, honradez, reflexión y pensamiento… que surgen de las preguntas eternas: ¿Quién soy? ¿Cuál es la razón de vivir? ¿Cómo vivir?

DEIA