El asunto Pegasus ha mostrado una vez más (como el ‘A por ellos’) que en España hay un enemigo interior. Es decir, ciudadanos que se considera que atentan contra el Estado, no contra personas particulares, y que pueden ser combatidos, si es necesario, saltándose o estirando la legalidad. Es el “derecho penal del enemigo”.
Los potenciales enemigos interiores no son los catalanes entendidos como ciudadanos de Cataluña o residentes en Cataluña, ni los catalanohablantes estrictamente, sino los que se identifican con la nación catalana y querrían que ésta pudiera convertirse en un Estado independiente si contara con una mayoría social de soporte.
¿Son estos últimos ciudadanos una minoría a proteger de acuerdo al derecho internacional? Desde hace un tiempo, especialmente desde algunas posiciones políticas, se hace referencia a la “minoría nacional catalana” que debe buscar protección. Pero el conflicto político que vive Cataluña con el Estado, ¿es un conflicto con una minoría (nacional) o una nación (minorizada)?
Si no se pone un freno al poder de las mayorías, las minorías (religiosas, lingüísticas, culturales, nacionales) suelen resultar excluidas y dominadas y, por tanto, requieren una protección, también en las democracias, que actúe como contrapeso. Así pues, una minoría tiene derecho a unas “reglas especiales”.
Las naciones, sin embargo, tienen derecho a disponer de un territorio para poder desarrollarse con normalidad. La territorialidad está siempre ligada al hecho nacional porque una nación requiere un espacio donde pueda desarrollar políticamente el autogobierno y la soberanía (compartida o no), y que se acostumbra a vincular con el marco geográfico histórico donde se ha desarrollado esta identidad colectiva.
Hay naciones de muchos tipos. Las naciones que no disponen de un Estado propio y que forman parte de estados no desarrollados en clave plurinacional suelen ser naciones minorizadas, es decir, minoritarias en el sentido demográfico y perjudicadas por la nación mayoritaria en planos muy diversos: aculturación (historia y tradiciones dominantes no autocentradas), infrainversión, extracción de recursos. Todo esto da pie a interpretar la relación, desde algunas perspectivas, en términos de colonialismo no explícito.
A pesar de las diversas concomitancias entre todos estos conceptos y visiones, no debe ser fruto de un juego de palabras escoger cuál es la definición del problema, el marco reivindicativo y de legitimación. Las minorías deben protegerse de la dictadura de la mayoría. Las naciones minorizadas deben protegerse de la nación dominante en un Estado. Las minorías tienen derecho a protección, las naciones en un territorio. (No es indiferente, por ejemplo, hablar de minoría uigur o de nación uigur).
Por otra parte, no tienen por qué ser excluyentes las problemáticas que apuntan. En Cataluña se vive una doble exclusión, la que afecta a todos los ciudadanos que viven en el territorio de la comunidad autónoma por el trato que reciben del Estado y la que viven los ciudadanos de nacionalidad catalana (que se identifican con esta nación) o, en términos más laxos, de matriz cultural catalana. No es lo mismo no poder hablar con naturalidad tu lengua en un juicio, o no poder animar a tu selección deportiva reconocida, que sufrir un servicio de Cercanías con una infrainversión permanente. Hay catalanes que sufren sólo la segunda exclusión y otros que, además, sufren también la primera. Es decir, hay quien sufre sólo la exclusión territorial (por vivir en un territorio vinculado históricamente a la nación minorizada) y quien sufre también la exclusión nacional.
No es, por tanto, casual que en la reivindicación emancipatoria quien sufre una doble exclusión tenga un papel más activo, de liderazgo. Tiene una doble motivación. Ahora bien, sería equivocado concluir que la realidad social se puede dividir en dos grupos estancos y no apreciar que se trata de un continuo formado por una gradación de posiciones que incluyen, por ejemplo, a los catalanes que no echarán de menos que en un juicio no puedan hablar en catalán porque hablan normalmente en castellano, pero que están a favor de que saber catalán sea un requisito y no un mérito para cualquier juez en Cataluña, o que se alegrarán de los triunfo de una selección catalana pero también de ‘la roja’.
Ignorar esta realidad e interpretar Cataluña en clave dicotómica es parte del callejón sin salida en el que nos encontramos y hace que algunos acaben prefiriendo entenderse como minoría nacional que como parte de una nación minorizada con una composición social diversa.
ARA