Cuando yo era joven, en tiempos de Franco, que la Guardia Civil persiguiera a quienes despotricaban del gobierno me parecía la cosa más natural del mundo. Quizá por eso, cuando un alto mando de la Guardia Civil, el otro día, leyó con toda la tranquilidad del mundo, y sin que pareciera que se le escapaba, que la Guardia Civil trabaja para “minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por parte del gobierno” no me sorprendí mucho. Pero me debería haber sorprendido: en un sistema democrático eso no vale. Y me debería haber sorprendido aún más que lo dijera con aquella naturalidad. ¿Qué ha pasado? Sólo se me ocurren tres hipótesis. Una, que el gobierno actual haya pedido a la Guardia Civil que haga algo que no toca hacer. Dos, que la Guardia Civil, por inercia, haya hecho ‘motu propio’ lo que ya había hecho, aunque ahora no toque. Tres, que un alto cargo de la Guardia Civil haya querido decir públicamente que están haciendo algo que no les gusta ni les toca hacer, pero que el gobierno actual les pide. Sabiendo que sería el gobierno el que recibiría por este uso inadecuado del cuerpo armado. Si descartamos la hipótesis inverosímil del lapsus, deberíamos poner una cruz en una de estas posibilidades. Y francamente, no sabría decir cuál me parece peor.
ARA