¿Milei, neoliberal?

El término ‘neoliberalismo’ es de uso frecuente en el debate público. También en diversas disciplinas de las ciencias sociales (ciencia política, sociología). Ahora nos daremos un hartazgo de leerlo en relación con el nuevo presidente argentino, Javier Milei. Pero no está del todo claro lo que significa, pero indica algo muy malo; casi tanto como el demonio. Pero, así como mucha gente se pregunta si el demonio existe, podemos preguntárnoslo con el ‘neoliberalismo’.

El término ‘neoliberalismo’ es atribuido a Alexander Rüstow (1885-1963), académico alemán que en 1938 proponía un ‘nuevo liberalismo’ a medio camino entre el ‘laissez faire’ del liberalismo clásico y el estatismo de nazis, fascistas y comunistas. El término (como tantos otros acuñados en el período nazi) se desvanece, hasta que lo recupera el filósofo francés Michael Foucault (1926-1984), que ejerció (y mantiene) un efecto imán sobre la extrema izquierda de los países mediterráneos, con posiciones como el apoyo a la revolución de los ayatolás en Irán (por su carácter imperialista y anticapitalista) o a la legalización del sexo consentido entre adultos y menores. En unas conferencias en el Colegio de Francia en 1978-79 (‘The Birth of Biopolitics: Lectures at the Collège de France’) nos ofrece esta aproximación al neoliberalismo: “El neoliberalismo no puede ser, por tanto, identificado con el ‘laissez faire’, sino con vigilancia permanente, actividad e intervención”. Es decir, intervencionismo para dar continuidad al capitalismo.

Tan bien como todos los constructos estructuralistas (aunque Foucault no se reconocía en este grupo) y posmodernos son ininteligibles para todos, salvo una vanguardia intelectual que “ya se ha despertado”. Y terminan siendo repetidos como “mantra” al que cada uno puede dar el significado que quiera. Ésta es la situación —ya hace tiempo— del término ‘neoliberal’, que es usado para indicar “a la derecha” de quien lo usa. Y se ha acabado identificando el ‘neoliberalismo’ con las propuestas de minimizar la intervención del Estado de la Escuela de Chicago, de las que se predica su hegemonía en las últimas décadas.

La contradicción es espectacular: la Escuela de Chicago propone la minimización de la intervención del Estado… porque éste sirve a los intereses económicos dominantes. Sí, lo ha leído bien: muy similar en diagnóstico a la visión marxista. Ésta fue una política seguida en los dos únicos países de la OCDE que han aplicado el recetario de Chicago al pie de la letra: Chile, en la década de 1970, con la dictadura de Pinochet; Reino Unido en los años ochenta, con el gobierno Thatcher en un sistema democrático. No tanto en el caso de Reagan en EEUU: pese a su prédica sobre el libre mercado en los años 80, hizo menos desregulación y más déficit público de lo que Jimmy Carter había hecho a finales de los setenta.

La consideración de las últimas décadas como de hegemonía ‘neoliberal’ se basa en una visión reduccionista y simplista de la intervención pública en la economía. Es cierto que el papel de los gobiernos como productores de bienes y servicios se ha reducido desde la década de 1980, tanto en lo que se refiere a los gobiernos centrales o federales, que vendieron muchas empresas públicas en las dos últimas décadas del siglo XX, como por los gobiernos subcentrales, que han contratado a empresas privadas servicios antes producidos directamente por la administración. Una de las consecuencias de este proceso de disminución del papel de los gobiernos como productores de bienes y servicios ha sido el aumento de la intervención reguladora, vía normas y contratos, sobre los sectores con relevantes problemas de competencia y sobre los servicios públicos en general. Propiedad de medios de producción y regulación de mercados son mecanismos alternativos de intervención de los gobiernos sobre la economía, como nos revelaba claramente el análisis de la política económica nazi en la década de 1930.

Más aún, otro mecanismo de intervención de los gobiernos es el gasto público. Y entre los países de la OCDE, en el Reino Unido el gasto público en los últimos 40 años se ha reducido: del 47% en 1980 al 38% en 2019 –datos de años anteriores tienen la distorsión del aumento de el gasto por el cóvid–. Ahora bien, en estados como Francia, Italia y, más aún, España, ha aumentado notablemente. También, en menor medida, en EE.UU. % en 2019 (por detrás de Francia y otros escandinavos).

La dimensión global de la intervención pública sobre la economía no ha descendido en las últimas décadas. Se ha alterado su composición según herramientas de intervención utilizadas: menos producción directa, más regulación y más gasto público. La consideración del ‘neoliberalismo’ como reducción de la intervención pública sobre la economía contrasta con lo ocurrido en las últimas décadas, con la posible excepción británica. Por eso, la proliferación del término ‘neoliberalismo’ en el debate político ha terminado vaciándolo de sentido preciso; nadie sabe muy bien lo que quiere decir. Y, por lo general, la frecuencia en su uso es inversamente proporcional a la comprensión de su significado. Así pues, la política económica de Milei, ¿será neoliberal? Está por ver. Lo más seguro, en cualquier caso, es que ni él ni muchos de los que le colgarán esta etiqueta quizás lo tienen del todo claro.

ARA