Mentiras (y verdades) sobre las mujeres en la prehistoria

Algunos recordarán la fantástica película ‘En busca del fuego’ (1981), una aventura paleolítica que tuvo un gran impacto popular. A la hora de hacernos una idea de la vida prehistórica, de repente pasamos de la abstracción de los libros al realismo de la pantalla. Esa ficción fue un motor divulgativo. Pero, por supuesto, las licencias científicas eran abundantes. La cinta, inspirada en una novela de 1909 de J. H. Rosny, entre otras cosas, mostraba una cultura de la violencia y un dominio brutal del macho guerrero, dominio que más que nada reflejaba la mirada machista del presente. Todo esto hoy está claramente en entredicho.

Ésta es la tesis del ensayo ‘El hombre prehistórico es también una mujer’, de la experta francesa en el Neandertal Marylène Patou-Mathis, publicado por Lumen en traducción de Maria Pons. La arqueología, y la prehistoria en general, se han dedicado a proyectar hacia atrás un patriarcado que, a pesar de ser secular, tiene un origen quizás no tan lejano y que, con el empoderamiento femenino que estamos viviendo, podría tener un final quizás cercano.

Siguiendo a Lévi-Strauss, la autora constata que en el Paleolítico había un sistema de filiación matrilineal: la mujer, por ser quien daba vida, tenía un poder añadido. Ni estaba claro ni era relevante quién era el padre. Sin embargo, no está claro que se pueda hablar de matriarcado –sobre eso hay bastante discusión–, pero en todo caso sí de una sociedad mixta más igualitaria. Con el sedentarismo Neolítico (10.000-3.000 aC), de forma progresiva pasó a ser más importante transmitir a la descendencia la propiedad de cultivos y rebaños, y es entonces cuando poco a poco el hombre se apropia de los hijos, y la mujer, hasta entonces respetada e incluso divinizada, pierde buena parte de su aura (se pasa a adorar a divinidades masculinas a menudo armadas), y pierde también sus derechos y libertades. Su situación se degrada, tesis que ya defendía Friedrich Engels. Las mujeres pasan a ser objeto de dominio y conquista.

¿Cómo se organizaban mujeres y hombres durante el Paleolítico? Durante décadas, los prehistoriadores, la inmensa mayoría hombres, han dado por sentado que el cazador era el hombre. Pero hoy ya puede concluirse que en algunas tribus las mujeres participaban en todas las etapas de la cacería: localización y desciframiento de las huellas de los animales, elaboración de la estrategia de captura, participación como tiradoras. El mito de las amazonas, mujeres jinetes (yoquetas) y guerreras, ha sido confirmado por la arqueología. “Las mujeres mataban igual que los hombres y arriesgaban su vida atacando animales de gran tamaño potencialmente peligrosos. Quizás fue eso lo que indujo a los hombres a apartarlas, sin duda de forma progresiva, de las actividades cinegéticas y a ‘desarmarlas'”.

También desde sus inicios se han atribuido las pinturas rupestres a los hombres. Pues bien, la mayoría de las treinta y dos manos pintadas hace unos 25.000 años en ocho cuevas francesas y españolas son mujeres. O sea: las mujeres cazaban y eran artistas, al igual que los hombres. Esto no quiere decir, tal y como resalta Patou-Mathis, que “este pasado remoto fuera un período idílico, un Edén o una edad de oro” para ellas. Pero sin duda no era cómo se nos ha querido hacer creer.

El sometimiento femenino fue reforzándose a través de la mitología, la religión y también la ciencia (hecha por hombres). Así, pasamos del Código de Hamurabi, donde se escribe que “el marido no es dueño ni de la vida de su mujer ni de sus bienes y, si la repudia, le debe una parte de su propia fortuna”, a la tradición judeocristiana y grecorromana, cuando la mujer pasa a ser un ser inferior. Aristóteles: “La hembra es como un macho mutilado”. Tomás de Aquino: “La mujer es algo imperfecto y ocasional”. Balzac: “El destino de la mujer y su única gloria son hacer latir el corazón de los hombres”. La ciencia positivista del siglo XIX es demoledora para la mujer, y precisamente es en ese momento y en este contexto cuando nace y se desarrolla la ciencia prehistórica. Pero también es a finales del XIX cuando arranca el feminismo, que ahora, más de un siglo después, ha empezado a cambiar la visión machista del pasado remoto. Por si alguien todavía duda, el libro de Marylène Patou-Mathis es de obligada lectura.

ARA