En el número 1.850 de 2019 del semanario ‘El Temps’, Àlex Milian recopilaba las primeras reacciones literarias al 1 de octubre. Citaba las novelas de Víctor J. Jurado Riba (‘El otoño de la libertad’, Columna, 2018), Teresa Saborit (‘La revolución de las hormigas’, Verkami, 2018) y un cuento de Clara Queraltó incluido en ‘Lo que piensan los demás’ (Proa, 2018). Mencionaba otros libros que tenían como escenario los hechos de octubre de 2017, pero más bien como un telón de fondo en el que se ambientan las obras de Xavier Vernetta (‘Niebla, octubre, revuelta’, Ediciones Saldonar, 2019), Teresa Solana (‘Octubre’, Crims.cat, 2019), Marc Pastor (‘Los ángeles me miran’, Amsterdam, 2019) y Blanca Busquets (‘Grito’, Poa, 2018). A diferencia del montón de libros que se han publicado con una perspectiva periodística, ensayística o memorialista de aquellos hechos, que Eugeni Giral Quintana cifra en más de medio millar en ‘525 libros del proceso’ (Servicio de Publicaciones UAB, 2019), la ficción literaria no es muy abundante, él incluye cuatro títulos.
“Una vez se entiende, el pasado se olvida y vuelve a empezar el ciclo de la sorpresa y de la falta de comprensión”. Esto escribe Francesc Serés casi al principio de su última novela, ‘La mentira más bonita’ (Proa, 2022). Me parece una buena síntesis de la sensación de disgusto que impregna todo el libro. La novela es, sin duda, una catarsis angustiada sobre el proceso independentista mediante la historia de un matrimonio, Marina y Carlos, ambos profesores de secundaria y comprometidos políticamente con el independentismo. Sirviéndose del recurso de que la pareja se jubila, cuatro años después de 2017, Serés se propone realizar una revisión personal, no precisamente positiva, de la década soberanista que se convierte en colectiva cuando la transfiere a los personajes. El desengaño, el sentimiento de frustración, sobrevuela constantemente sobre esta ficción literaria que aborda los acontecimientos posteriores al proceso en un contexto pospandémico o casi.
William Faulkner, que formó parte del grupo llamado la generación perdida (Hemingway, Steinbeck, Dos Passos…) de novelistas estadounidenses, aseguraba en ‘Réquiem por una monja’ (1951) que el “pasado nunca muere, ni siquiera ha pasado” y por eso todo el mundo se ve obligado a arrastrar las culpas provocadas por un destino desdichado. Así como al principio de la novela la desesperanza de Serés es abrumadora, al final vuelve a aferrarse al sueño que no tiene límites, desvanecido dentro del sueño, como cuando “las cosas se disuelven en la noche, que dejan de existir hasta que alguien vuelve a despertarlas”. Es el “pasado que no ocurre”, como diría Benedetto Croce, porque, al fin y al cabo, lo que motivó el largo proceso soberanista en Cataluña (déficit fiscal, falta de inversiones, discriminación cultural y lingüística y tantas otras cosas) no se ha resuelto en modo alguno. Al contrario. La represión y el sometimiento de algunas fuerzas políticas a los partidos unionistas, hasta transformarlas en partidos regeneracionistas españoles, ha hecho aumentar la “depresión” de los independentistas de corazón más que de partido. Sin reconocerlo abiertamente, con la decepción enganchada al cuerpo, al final los desencantados personajes construidos por Serés también saben que la mecha volverá a encenderse tarde o temprano.
¿Cuándo empezó a extenderse la afirmación, reproducida por Serés, de que tras las palabras de los políticos no había nada, que “el independentismo no tenía un plan, pero tampoco tenía ninguna alternativa”? Ninguno de los personajes inventados por Serés lo indica, pero yo sí lo haré. Fue durante el juicio, cuando los líderes independentistas plantearon una defensa, digamos técnica, encaminada a buscar una absolución imposible o unas condenas cortas. Que esa estrategia fuera la de Santi Vila o la de Carles Mundó, dos consejeros, uno del PDeCAT y el otro de ERC, que saltaron del barco justo antes de hundirse, tenía sentido. Ambos hacía tiempo que no creían en nada de lo que se hizo antes y después del referendo. Los demás encausados, los que serían castigados de verdad, se defendieron asegurando que no habían preparado nada y, por tanto, que no había voluntad de rebelarse contra el orden establecido. La actitud de los encausados durante los interrogatorios de los fiscales, de los defensores y del propio Marchena convirtió el 1-O en un ‘happening’ popular y la proclamación de la independencia en una caricatura de dibujos animados. En una broma pesada. Las declaraciones posteriores de Jordi Sánchez y de Oriol Junqueras en las que afirmaban que el 1-O sólo tenía que servir para forzar una negociación ayudaron a ratificar el clamor popular, que la novela convierte en generacional, por la que se acusa a los dirigentes del proceso de mentir. De ahí que las renuncias hayan sido consideradas desleales por aquellos que “nunca pensaron que la derrota sería tan dolorosa ni el retroceso tan grande”.
EL PUNT-AVUI