Cuanto más nos acercamos a la fase decisiva del camino hacia la independencia, más tensión y nervios salen a la superficie social y política. Es lógico y exactamente lo que ya habíamos previsto. Que haya nervios en un momento como este, especialmente para la gente que hace muchos años que esperan este momento, es muy lógico y, de hecho, recomendable. Los nervios o la tensión deben hacernos mantener el estado de alerta y nos ayudan a evitar unos errores que serían inevitables en caso de relajamiento. Sin embargo, los nervios con los que vivimos estos meses previos al referéndum del 9-N no deben ser paralizadores ni pueden ser la excusa para atascarnos en debates eternos sobre el sexo de los ángeles.
Creo que ya lo he dicho en alguna otra ocasión, pero me interesa recordar que tenemos la gran fortuna de haber llegado al estado de ebullición independentista actual con políticos de la talla del presidente Mas, Oriol Junqueras y David Fernández, entre otros, al frente de los partidos encargados de ejecutar el clamor popular de la calle desde las instituciones. Yo no me atrevo a desvincular esta gozosa coincidencia de líderes con el hecho de que estemos donde estamos. Quiero decir que por más que repitamos hasta la extenuación que la fuerza del proceso está en la calle, me temo que no habría cristalizado sin este triplete político en el parlamento.
¿Cuál es el mensaje que quiero dar con esta reflexión? Pues que una parte de los nervios con los que vivimos estos preludios históricos debe poder pasar con la confianza democrática que suscitan estos hombres y mujeres que hemos elegido para pilotar la nave. En mi caso y en relación con el camino hacia la independencia, no tengo ningún motivo para desconfiar de ellos. Han cumplido todos los compromisos que habían asumido. Han llegado hasta ahora sin pelearse y evitando en todo momento el sembrar la semilla de la discordia.
Sí, en este grupo sólo he mencionado los máximos representantes de formaciones que apuestan limpia y claramente por la independencia. Es cierto que el camino se hace con el acompañamiento de otras formaciones y políticos. Pero me interesa recalcar que la solución al estado embarrado de Cataluña no es un nuevo encaje en España con vías federales y confederales que no existen y que no se cumplirán nunca. Para mí, un líder es aquel que busca las soluciones mejores para su pueblo. No aquel que trata de adaptar las soluciones a sus intereses o a su ideología.
Hay un testimonio muy importante de la resistencia polaca contra la ocupación nazi y soviética durante la Segunda Guerra Mundial que puede ayudar enormemente a encarar la nueva fase del proceso de independencia. Es el testimonio de Jan Karski que dejó escrito en las magníficas memorias editadas con el título ‘Historia de un Estado clandestino’ (http://www.acantilado.es/catalogo/historia-de-un-estado-clandestino-528.htm). Tal como explicaba perfectamente en el artículo ‘Estructuras de Estado’ (*) Jaume Claramunt, nos ofrece unas cuantas lecciones sobre cómo actuó el pueblo polaco en la peor de las situaciones históricas -con dos gigantes represores como el régimen nazi y el soviético ocupando el país- para sobrevivir y mantener la legitimidad de su Estado. Karski, que hizo de enlace entre la resistencia interior y el gobierno en el exilio, relata la estrategia de unidad política y civil que permitió dar continuidad al Estado y evitar la división interna y traiciones significativas, que sí existieron en la resistencia francesa.
Estos días que invitan tanto a leer y desconectar de la disputa diaria, me parece que sería un paso interesante si un buen grupo de independentistas aprovechara para leer estas memorias tan bien escritas y tan apasionantes que nos legó Jan Karski. Estoy prácticamente convencido de que Mas, Junqueras, Fernández y toda la gente que les rodea ya las han leído. Pero si no lo han hecho, la recomendación comenzaría por ellos, que tendrán un papel histórico y fundamental en los próximos meses. Con la confianza de la gente, con la experiencia de Karski, con el convencimiento de que el futuro está en nuestras manos y que sólo nosotros podemos perder. Buena lectura.
Pere Cardús