Más allá de la frontera


No traspasar jamás
Esa odiada frontera de los treinta.
Ese era nuestro sueño. Nuestro lema.
La fiesta se alargaba…
Risas, proyectos locos
que se disiparían
con las nieblas del alba
como una borrachera.

¡Qué le vamos a hacer!
No fuimos elegidos por los dioses…
Permanecer esclavos era nuestro destino.
Los siervos de la gleba en esta tierra ingrata.
Habíamos aún de recoger
una cosecha
infinita de soles
como frutos inútiles y hermosos.

Se llenaron los meses y los años
y los frutos estériles
que no cabían ya en nuestros graneros
crecían, se pudrían…

Primero el médico nos quitó el alcohol.
La mujer, luego, el sexo.
Y los dioses malvados, además,
amenazándonos
con una muerte vil,
con una ruín vejez
sin dignidad ni fuerzas…
¿Qué nos quedaba pues?
Huvo que rebelarse.
Las botellas
dispararon sus corchos como balas
ingénuas de cañon,
se derramó su sangre suavemente
como un suicidio dulce …
Y regresó la risa
a nuestros rostros, a nuestros corazones;
la palabra a la boca;
los amigos
a la barra vacía…

En cuanto a las mujeres,
la suerte fue alterna,
lo mismo que en los toros…