Entrevista al profesor y antropólogo sobre el momento político actual
VILAWEB
Manuel Delgado (1956) es antropólogo, profesor en la Universidad de Barcelona (UB) y autor de una veintena de libros. Sus centros de interés son las diversas formas de exclusión en marcos urbanos, las representaciones culturales y las nuevas formas de religiosidad. El profesor Delgado, a la vez, es muy activo políticamente, y ha llegado al independentismo desde el comunismo. En esta entrevista, el señor Delgado analiza el delicado momento político actual: de la investidura de Pedro Sánchez al papel de los comunes, pasando por la reacción a la sentencia y las nuevas revelaciones sobre los atentados de la Ramblael 17-A. Delgado habló con VilaWeb el pasado jueves en una terraza del centro de Barcelona, y desplegó su habitual punto de vista intransferible.
– Investir a Pedro Sánchez¿. ¿Buena o mala idea?
– Pedro Sánchez es el policía bueno. Si estuvieras en comisaría, pedirías que viniera el policía bueno. Es lo que tienen para calmarte y para hacerte ver que si colaboras un poco, todavía podemos salir de allí. El policía bueno te hace creer que si eres razonable y demuestras voluntad de colaborar, te dejarán de pegar. Pero tampoco te lo aseguran. Y Pedro Sánchez es eso. Y algunos piensan que es mejor tener un Pedro Sánchez, que como mínimo hace ver que te escucha, aunque no te haga caso, que tener a Vox, PP o Ciudadanos. Pienso en ERC, pero también en Bildu. Yo creo que, en definitiva, no cambiará nada. En absoluto. Porque el PSOE es el partido del 155.
– Pero el ‘trifachito’ aún es peor.
– Pues muy bien. Si te han de cascar una hostia, ¿qué elegirías?, ¿que te la dieran con la mano cerrada o con la mano abierta? Es una cuestión importante: con la mano cerrada hace más daño. Con la mano abierta, la bofetada es mucho más humillante. Yo encuentro que siempre es mejor que se plantee el cambio en términos antagonistas. Hay un 155 brutal y un 155 compasivo. Con el brutal, como mínimo, ves las cosas, qué pretenden, y tienen la honestidad de no disimularlo.
– ¿Por qué su partido de referencia, Comunistas (1), ha terminado en ERC?
– Si la perspectiva era de una República catalana, que cambiara algo, dejar atrás la monarquía, es clarísimo que el ámbito y la nebulosa de los comunes estaba inhabilitada para alcanzar este objetivo. No lo había pretendido. Ni al principio. Hoy por hoy, es clarísimo que ERC es bastante más rompedor y radical que Podemos. Es clarísimo que Rufián es más vehemente que Pablo Iglesias.
– ¿Por qué los comunes han acabado con votos de Manuel Valls?
– No ha terminado así. Comenzó así. No os engañéis. Algunos tuvimos la convicción, tal vez no muy entusiasta, de que la esfera de los comunes podría permitir el reagrupamiento de una izquierda derrotada y de unos movimientos sociales desorientados. Pero enseguida se vio que nos encontrábamos con una especie de ICV 2.0. Y que tendría los mismos defectos que tenían aquellos que habían comenzado los recortes, por cierto. Que es algo que la gente ya no recuerda. Pero es así.
– Eso es positivo: los comunes ya no están en el medio, y las cosas quedan más claras.
– Los comunes nunca estuvieron en medio. Era una ficción que les permitía mantener el tipo hasta que se rompiera la cosa, con la marcha de una parte importante del proyecto, en este caso los comunistas. Este tipo de equidistancia, como ocurría con el PSC, acabó demostrándose inviable.
– ¿Cómo ve ‘ampliar’ la base?
– Es de sentido común. Y es clarísimo que tienen razón los que piensan que la base debe provenir de sectores de democracia radical que hoy por hoy ocupan los comunes. Es el gran reproche que se puede hacer a los comunes. Haber asumido el papel de cortafuegos. El peor enemigo del independentismo es la posición de los comunes, tan pusilánime, y tan profundamente desmovilizadora. Los comunes, en este ámbito, y todos los demás, han funcionado como un gran mecanismo de desactivación de los movimientos sociales.
– ¿Cuál debería ser la reacción a la sentencia?
– Si cuando llegue la sentencia no hay una reacción que implique volver a donde estábamos, en la calle, si esta oportunidad no se aprovecha, entonces no podemos esperar otra cosa que un ejercicio infinito de paciencia y resignación. Es decir: es la última oportunidad. Si hacen proclamas, como siempre hacen, y no hay una reacción que implique alterar el cuadro, entonces los presos se pudrirán en la cárcel y los políticos seguirán invocando su figura mártir. La situación ideal sería que volviéramos a un cuadro dramático como el 3 de octubre. Gente en la calle en condiciones de hacer cosas sorprendentes. Pero si no hay calle, nada. No sé si seremos capaces de convocar una huelga general. Y veríamos que terminan haciendo los comunes. Quizás acabarán esperando instrucciones de Manuel Valls. Ya escribí en Facebook que sería el pregonero ideal de este año. Es que no hay nada más. Cuando preguntan qué hacer, si una revolución republicana. Evidentemente que sí. Ya se empezó a hacer. ¿Por qué no salió? Por la represión, pero también por la pusilanimidad de políticos que sintieron vértigo por unos acontecimientos que no controlaban ni entendían.
– ‘Aquí habrá muertos’. Esto les asustó.
– ¿Y qué esperaban? Una revolución no es un fuego de campamento. La república sólo será posible en la medida en que sea consecuencia de la movilización popular. Y el escenario debe ser la calle. Y si alguien tiene alguna otra perspectiva, que se olvide.
– Xavier Diez decía (2): empecemos por meter un poco de miedo. Por la Diada ocupemos el aeropuerto, las fronteras, etc.
– Evidentemente. Es que si estas personas deben ser condenadas por rebelión, haberse rebelado de verdad. Precio por precio… No hay una alternativa que no sea devolver el protagonismo a quien lo tuvo. Si esperamos que los parlamentos puedan resolver algo, nos equivocamos.
– Waterloo. Puigdemont, Comín. Ponsatí. ¿Cómo los valora?
– No estoy en su piel. Y no estoy en condiciones éticas de juzgar a nadie. Ahora, desde el punto de vista político, ¿qué pasaría si no estuvieran? ¿Y si también fueran a la cárcel? Porque si no hubiera presos, no hablaríamos de este tema. Habría acabado todo. Hay algo evidente. Ellos son sus rehenes. Están secuestrados, y son suyos. Pero en cierto modo, también son nuestros. Si hay alguna posibilidad de que pase algo es por la indignación, el escándalo que causa su situación. Como mínimo, que sirva de algo. Todo esto continúa por los presos. En cierto modo el independentismo los utiliza. Y creo que es legítimo.
– Es profesor de la UB. ¿Cómo ve a los jóvenes?
– Los estudiantes no están por lazos amarillos, es curioso. Están por otra cosa. Pero si cuando hacen otra cosa ancianos los regaña… La imagen de gente de orden frenando. Lo de los lazos les parece una gilipollez. Hay un sector independentista importante entre los universitarios, y estoy seguro de que se movilizaría más allá de los lazos. Y estarían dispuestos a cualquier cosa que no fuera tan solemne, pero más eficiente.
– La información del diario Público o sobre los atentados 17-A, ¿amplía la base?
– Puede alimentar las posiciones que sostienen los comunes: sí, pero no. El tweet de Pablo Iglesias, avergonzado de un sistema político al que se quiere incorporar con entusiasmo indescriptible. Pero el problema es que la lucha por la emancipación no ha conseguido agradar a algunos sectores porque la Cataluña que les presentan no es la suya. ¿Cómo ha quedado aquello de Súmate? Esta era la idea para mí. Baños, Rufián. El independentismo ‘bisagra’.
– Y personalmente, ¿qué le parecen las nuevas informaciones sobre el 17-A?
– Que hay motivos más que suficientes para pedir explicaciones, a quienes callan en el ámbito de gobierno y en la prensa. Ahora bien, yo no sé si son pruebas inequívocas, objetivables y definitivas en donde ha habido concurso, por activa o por pasiva, del CNI y del Estado. Pero la cuestión no es esa. En la vida no se nos pide que seamos verdaderos, sino verosímiles. El hecho bestia es que creamos que pudiera llegar a pasar. De una manera o de otra, una parte importante de esta sociedad, yo mismo, cree que podría ser que el CNI o el gobierno lo supieran, y que formara parte de la operación Cataluña. No sé si fue realmente así. Pero me lo creo. Y el hecho de que me lo crea ya de por sí es significativo.
– ¿Por qué no salimos a la calle?
– Porque es como la corrupción: lo vemos normal. No hay nada de extraño en que unos servicios secretos promocionen, protejan o hagan posible un atentado. Parece que sea su función. ‘Cloacas del Estado’ no deja de ser un pleonasmo. ¿Cloacas del Estado? El Estado es una cloaca. Y cuando salen estas cosas, nos advierte cómo funciona realmente un Estado. No motiva ninguna movilización porque ya se sabía, se intuía, adivinaba.
– Papel de la CUP. ¿Por qué en octubre de 2017 desapareció tanto?, ¿y hasta ahora?
– Porque al igual que los comunes, o Podemos, dieron la perspectiva que podía haber otra cosa gracias a la lucha política. Es algo histórico. ¿Qué hizo que los comunistas renunciaran a la revolución en Francia, en Italia? Que se convirtieron en un partido como cualquier otro. Ha pasado con la CUP, con Podemos y con los comunes.
– Tuvo esperanza con la CUP. Y mire, ha terminado en ERC.
– Porque yo no soy ningún ejemplo a seguir. Yo estoy aquí por amistad y lealtad. ¿Me gustaría estar de vuelta de todo y ser un intelectual? No me da la gana. Yo soy una persona insegura, y necesito estar equivocado en compañía. No pretendo nunca ser un referente de nadie. Estoy con los comunistas por lealtad. Prefiero equivocarme con otros que no tener razón solo. Llevo muy mal la soledad.
– Deme esperanza.
– Que un día me levante, tome el diario y pase como en Gamonal. Revuelta en Burgos. Mi esperanza está en lo inesperado. A veces pasan cosas. Y sentir, un día, que somos como el 1-O o el 3-O, que éramos una sola cosa. Y que la energía de uno pasaba al otro. Esto pasó. No hablamos de una utopía. La esperanza es que vuelva a pasar.
(1) http://comunistes.cat/#news
(2) https://blocs.mesvilaweb.cat/xavierdiez/?p=270702
03/07/2019
Carta abierta a la ANC
Estimados amigos y amigas,
Supongo que como sucede en tantos otros, soy un socio suyo desde los inicios, poco participativo, que suele limitar su acción a pagar la cuota, estar en buena parte de las manifestaciones que convocan, colaborar ocasionalmente y hacer contribuciones económicas de vez en cuando. También, es cierto, he hablado públicamente cuando algunas secciones locales me han invitado o he compartido mi opinión cuando alguna sectorial me lo ha solicitado. Sin embargo, mi participación orgánica ha sido nula, no he presentado ninguna candidatura (a pesar de haberme pronunciado públicamente a favor de la de mi buen amigo Antonio Baños) ni he estado en ninguna asamblea. Además tengo cierto punto de individualista y escéptico que me imposibilitan compartir entusiasmos colectivos. Es por todo ello por lo que tampoco creo que tenga más derecho que cualquiera de los, tal vez, otros cincuenta mil socios de la entidad a la hora de exponer mi parecer.
Es cierto, como alguien con cierto espíritu libertario, que soy una persona bastante disciplinada -ya lo decía Proudhon, que la anarquía es la máxima expresión del orden- y he hecho participaba en todas y cada una de las grandes movilizaciones del once de septiembre, al menos, desde 2011 (aunque siempre me molesta cierto folclore a la hora de los diversos ‘happenings’ que las han acompañado). También participé el 1 de octubre defendiendo el Pabellón de Santa Eugenia, por suerte, sin necesidad de épica. El activismo no es precisamente mi virtud, con una personalidad poco entusiasta y con un valor personal más que limitado. Quizás lo que se me da mejor es hacer de guionista, tratando de analizar la extraordinaria y compleja situación que vivimos y tratando de ofrecer armas interpretativas a una sociedad que, en mi opinión, trata de sacudirse el franquismo construyendo una República. ¡Ah!, y soy de esos que está convencido de que seremos independientes en contra de la voluntad y capacidad de los propios independentistas.
Como las opiniones son libres, quiero expresar que la próxima movilización organizada por nuestra entidad no me parece una buena idea. Llenar la Gran Vía entre Plaza Catalunya y Plaza España no tiene mucho sentido. Ya hemos demostrado que somos capaces de movilizar entre uno y dos millones de personas sin tirar un solo papel en el suelo, y esta fórmula creo, humildemente, que ya está desgastada. Es todo un ‘déjà vu’. No creo que pueda variar mucho la agenda política. Ni la exterior, ni la interior. Puede representar una pequeña dosis de moral colectiva que se puede desvanecer en algunos días, tal vez semanas. Sin embargo, desde un punto de vista político, de la capacidad de cuartear el búnker franquista del Estado, esta estrategia es estéril.
No sé si lo han observado, sin embargo, la estrategia adoptada por el Estado profundo hispánico está consistiendo en una guerra psicológica de desgaste. Se trata de combinar la represión, con maniobras internacionales de bloqueo (habrá que ver las hipotecas que está contrayendo mediante el dinero de todos), con la voluntad, con la colaboración entusiasta de todo el ‘establishment’ mediático, de desmoralizar el independentismo. Este exhibicionismo de fuerza, esta desinhibición a la hora de mostrar catalanofobia, no hace más que ocultar el miedo y la fragilidad de un régimen que no sabría decir si está contra las cuerdas, aunque no montaría todo este espectáculo si no se encontrara en una situación difícil. De hecho, no actuarían así si no tuvieran claro que nos han perdido para siempre.
La realidad es que un régimen no se tumba sin determinación, persistencia e imaginación. Y sobre todo, no es posible alcanzar la República sin meter miedo. Y una manifestación más, con una camiseta nueva no creo que sea el formato más adecuado. Soy de esos que desde el principio alertaba de la ingenuidad de esperar apoyos foráneos. Las simpatías pueden ser muchas, aunque sin la posibilidad de controlar el territorio, de la movilización total, de la imposibilidad de controlar la situación por parte de un Estado absolutamente deslegitimado, nadie moverá un dedo.
Es por eso por lo que propongo un formato diferente. No es ningún secreto que no resulta complicado movilizar un millón de personas la jornada de septiembre. Ahora bien, en vez de hacer el desfile anual, cada vez más ritual que efectivo, se trataría de rodear pacíficamente, con el mismo espíritu de los últimos años, cincuenta puntos estratégicos del país. Esto significa puntos fronterizos, las cárceles donde tienen secuestrados los presos políticos, las instituciones catalanas (Parlament, Generalitat, ayuntamientos) aeropuertos, estaciones, puertos, La Caixa (y otras empresas que se plegaron a las presiones de la monarquía), y todo lo que sean puntos vitales que impliquen controlar el territorio. Un millón entre cincuenta puntos sale a veintidós mil manifestantes, que estaría bien que guardaran un silencio sepulcral, un silencio que recuerde a esos amaneceres de huelga general que nos recuerda un poema de Joan Margarit, un silencio ensordecedor que demuestre que la República puede ser efectiva con base en la voluntad de la ciudadanía, y que, frente la represión, se puede hacer una demostración que la calle, realmente es nuestra. Una movilización que demuestre ser un entrenamiento, una prueba que mida la audacia, un gesto que congele la risa a todos aquellos tertulianos con lenguaje de suburbio. La ANC tiene suficiente prestigio, experiencia y capacidad logísitica para hacer un ensayo general de estas características. Y sobre todo, tiene suficiente capacidad de liderazgo para hacer entender que la unidad no tiene que venir de unos partidos políticos que, por naturaleza, tienen intereses divergentes, sino de la gente. En otras palabras, que este once de septiembre no debemos desfilar para contemplarnos a nosotros mismos, ni autoescucharnos las consignas de siempre, ni debemos montar fiesta alguna, sino que tenemos que meter miedo. Mucho miedo. El sónar también reúne decenas de miles de personas sin molestar más que a los vecinos. El Barça moviliza cientos de miles cada vez que gana títulos. Y sin embargo, no representan ninguna amenaza a un orden injusto, ni a ningún Estado postfeudal. Este Once de septiembre no deberíamos mirarnos a nosotros mismos, ni quejarnos, ni alabar nuestras presuntas virtudes, sino que nos debe servir para demostrarnos a nosotros mismos y al mundo, que la unilateralidad está sobre todo en nuestras manos. Y que es con nuestras manos como se debe construir la República. Que podremos ser libres cuando nosotros lo decidamos. O, recordando al añorado Ovidi (Montllor), “porque quiero”.