Lugares de memoria en el Pirineo

Angel Rekalde

La jornada de Auritz en torno a la historia, cultura e identidad vuelve a ponernos de manifiesto la potencialidad de los lugares de memoria como instrumento de transmisión. De comunicación y conciencia. Cada intervención de los ponentes mostraba alguno de los rasgos de nuestra sociedad con la fuerza de la revelación.

Pello Iraizoz nos habló de las estelas discoidales del cementerio local, una joya de estética singular. Como documentó Pello, sólo en la Alta Navarra hay más estelas de este tipo que en todo el resto del mundo. Es un enterramiento genuinamente vasco. Y en ello se expresa nuestra identidad, nuestra cultura, una peculiar forma de ver la muerte, un respeto a los antepasados y una estética propia.

Juan Mari Martínez Txoperena dio un repaso a los vestigios de la presencia romana en nuestra tierra. Como sabemos, Roma dejó su impronta en nuestro pasado en términos de urbanismo, técnica e historia. Pamplona es buena muestra de ello. El yacimiento de Zaldua que investiga Aranzadi puede ser la ciudad vascona de Iturissa.

Koldo Zuazo describió el euskera de ambos lados del Pirineo, sus paralelismos, los euskalkis, el valor de uso, comunicación, vínculo e integración de sus hablantes.

Xabier Irujo, especialista en la batalla de Errozabal-Roncesvalles, la de Orreaga, de la que ha publicado un estudio excelente, aprovechó su intervención para describir cómo la memoria de estos lugares está sometida al descrédito y la presión de los Estados, a su minuciosa labor de aculturación y vaciado. Reveló como en lo referente a la batalla de Errozabal (origen del reino navarro) los Estados, incómodos con esta memoria, juegan a desactivarla. Borran su significado. Así, hacen desaparecer a sus protagonistas, los vascones del Pirineo, que son sustituidos por musulmanes. Lo que fue una batalla campal se devalúa como simple escaramuza; lo que fue una derrota al ejército imperial más fuerte de su época se degrada como un robo del tesoro en la retaguardia. Hay un empeño evidente en deshacer el valor del recuerdo, y reducirlo a folclore o batallita. Los monumentos, honores y homenajes se dedican absurdamente al invasor, enemigo del país, incluso cuando ha sido vencido. Roldán, Valcarlos… Y así con todo.

Un buen resumen de la batalla del relato.