Es obvio que no debe quedar ni la más mínima huella de aquel tirano destemplado y bajito que impregnó el país con la sangre de cientos de miles de españoles. Desgraciadamente aún quedan antiguallas franquistas, como el controvertido Monumento los Caídos de Pamplona que recuerda el exterminio físico del adversario político y el exilio de todos aquellos que pensaban diferente. Es cierto que antaño se produjo una inflación memorística que permitió designar cualquier objeto o monumento como parte del patrimonio nacional, evitando así su demolición, dando lugar a lo que Enzo Traverso llamó obsesión conmemorativa. En efecto, hubo un tiempo en el que se reciclaba todo para convertirlo en objeto memorable. En un principio, el patrimonio solo abarcaba los bienes personales y la herencia trasmitida de padres a hijos. Posteriormente la noción de patrimonio adquirió una dimensión más colectica y cultural, limitada al principio a los monumentos, como iglesias o ruinas arquitectónicas, auténticas huellas del pasado, pero rápidamente se pasó a un patrimonio muy extenso en el que se incluía las viviendas de los artistas o los cafés que frecuentaban, cuyo valoración no se basaba en criterios estéticos, sino sentimentales o turísticos. Y así, en contra de lo que se llamó tiranía de la memoria, Paul Ricoeur postuló la noción de justa memoria, dando lugar a lugares de memoria, que Pierre Nora define como aquellos sitios que evocan e impiden el olvido de las personas que fueron víctimas de violencia política. La memoria asume así su papel de dar presencia a la ausencia, no como simple museografía o reliquia del pasado, sino como testimonio vigilante que se mantiene al acecho e impide el olvido, pues, como advierte Jorge Semprúm, la omisión de los momentos traumáticos puede facilitar su indeseable repetición. Por otra parte, la atemperación de un monumento fascistas guarda cierta relación con el negacionismo al que tan acostumbrados nos tiene la ultraderecha. Existen insólitos antecedentes, como la negación que hizo Marice Bardèche del Holocausto, quién llegó a afirmar que los gases empleados en los campos de concentración nazis fueron para matar piojos. O Paul Rassinier que llegó a presentar dichos campos como confortables hoteles, donde se daba a los judíos buena comida y adecuados medios para su higiene. Obviamente la monstruosa realidad de los campos de concentración de Dachau, Mauthausen, Auschwitz o Treblinka, refuta contundentemente el negacionismo, impide el olvido y evita su repetición.
A nadie se le ocurre resignificar Auschwitz, esto es darle un aspecto más confortable, para reducir el impacto de los visitantes, sino que por el contrario se mantiene como era para que la humanidad puede ver los horrores que allí se cometieron. En cambio, hay quienes pretenden resignificar los monumentos construidos para ensalzar la victoria de los fascistas, como si un nuevo discurso hiciera desaparecer el verdadero fin de semejantes edificios. En España, conservar, aun resignificados, monumentos o símbolos construidos para ensalzar la gloria del fascismo acrecienta el dolor y la humillación de las víctimas y muestra la debilidad de una democracia, incapaz de demoler los monumentos que exaltan la dictadura franquista, cuyo mantenimiento además incumple la Ley de Memoria Democrática de 2022.
Según he leído, la Real Academia de San Fernando insta a conservar el Monumento a los Caídos de Pamplona, pues considera que merece ser contemplada como Bien de Interés Cultural. Sin embargo, la Institución Príncipe de Viana denegó en enero de 2021 la declaración del Monumento a los Caídos como Bien de Interés Cultural. Ante esta discrepancia, la pregunta es si debe prevalecer el supuesto valor arquitectónico o el histórico. La Ley de Memoria Democrática refiere que las edificaciones y símbolos que exalten la sublevación militar y la dictadura deben ser eliminados o demolidos. Y en este mismo sentido, las asociaciones memorialistas de Navarra, además de numerosos artistas e intelectuales exigen la demolición del Monumento a los Caídos de Pamplona, pues consideran que, pese a su resignificación, seguirá representando la exaltación material y simbólica del fascismo. Hay, sin embargo, partidos políticos favorables al derribo y otros que se inclinan por la resignifcación, como hay también historiadores que están en contra del derribo, por lo que la decisión es muy complicada. Cuesta creer que pueda ser resignificado un monumento construido para glorificar el franquismo, donde además estuvo enterrado el general Mola, conocido como el asesino del Norte. Entiendo, no obstante, que la solución que se dé finalmente a este edificio debe contar con el máximo consenso institucional, social y político.
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